Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910. Adriana María Suárez Mayorga
al artículo titulado “La sociología” y fue escrito en Cartagena el 4 de marzo de 1883 (Núñez, 1945a, p. 353).
17 Melo (2008) afirma que Miguel Antonio Caro concebía al progreso como “un resultado lento del orden, la paz y la educación espiritual” (p. 23). Interesa insistir en las coincidencias de pensamiento entre el filólogo bogotano y Rafael Núñez; de hecho, el cartagenero manifestó en 1886 su deuda con las ideas caristas; como sigue: “Todas las grandes transformaciones tienen precursores. De la que se ha realizado en Colombia en los últimos años lo ha sido el Sr. D. Miguel A. Caro por medio del periódico El Tradicionalista, cuyo correcto estilo y nítido lenguaje todos o casi todos admiraron, pero cuyas ideas fundamentales parecieron a muchos inaceptables por atrasadas. El que escribe estas líneas fue de los pocos que prestaron seria atención a esas ideas como asunto digno de examen [...]. Cuando una pluma imparcial y competente narre con filosofía los hechos extraordinarios de la Regeneración de Colombia, tendrá que señalar en ellos al Sr. Caro el puesto más culminante” (Cruz Rodríguez, 2011b, p. 99).
18 La cita pertenece al artículo titulado “Regeneración o rehabilitación”, ya mencionado.
19 La cita procede de “La reforma”.
20 La cita pertenece a “Regeneración o rehabilitación”.
21 La cursiva es mía.
22 Según Deas (1983), “para Núñez la catástrofe que su Regeneración administrativa fundamental trataba de evitar era la catástrofe de una dictadura militar” (p. 62).
23 La cursiva es mía. Cabe acotar que Rafael Núñez, al igual que Rafael Reyes, fue un admirador de Porfirio Díaz, por la centralización del poder que este último alcanzó en suelo mexicano.
24 Miguel Antonio Caro (1843-1909), como se ha indicado, fue una figura medular del movimiento regenerador. Además de ejercer como presidente de la República, fundó y dirigió el periódico de carácter conservador El Tradicionalista y fue el propietario de la “Librería Americana”, “especializada en libros religiosos y en literatura española” (Martínez, 2001, p. 113).
25 Las citas pertenecen a “revistas —de 1868— escritas en Europa” (Núñez, 1945b, p. 46) referenciadas en el artículo titulado “El agua en el vino”, escrito en Cartagena el 3 de junio de 1883 (p. 41). Igualmente, en “La sociología”, Rafael Núñez aseguraba que las palabras “justicia, seguridad, orden, estabilidad, libertad y progreso [tenían] para el filósofo un mismo e idéntico significado” (Núñez, 1945a, p. 357).
26 Las citas corresponden al artículo titulado “El arte en el gobierno”, escrito por Rafael Núñez en 1879 (Tordecilla Campo, 2015, p. 51).
27 El texto en cursivas, en el original se encuentra subrayado. En la misma línea, Carlos Holguín (1893) escribió: “Habiendo visto ya cuál era la situación en que se hallaba Colombia, es claro que, ó llegábamos á la disolución ó á la barbarie, siguiendo las cosas como iban, ó se efectuaba una reacción que bien podía llamarse resurrección” (pp. 121-122). Carlos Holguín (1832-1894) fue otra de las figuras claves de la Regeneración. Ejerció en 1859 el cargo de magistrado de la Corte Suprema Federal de Justicia, fue congresista desde 1868 hasta 1877 y desempeñó, durante el primer mandato de Rafael Núñez, el puesto de “ministro en Londres y en Madrid” (Martínez, 2001, p. 450). Hacia 1887 fungió como ministro de Relaciones Exteriores. Colaboró asiduamente con los periódicos El Conservador, El Porvenir, El Tradicionalista, entre otros.
28 Melo (1996) sostiene que la Constitución de 1886 puso de manifiesto “hasta qué punto la sociedad colombiana seguía siendo tradicionalista, rígidamente jerarquizada y autoritaria y cómo la clase dirigente colombiana seguía alejada de una concepción liberal y democrática del Estado, pese al aparente liberalismo del período posterior a 1863” (p. 53).
29 No se va a entrar en el debate historiográfico de si el rol cumplido por la Iglesia católica fue positivo o negativo para el país; sin embargo, a la luz del pensamiento de los regeneradores, es errado afirmar que “el proyecto nacional regenerador trató de seguir la senda del progreso material” (Blanco Mejía, 2009, p. 29).
30 Este autor asegura que, para evitar ser excluidos de la sociedad, algunos liberales (como fue el caso de Rafael Uribe Uribe), quisieron acercarse a la “Institución eclesiástica”, “dándole a entender que era una Institución progresista y moderna” (Cortés Guerrero, 1997, p. 10). No obstante, “la esencia de la intransigencia católica defendió lo opuesto: Iglesia tradicional y antimoderna” (p. 10).
31 Rafael Reyes fue uno de los integrantes de esa élite que manifestó dicha repulsión por París; allí departió con varios colombianos de diversas regiones que, al no conocer otras urbes europeas, usualmente se consagraban a frecuentar “los boulevards, los teatros, los café-cantantes y todos los sitios de placer, muchos de los cuales [eran] como una feria de vicios” (Reyes Nieto, 1986, p. 96). El general llegó a declarar que el hecho de no quedarse en tierras parisinas “más de quince días” le había permitido evitar, como le sucedía a “la generalidad de nuestros compatriotas y de otras nacionalidades”, regresar “a su patria” llevando “enfermedades y malas ideas, encontrando ridículas y cursis las sencillas y patriarcales costumbres del hogar” (p. 97).
32 Laguado Duca (2004) comparte este planteamiento cuando dice que para la Regeneración “la necesidad de atraer la inmigración no fue considerada un valor superior para la unidad nacional, e incluso, existía temor sobre el papel disolvente que ésta pudiera tener” (p. 157).
33 La cursiva es mía. En 1888 Rafael Núñez anunció que se estimularía la inmigración de españoles, pero esta iniciativa fracasó. De hecho, los únicos inmigrantes que llegaron al país de forma continua desde 1890 fueron los clérigos europeos, gracias al respaldo gubernamental. “Este clero inspiró una corriente nacionalista conservadora que habría de desarrollar el tema de la identidad nacional en una perspectiva antiliberal y antiyanqui” (Palacios y Safford, 2002, p. 462).
34 Como lo expresa Sierra Mejía (2002), “el catolicismo no fue para don Miguel Antonio [Caro] sólo uno de los pilares de la nacionalidad, uno de los elementos cohesionadores del pueblo, sino además –y sobre todo– el cerrojo que no permitiría la introducción al país de ideas disolventes de su propia tradición. Y en esta forma, el mayor obstáculo para el avance hacia una cultura moderna, crítica de su pasado y dispuesta a recibir préstamos de fuera que obrasen como genes renovadores” (p. 28).
35 La cursiva es mía. Martínez (2001) asevera que el mensaje de Carlos Holguín no fue “escuchado por los propios dirigentes de la Regeneración” en la medida en que enfocaron “cada vez más sus miradas a Europa en busca de instituciones importables a Colombia” (p. 468). No obstante, si se miran esas instituciones en detalle, se evidencia que su aplicación en el país estaba orientada a hacer realidad los principios regeneracionistas. En otras palabras, se importaron aquellas instituciones que iban a permitir la materialización de esa felicidad nacional.
36 La cita pertenece al texto titulado “Dos palabras a ‘El Relator’”, escrito en Bogotá el 8 de marzo de 1893 (Holguín, 1893, p. 3). La activa participación de los líderes de la Regeneración en la prensa no es de extrañar; como lo plantea Posada Carbó (2010): “In Colombia, the number of presidents who attained ‘high rank as journalists’ was significant [...] some of the most active ‘political journalists’ were appointed as members of the presidential cabinet, or elected to congress” (p. 949).
37 El artículo K de la Constitución de 1886 había autorizado al poder central “para prevenir y reprimir los abusos de prensa mientras no se expidiera la ley de imprenta” (Melo, 1989, p. 51). En 1889 se promulgó “el decreto 286” que facultó “al ministro del Interior” para que prohibiera la “venta y circulación de algunos periódicos extranjeros, ‘perjudiciales a la paz pública, al orden social o a las buenas costumbres’” (Martínez 2001, p. 498). En 1898 el Congreso de la República aprobó la Ley 51 (15 de diciembre), en la cual, entre otras cosas, se estableció que para ser director de un diario que se ocupara “en política del país” era necesario ser