Elogio de la edad media. Jaume Aurell i Cardona
de modo ocasional el Danubio e incluso se adentraron en los Balcanes y el Peloponeso. Poco después llegaría la amenaza de los ávaros, que eran presionados a su vez desde el este por hunos y kazaros. En el frente sudoriental, las tensiones con los persas se acrecentaron, pero finalmente Justiniano pudo mantener intactas las fronteras del imperio.
Tras el fallecimiento de Justiniano, el imperio oriental estuvo a punto de sucumbir, asediado por los enemigos exteriores, desestabilizado por sus tensiones internas y ahogado por su propia economía. Era necesaria una restauración, que asumiera con convicción la tradición recibida de Roma, pero que al mismo tiempo fuera capaz de generar una cultura autóctona, griega, helenística y ortodoxa, con la suficiente entidad y originalidad como para garantizar una larga duración. Esa tarea fue obra del emperador Heraclio (610-641), bajo cuyo gobierno de hierro Bizancio acabó decantándose por lo helenístico y griego, frente a lo romano y latino. Heraclio no fue un emperador que se caracterizara precisamente por impulsar la cultura, puesto que se centró sobre todo en la defensa de las fronteras del imperio. Pero en las postrimerías de su reinado, el Imperio romano de Oriente había adquirido las características específicas que harían de Bizancio un imperio milenario, con su particular legitimación política, su organización institucional, su estructura económica, su jerarquía militar, su centralidad de la religión, y su cultura propia.
La obra legislativa de Justiniano y la defensa militar de Heraclio reflejan con claridad los dos pilares sobre los que se asentó la extraordinaria longevidad de Bizancio desde su fundación hasta su caída en 1453: el tradicionalismo y la autocracia. Las diversas dinastías que se sucedieron a partir de la justiniana y heraclida se esforzaron por mantener esa tradición, y Bizancio experimentó una segunda edad de oro durante la época de la dinastía macedónica a lo largo de los siglos IX y X.
La lectura global que se puede hacer de Bizancio es un tradicionalismo de réditos culturales muy originales, manifestados por ejemplo en el arte de los iconos, la labor de los monasterios o el desarrollo de unas ricas ceremonias, tanto civiles como sacras. Sin embargo, por lo general, su reacción ante las innovaciones le impidió expandir su civilización, a diferencia de lo que estaban consiguiendo la cristiandad occidental y el islam. Especialmente significativo de este retraimiento es la escasa aportación bizantina a la filosofía y la ciencia, en obvio contraste con otras culturas contemporáneas como la islámica, la judía, la india y la china. Aunque mantuvieron la prosperidad del comercio de sus ciudades, apenas pudieron contribuir a las innovaciones técnicas y financieras. Bizancio quedó aprisionada entre las espasmódicas expansiones que de modo periódico le llegaban desde el este, promovidas por las diversas naciones islámicas, y la consistencia cada vez mayor de las monarquías occidentales y sus crecientes intereses mediterráneos.
Bizancio llegó a ser un lugar bastante impermeable a las migraciones, pero particularmente condescendiente con el progresivo asentamiento de la población eslava, proveniente del norte (las actuales Ucrania y Rusia), que se expandió por Grecia, buena parte de los Balcanes y la zona de la actual Bulgaria. Esto tendría una especial incidencia en el futuro, porque la zona de influencia griego-bizantina se fue identificando, de hecho, con la de las diversas ramas de la etnia eslava, desde Grecia a Rusia.
Esta nueva civilización eslavo-bizantina heredó, sobre todo, y no siempre con resultados positivos, la sacralización del emperador. Acarreó una tendencia a la autocracia, el despotismo y la tiranía por parte del soberano, cuyas acciones se podían justificar política y religiosamente, aunque fueran injustas o despóticas. Estas tendencias fueron acentuándose con el tiempo. Los dos bloques que constituyeron la Guerra Fría del siglo XX (USA-URSS) son un buen reflejo de la diferente evolución entre un Occidente democrático y un Oriente despótico. En la época contemporánea, esta dualidad se ha proyectado en el desarrollo de muy diferentes ideologías, liberal en Occidente y comunista en Oriente. La asunción del título de basileus por parte del emperador bizantino, con toda su carga semántica y simbólica, implicó la progresiva sumisión de la jerarquía eclesiástica al emperador. Esto generó a su vez notables anomalías con respecto a la natural autonomía entre el ámbito temporal y el espiritual, unos desajustes todavía hoy bien visibles en algunos de esos países de tradición eslava y ortodoxa, como el cesaropapismo ruso, la violencia religiosa serbia o el clericalismo griego.
Con el paso de los siglos, Bizancio se fue encerrando en sí misma, refugiada visceralmente (y cada vez más anacrónicamente) en una tradición que veía amenazada de continuo por los frentes latinos e islámicos. La profunda divergencia entre el catolicismo y la ortodoxia le fue alejando de Occidente, lo que le privó de su conexión natural con la cristiandad y la pérdida de unos aliados indispensables en su enfrentamiento con las potencias islámicas del entorno. Esta separación se formalizó al fin en el cisma entre católicos y ortodoxos del año 1054, promovido por el patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, cuyos efectos duran hasta hoy. Más adelante, la conquista de Constantinopla por los cruzados en 1204 fue un terrible acontecimiento para toda la cristiandad, pues los cruzados se desviaron de su auténtico objetivo, la ciudad sagrada de Jerusalén, por codicia y ambición. Pero confirmó que la ruptura confesional entre Oriente y Occidente hundía sus raíces en el desarrollo de unas tradiciones culturales muy diversas. En el segundo frente, Bizancio vio reducido progresivamente su territorio ante el empuje de las sucesivas potencias islámicas (de los abasíes a los turcos), hasta su efectiva desaparición tras la conquista de Constantinopla en 1453.
Pero, más allá del futuro que le esperaba a Bizancio, esta escena finaliza con la conquista de Jerusalén por los musulmanes en 637. En el siglo XII, el cronista Juan Zonarás reconocía el considerable eco del impacto psicológico y la sorpresa por la fulgurante expansión islámica: «Desde entonces, la raza de los ismaelitas no cesó de invadir y saquear todo el territorio de los romanos». El gran militar que fue Heraclio no tuvo ni siquiera demasiado tiempo para lamentarse. Falleció solo cuatro años después. En su lecho de muerte, se preguntaba de dónde había surgido este nuevo actor de la historia.
ESCENA 4
Mahoma
Cuando llegó la noche en que Dios honró a Mahoma con su misión y mostró misericordia sobre sus siervos, Gabriel le dio el mandamiento de Dios. «Él vino a mí», dijo el apóstol de Dios, «mientras yo dormía, con un manto de brocado donde se encontraba una escritura, y dijo, “¡Lee!”. Yo dije, “¿Qué debería leer?”. Me apretó fuertemente, tanto que pensé que estaba muerto, y luego me soltó y me dijo, “¡Lee!”. Yo dije, “¿Qué debería leer?”. Me apretó otra vez para que yo pensase que estaba muerto, entonces me dejó ir y dijo, “¡Lee!”. Yo dije, “¿Qué debería leer?”. Me apretó por tercera vez para que yo pensase que estaba muerto y dijo, “¡Lee!”. Yo dije, “¿Qué debería leer?”. Y esto lo dije solo para librarme de él, para que no me hiciese lo mismo otra vez. Él dijo: “Lee en el nombre de tu Señor, ¿Quién creó al hombre de sangre coagulada? ¡Lee! Tu Señor es el más benéfico, ¿Quién enseñó por la pluma? Enseñó lo que ellos sabían no para los hombres”. Así que lo leí, y él se apartó de mí. Y me despertó de mi sueño, y era como si estas palabras fuesen escritas en mi corazón».
(Cueva de Hira, cerca de La Meca, 610. Ibn Ishaq, Vida de Mahoma).
ESDE CONSTANTINOPLA hasta La Meca, la acción se traslada ahora a un lugar insospechado, que se constituirá, algo misteriosamente, en el centro del mundo, por lo menos hasta la coronación de Carlomagno. El biógrafo Ibn Ishaq relata el inicio de las revelaciones de Mahoma un siglo después de que hubieran sucedido. Habría recibido estas noticias por tradición oral y decidió ponerlas por escrito para fijar esa tradición. Las analogías que esa revelación guarda con las narraciones judías y cristianas de la Biblia son patentes. Gabriel es el mismo ángel que reveló a María, la madre de Jesús, que concebiría un hijo que sería también el Hijo de Dios. Los tres avisos del anunciador son como aquellos de los sueños del profeta