Juan Genovés. Mariano Navarro

Juan Genovés - Mariano Navarro


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Portugalete o el recuerdo de la impresión de ver el primer Genovés en una colección de cromos, que, como descubrimos luego, el artista conserva en su archivo.

      La visita en 2015 a su exposición en La Coruña –una retrospectiva realizada con los cuadros de su colección personal– nos permitió repasar esas experiencias y sensaciones desde la emoción, pero también desde el criterio y la experiencia profesional de cada uno, que abarca más de cuarenta años de dedicación al mundo de la cultura a través de la crítica de arte en prensa y televisión, la dirección de proyectos en galerías y en el mundo editorial literario y artístico, la docencia y el comisariado de exposiciones. La importancia de su obra, por encima de los lógicos altibajos de una carrera tan larga y fecunda, quedaba allí de manifiesto; también se hacían evidentes sus profundas convicciones democráticas y su conciencia de ciudadanía en los vídeos en los que se hablaba de su vida.

      Aceptamos el encargo para descubrir qué libro era posible escribir. Y si era posible escribirlo a seis manos, tratando de evitar un género concreto, definido. Nos embarcamos en un ejercicio de investigación, en la escritura de un ensayo –en su sentido de prueba– fruto de tres mentes en comunicación permanente, rizomática, donde se mezclaban materiales de archivo, entrevistas, conversaciones, sugerencias y sensaciones; muchas de ellas puramente visuales. El redactor principal –escribirlo a seis manos pronto se reveló improductivo– ha trabajado como un montador de cine. Ello ha permitido, por ejemplo, reunir a distintas personas en conversaciones, montadas cinematográficamente, que no se produjeron tal cual aparecen redactadas, aunque todo lo escrito fue dicho.

      El resultado es consecuencia de un trabajo de “taller” en el que cada uno de los autores ha cumplido una labor necesaria. Es un homenaje a un deseo expreso de siempre por el artista: haber trabajado a la manera de los talleres renacentistas, rodeado de colegas empeñados en un objetivo común, en el que además de pintar se debatiera y discutiese sobre el arte y la vida. Ha sido, eso sí, un taller en el que a menudo, escuchando a Juan Genovés, nos hemos sentido alumnos aplicados que, tras oír al maestro, saben más de la vida y del arte que antes de escucharle.

      Este libro debe su existencia a muchas personas. A las que escribieron sobre el artista a lo largo de los años, muchos de ellos aquí citados, y a aquellas que han compartido sus recuerdos e ideas con nosotros en numerosas entrevistas. A todos ellos, gracias. Nuestro especial reconocimiento a Eduardo Arenillas, que contribuyó generosamente con sus vivencias y con valiosos materiales de la Asociación de Artistas; a Pierre Levai, por encontrar tiempo para conversar con nosotros; a Eduard Genovés, por su franqueza, modestia y simpatía, y a Leonardo Villela, que nos facilitó con afectuosa eficacia el uso de los materiales del archivo del artista. Y nuestro agradecimiento, por su permanente disponibilidad, a Ana, Silvia y Pablo Genovés –de quien surgió la propuesta de escribir este libro– y, muy especialmente, a Adela Parrondo, cuya presencia ética permea a toda la familia y al protagonista de este libro: Juan Genovés, ciudadano y pintor.

      Mariano Navarro

      Armando Montesinos

      Alicia Murría

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      Los Genovés

      “¡Lo que nos pase que nos pase a todos juntos!”, corrige Eduard, “y nos quedamos”.

      El miedo durante la Guerra Civil y la interminable dictadura marcó, según confesión propia, la vida y la obra de Juan Genovés. La solidaridad, un inquebrantable nudo familiar y un admirable sentido de la dignidad y del derecho a la libertad distinguieron, y distinguen, a quienes conformaron las familias de los Genovés Candel y conforman hoy la de los Genovés Parrondo.

      De la primera conservamos únicamente los recuerdos personales de Juan y Eduard y algunas notas de familiares próximos, como su primo el escritor Paco Candel. De la segunda, el testimonio vivo de sus integrantes: Adela Parrondo y, lógicamente, Juan y sus tres hijos, Pablo, Silvia y Ana; aunados los cinco por varios denominadores comunes: su dedicación al arte, su independencia personal, lo cosmopolita de su espacio vital –Pablo conjuga estancias en España y Berlín; Silvia desarrolla su carrera desde su residencia en Barcelona, y Ana vive y trabaja desde hace años en Londres– y una conciencia política que, proveniente del padre de Juan, han heredado él mismo y quienes le rodean.

      Pablo Genovés tiene actualmente cincuenta y ocho años y es el más conocido como artista de los tres hermanos. Con una larga trayectoria, primero como fotógrafo profesional y, desde finales de los años ochenta, como artista que se sirve principalmente del soporte fotográfico, mantiene un diálogo constante con la pintura. En su obra de los últimos años superpone dos o más imágenes de distinta procedencia y naturaleza, extraídas todas de viejas postales y fotografías en blanco y negro y, excepcionalmente, algo coloreadas. Lo que construye en cada imagen es una metáfora de la destrucción de la cultura, de sus signos y señas de poder e identidad.

      Un juicio este del quebrantamiento, o la destrucción de la cultura, bien desde el ejercicio político, bien desde el desentendimiento social, que forma parte del ideario perpetuo de Juan Genovés.

      Dos años menor que Pablo, Silvia es la más ecléctica en sus actividades artísticas, pues conjuga el teatro con la performance, la plástica, el vídeo, la joyería –un arte que, como veremos más adelante, practicó su padre– y la producción televisiva. Junto a su marido, Ramón Colomina –conocido como Tornasol en sus colaboraciones en la revista El Víbora–, su hija Lu Colomina, Paloma Unzueta y el hijo de esta, Nahuí Domínguez, integran el grupo teatral El Gusano Impasible.

      Ana, la hermana más pequeña, nacida en 1969, es actualmente una reconocida escultora, aunque practica también la pintura y la fotografía, que ha desarrollado toda su carrera en Gran Bretaña. Licenciada en el Chelsea College of Art and Design y con un posgrado en la Slade School, en 2015 fue finalista del prestigioso premio de arte Max Mara para mujeres.

      Reunidos en casa de Juan Genovés, conversamos con Adela Parrondo, Pablo, Silvia y Ana. “Mi familia no era nada artística”, comienza Adela. “Mis padres eran comerciantes, y lo del arte era más bien una rareza. Mi padre tenía negocios y quería gente para los negocios. Yo era hija única. En realidad, no tuve una infancia feliz. Fui bastante infeliz. Me influyeron en que me gustara el arte las profesoras del colegio. Muy buenas en dibujo, en filosofía, en arte… Yo, aunque me he dedicado a ella, lanzo un piropo a la enseñanza, porque mis profesoras hicieron mucho por mí. Decían: ‘Pues no se te da mal dibujar, podrías hacer Filosofía y Letras o arte’. Me decidí por la Escuela de Bellas Artes, animada por ellas. Me concedieron una beca y me matriculé en una escuela. La gente se preparaba allí, en un taller; no fui a Bellas Artes hasta después. Para mis padres, una rareza; me dejaban hacer lo que quería y confiaban en mí porque había sido muy estudiosa y había tenido muy buenas notas en bachillerato. Eran personas sin ninguna preparación intelectual, pero eran inteligentes”.

      “Te dejaron hacer”, apostilla su hija Ana, “porque eras chica, que si hubieses sido hombre…”.

      “Yo tenía facultades para el arte”, prosigue Adela, “pero no


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