De pixeles a paisajes. Armando Trujillo Herrada

De pixeles a paisajes - Armando Trujillo Herrada


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grandes préstamos de la geografía humanista (Cosgrove y Daniels, 1988) y de la arqueología posprocesual (Hodder, 1987, 1991; Tilley, 1994).

      A este respecto, el paisaje, como producto social, se encuentra en realidad conformado por la conjunción de diferentes elementos, lo cual produce una nueva manera de ver el mundo que nos rodea:

       Un paisaje no es sinónimo de medio ambiente. Son los sistemas culturales quienes organizan y estructuran las interacciones entre la gente y el medio ambiente.

       El paisaje es una construcción cultural. Son las comunidades quienes transforman los lugares físicos en espacios llenos de contenido.

       El paisaje, al formar parte de las actividades de una comunidad, no solo es un escenario construido por ellos, sino el lugar donde viven y se sustentan.

       Los paisajes son construcciones dinámicas en las cuales cada comunidad y generación imponen su propio mapa cognitivo, y establecen principios organizativos para la forma y estructura de cada sociedad (Anschuetz et al., 2001; Hu, 2012).

      Se podría decir que el paisaje es el reflejo del grado de asociación entre la sociedad y su medio natural; estos pueden dividirse en unidades paisajísticas que proveen espacios explicativos de la dinámica cultural que tuvo lugar; pero antes de conocer dichas unidades se debe definir los elementos que caracterizan determinados paisajes y la manera en que se analizan.

      En otras palabras: esta clase de arqueología de paisaje no trata el ambiente como el telón pasivo de estudios arqueológicos, como señalaba Knapp y Ashmore (1999: 2), por lo general presentados como “una introducción geográfica” a la cultura tradicional de los trabajos históricos. Esto va también más allá del trato del paisaje y el ambiente como el determinante de cultura tan característica en ecología cultural. Knapp y Ashmore (1999: 20) añaden que, al mediar entre naturaleza y cultura, los paisajes son “una parte integral del habitus de Bourdieu”.

      En este aspecto, el paisaje es producto de un sistema que alberga una estructura integral de acciones por parte de los agentes, quienes, a su vez, son limitados por este mismo eje que crean; es, entonces, el reflejo de la relación hombre-naturaleza que nos muestra esa serie de “intercambios que tiñen de significado su espacio habitado” (Marquardt Y Crumley, 1987).

      Por tanto, la labor del arqueólogo es reconstruir los mecanismos de estas interrelaciones, tratar de comprender las racionalidades del pasado, y solo así, entender la complejidad de los hechos culturales con el fin, tal vez, de predecir próximas dinámicas culturales.

      Los objetivos que componen esta estrategia de investigación están muy ligados a la naturaleza espacial de la arqueología, pues “se trata de pensar el registro arqueológico y la cultura material desde una matriz espacial y, simultáneamente, de convertir el espacio en objeto de la investigación arqueológica” (Criado, 1999: 6).

      Al respecto y de acuerdo con Grau (2002 y 2017), la arqueología del paisaje debe enfocarse como un análisis que busque la descripción amplia y multidireccional de los elementos que integran el paisaje para tratar de comprender la sociedad que configura ese espacio y que se interrelaciona con él, y superar, así, el mero análisis fenomenológico o de carácter funcionalista, basado en análisis locacionales u otro tipo de procedimientos mecanicistas.

      Para Criado (1999: 7), el paisaje como producto social está compuesto por tres elementos que configuran una determinada dimensión: el primero es el entorno físico o matriz medioambiental; el segundo, el entorno social o medio construido, y el tercero, el entorno pensado o medio simbólico.

      El entorno físico o matriz medioambiental constituye un primer acercamiento al paisaje; su principal tarea es describirlo mediante la colaboración de especialistas de distintas disciplinas con el fin de crear una plataforma de apertura. El entorno social o medio construido explica cómo el ser humano construye su entorno en relación con otros individuos o grupos. Por último, el entorno pensado o medio simbólico sienta las bases para comprender el proceso de apropiación de lo humano sobre la naturaleza.

      Por su parte, Parcero (2002: 18) divide el paisaje en cuatro dimensiones, y lo estudia desde lo más evidente a lo más sutil como él lo menciona:

      La dimensión ambiental, el paisaje en cuanto espacio físico, “natural”, que preexiste a la acción humana y casi siempre será alterado por ella en distinto grado. Esta primera dimensión es en cierto modo la número 0, pues no es más que la materia prima a partir de la cual se construye un paisaje.

      La dimensión económica supone la forma más evidente e inmediata de efecto de la acción humana sobre el espacio, sobre todo desde una perspectiva arqueológica. Esta dimensión es el resultado de la aplicación de las estrategias sociales destinadas a garantizar la producción de los bienes más elementales para la reproducción de una comunidad.

      La dimensión socio-política se refiere a los efectos derivados en el paisaje de las formas en las cuales los grupos humanos estructuran sus relaciones interpersonales e intercomunitarias. Su efecto en la construcción material de un paisaje determinado es en general más sutil que el de la dimensión anterior, ya que muchas veces no es necesario que exista este efecto para que determinados principios de relación social y política funcionen.

      La dimensión simbólica supone el más complejo de los componentes de cualquier paisaje, pues representa las formas de conceptualizar e imaginar el espacio por parte de una formación social determinada.En el caso de la investigación arqueológica —que trata con objetos puramente materiales— referida a situaciones pasadas —esto es, racionalidades ya inexistentes— y, por añadidura, pre o protohistóricas lo cual implica que no han dejado ningún tipo de registro textual directo— la aproximación a esta dimensión puede parecer totalmente imposible. Esta apariencia no debe impedir, en primer lugar, el reconocimiento de que la reconstrucción de un paisaje dado es siempre incompleta sin esta última dimensión. Pero, en segundo lugar, es posible y gratificante cuando menos el obligarnos a hacer un intento por acceder a ella.

      Estas dimensiones, sugeridas por parcero (2002), se inspiran en las propuestas de Criado (1999), pero a diferencia de este último, solo utiliza dos dimensiones (la dimensión económica y sociopolítica). Se mencionan estas dos dimensiones porque cada una tiene distinto análisis en sig, por lo que es más rigurosa metodológicamente de esta forma.

      Siguiendo el esquema de Criado (1999), desde un punto de vista metodológico, las dimensiones son estudiadas bajo tres apartados; cada uno cuenta con sus características de aproximación y de análisis (véase tabla 1).

       Las formas del espacio (datos).

       La deconstrucción del espacio (análisis).

       El sentido del espacio (resultados).

      Con esta estrategia de investigación se pretende resaltar que la arqueología del paisaje no es solo una nueva versión de la tradicional arqueología, geográficamente inspirada en el estudio espacial de elementos aislados, sino un amplio entendimiento del paisaje como una entidad cultural y conceptual,Que se define como un juego de relaciones entre la gente y los sitios, así como el efecto de estas en lo social, lo político, lo cultural y la vida cotidiana de las personas.

      Tabla 1

       Síntesis de esquema de trabajo en arqueología del paisaje

Arqueología del paisaje Dimensiones del paisaje (Criado 1999) Dimensiones del paisaje (Parcero 2002) Metodología (Grau 2002, 2017) Análisis
Las formas del Espacio. El entorno físico o matriz medioambiental. 1) La dimensión ambiental. A)
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