Los géneros comunicativos universitarios: orales y escritos. Pedro Luis Barcia
es esencial. Todo texto es una reductio ad unum, es decir que es unitivo, coherente, en su acepción. Como el sentido que subyace en todo texto es lo que le da coherencia, develarlo es clave para su comprensión. El objetivo final es, pues, el sentido del texto, no de una frase o de un párrafo. Texto, a la luz de esta acepción, son tanto la Odisea como un meme viralizado en Internet; o un refrán, un discurso o conferencia, “El dinosaurio” de Monterroso, una película, una receta de cocina o un manual para la comprensión textual.
Es decir que texto es desde el grito de “¡Auxilio!”, constituido por una sola palabra oral —que comunica un pedido de ayuda en medio de una situación de peligro de alguien—, hasta Las mil y una noches.
En cuanto a lectura, cabe recordar que la raíz indoeuropea leg- alude a la ‘reunión’ o ‘conjunción’. Se mantiene en griego: leguein, y en latín: lego. Lego es ‘elegir, leer y recoger’. Legere oculis: ‘recoger las palabras con los ojos’.
Si atendemos al DLE, registra varias acepciones. Veamos algunas:
1. Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados.
2. Comprender el sentido de cualquier tipo de representación gráfica. “Leer la hora, una partitura, un plano”.
3. Entender o interpretar un texto de determinado modo.
4. Descubrir por indicios los sentimientos o pensamientos de alguien o algo oculto que ha hecho o le ha sucedido. “Puede leerse la tristeza en su rostro”. “Me has leído el pensamiento”. “Leo en tus ojos que mientes”.
5. Adivinar algo oculto mediante prácticas esotéricas. “Leer el futuro en las cartas, en las líneas de la mano o en una bola de cristal”.
6. Descifrar un código de signos supersticiosos para adivinar algo oculto. “Leer las líneas de la mano, las cartas o el tarot”.
Como se advierte, la primera acepción es la referida al texto escrito. Pero la segunda acepción se desplaza al lenguaje gráfico, la lectura de la hora en la esfera de un reloj o de la música en una partitura. La tercera acepción registra la interpretación que se haga de un texto de cualquier naturaleza. La cuarta sugiere la lectura “a través de”, es decir, la revelación que los signos expresan de un plano escondido: la tristeza, como contenido sentimental, o el pensamiento, como contenido mental, en una lectura gestual (rostro) o expresiva (ojos). La quinta y la sexta acepciones desplazan esa lectura a lo incognoscible: el futuro y el destino a partir del ejercicio de la adivinación.
La variedad de acepciones que nos ofrece el DLE pone en claro lo estrecho de reducir la lectura al texto escrito.
Leer es un proceso de descodificación de los signos de un mensaje organizado según un sistema de comunicación determinado.
Definido esto, podemos decir que leemos un texto gestual, un texto oral, un texto gráfico, un texto fotográfico, un texto literario, un texto fílmico, etc., y que procuramos su comprensión.
Todos los tipos de textos comprendidos en la definición exigen dos cosas: lectura y comprensión. Entendemos por lectura la descodificación de los mensajes comunicativos a través de cualquier vía (desde un mensaje criptográfico o uno en código de banderas hasta el Quijote). Se lee un mensaje en todos los casos, y la lectura exige comprensión. De modo que, en todos los casos, enfrentamos la necesidad de la comprensión lectora.
5.1. Tipología textual
La más simple de las clasificaciones de textos los ordenaría así:
1. Informativos
2. Reflexivos
3. Históricos
4. Didácticos
5. Explicativos
6. Persuasivos
6. Escuchar y hablar, leer y escribir
De las cuatro capacidades que se suponen básicas para el manejo diestro del sistema lingüístico: hablar y escuchar, leer y escribir, la atención de la educación se ha centrado en la segunda dupla, leer-escribir, dando como manejada, por naturaleza, la primera: escuchar-hablar, capacidad, en apariencia, enseñada y aprendida en el seno familiar.
Las cuatro destrezas lingüísticas deben desarrollarse en nuestro sistema educativo coordinadamente, porque unas influyen en las otras. Las cuatro se articulan y son complementarias. Leer no es descodificar grafemas y sonidos: es comprender mensajes. Escribir no es codificarlos: es comunicarse.
Lo cierto es que este grave error ha generado una seria desatención —lo reiteramos— de lo que es fundacional en el manejo de la lengua: la oralidad, en sus dos caras, en la enseñanza de la escucha atenta y en la de la expresión verbal. Esta postura ha acarreado graves consecuencias en todos los terrenos didácticos.
A medida que se incorpora al aprendizaje de la lectura, se irá sumando y creciendo el porcentaje de práctica necesaria de descodificación de textos escritos. Pero, por más que esa práctica lectora de lo escrito avance, quedará muy por debajo de la comprensión por vía auditiva, de la oralidad, que seguirá siendo, durante toda la vida de la persona, la atención mayor en el manejo del sistema lingüístico de comunicación (salvo, claro, que ingrese a cartujo o carmelita con voto de silencio).43
7. Una restauración necesaria: Lectura y Comentario de Textos
Desde 1970, en nuestras universidades se fueron desplazando de los planes de estudio estos valiosos cursos de Lectura y Comentario de Textos, en aras del crecimiento de asignaturas teóricas. En las Facultades de Humanidades, se procedió —y no ha habido retorno— a desplazar dichos cursos para hacer sitio a materias puramente teoréticas. El cambio respondió a una actitud ideologista bien definida: la realidad interesa menos que la teoría. Es la inversión de la sabida frase de Sarmiento —variación de Fourtol o de quien haya sido la frase— On ne tue point les idees, que en su primera versión el mismo Sarmiento tradujo como “Las ideas no se matan”, optando más tarde por “Las ideas no se degüellan”, con alusión al procedimiento de liquidar a los prisioneros enemigos (en ambos bandos había degolladores profesionales, no era arte federal exclusivo).44
En nuestros días, se ha avanzado por un procedimiento similar pero invertido: en vez de la realidad degollar a las ideas, fueron las ideas las que degollaron a la realidad. Y así se suprimieron materias en que se tocaba la realidad en ella (libros, documentos, testimonios reales), como las literaturas y los cursos de lectura y comentario. Hubo cursos de lectura y comentario de textos literarios, históricos, filosóficos, científicos, etc. Pero lo cierto es que se produjo lo que llamaría “el degüello de las realidades”.
Las competencias lectoras no son universales aplicables a todos los textos indiferenciadamente. El alumno debe aprender a leer textos con diversas dificultades crecientes y no siempre lo puede lograr por sí mismo y, en modo creciente, necesita asistencia para ello.
Es imprescindible que las autoridades de cada universidad presten atención a esta realidad y busquen la solución a este problema. Si la casa universitaria recibe, por promedio, más de la mitad de sus ingresantes, carenciados en la comprensión textual, cabe asumir esta realidad y darle respuesta. Estimamos que una vía efectiva que contribuiría a modificar esa situación es la restauración de los cursos de Lectura y Comprensión de Textos.
Y decimos restauración en medio de las sobreabundantes propuestas educativas de innovación. Este vocablo ha cobrado un peso notable y aparece en todos los discursos pedagógicos que aspiran a modificar la deteriorada condición de nuestro sistema educativo. Este deslumbramiento por la innovación responde al radicado rasgo identitario argentino del neofililismo: lo nuevo es bueno, aunque no esté debidamente probado, como está ocurriendo con la mayoría de las propuestas que abundan en el supermercado pedagógico.45
Cabe, frente al deslumbramiento de lo innovador, rescatar y restaurar muchos procedimientos y vías pedagógicas que supimos asumir en nuestra historia de la educación y que rindieron generosa y probadamente lo suyo en nuestra historia educativa, pero que fueron barridos por la