¿Dónde están mis orgasmos?. Francis Aurò

¿Dónde están mis orgasmos? - Francis Aurò


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sacas de los libros lo que te enriquece.

       Es lo que el libro consigue sacar de ti

      El monje que vendió su Ferrari

      Robin Sharma

      Ni que sea una sonrisa…

      Francis Auró

      Capítulo 1

       ¿¡Perdona!?

      —Te has corrido dos veces… —dijo mientras mostraba su amplia sonrisa perfecta, orgulloso del trabajo realizado.

      Me limité a sonreír, sin más. Había sido una buena partida, sí…

      Pero… creo que no me he corrido…

      Vamos, diría que no me he corrido en la vida…

      En aquel momento mi cabeza estaba más pendiente de ver cómo acababa la noche y de si volveríamos a quedar, que de lo que me acababa de decir.

      Pero a la mañana siguiente empecé a pensar:

      ¿Qué ha pasado para que diga que me he corrido? Y lo más misterioso: ¿cómo puede ser que él se entere de que me he corrido y yo no?

      Estaba flipando.

      Aquel comentario marcaría un punto de inflexión y me haría empezar a pensar de otra manera en mi placer sexual…

      Nunca antes había hablado de orgasmos con mis amantes; ni de los suyos, que eran evidentes, ni de los míos…

      Es que yo creo que no me corrido nunca…

      El “creo” ya daba muchas pistas de que, efectivamente, no me había corrido.

      Recordaba haber leído en una revista femenina “Basta ya de fingir orgasmos”.

      ¿Estoy fingiendo mis orgasmos? ¡Pero si no sé si los tengo!

      A mí me gusta el sexo, me excito, siento que mi excitación sube pero… No hay más… El juego termina cuando el tío se corre… GAME OVER, ¿no?

      No había subidón con traca final ni tampoco me había planteado que lo tuviera que haber. Yo me lo pasaba bien… a mi manera, haciéndolo como sabía.

      Claro que había leído sobre el placer de la mujer, sobre orgasmos, porque de alguna manera sentía que me faltaba algo, pero no llegaba a integrar lo que leía, y como tampoco me parecía tan trascendental en mi vida, le daba, más bien, poca importancia.

      Así que, a pesar de que había intentado aprender alguna cosa al respecto, al final siempre acababa haciendo sexo de la misma manera de siempre… Que era, básicamente, como había visto en las pelis… Aquellas en las que salían dos rombos… Tremendo referente el mío.

      Suponía, por lo que había visto, que lo normal era una secuencia del tipo besos, desnudo, el hombre le toca-come las tetas a ella, ella gime, el hombre hunde su cara en la entrepierna de ella (esto no en muchas pelis), ella gime y acto seguido él introduce su pene en la vagina y empieza a empujar, cada vez con más fuerza a lo que ella responde gimiendo también cada vez con más fuerza hasta que ambos parece que culminan su placer y se abrazan. Y todo esto en menos de cinco minutos.

      Cinco minutos, siendo generosa.

      Yo no era como “ellos”. No había un éxtasis final con eyaculación culminando ese placer.

      Pero nosotras no tenemos eso, ¿verdad? ¿O sí? ¡Yo qué sé!

      Algo más había aprendido con los cómics porno que mi primo tenía en casa de los abuelos. En uno de estos vi por primera vez cómo una lengua tocaba una vulva. El chico, con cuidado, levantaba la falda de la chica (que no llevaba ropa interior). Tenía la lengua bien estirada mientras sus manos aguantaban la falda levantada; la chica envuelta de placer al sentir la punta de esa lengua tocar su vulva…

      Y a mí me encantaba notar la lengua de mi amante en mi vulva, pero no pasaba nada “diferente” después de unos cuantos lametazos… Con lengua o sin ella acababa sintiendo más-de-lo-mismo-de-siempre.

      Ahora, de repente, tras aquel comentario, sentía que efectivamente me estaba perdiendo algo…

      ¿Por qué ellos siempre se corren y yo no?

      ¿Qué hago mal? ¿Algo está mal en mí? He leído alguna cosa sobre orgasmos femeninos… O sea: los tenemos… ¿O son ciencia ficción?

      ¿O quizás son los hombres con los que he estado los que hacen algo mal?

      ¿Y qué es lo que hacen mal?

      ¿Qué falla? ¿Qué me estoy perdiendo?

      ¿¿Dónde están mis orgasmos?

      Capítulo 2

       Junio

      El hombre detector-de-mis-dos-orgasmos era un tipo atractivo que ya pasaba de los cuarenta.

      Su sonrisa apareció un día delante de mi mesa. Venía a entrevistarse con Ferran, el director del despacho donde yo trabajaba como abogada.

      —Buenos días, estoy buscando a Ferran. ¿Sabes dónde lo puedo encontrar? Tengo una cita con él.

      Pues no me importaría que tuvieras la cita conmigo…

      Tenía los ojos verdes (no sabía qué tenían los ojos verdes, que conseguían hipnotizarme) y su voz era profunda, como la de un locutor de radio. Su mirada entró directamente al fondo de mi cerebro y aquella voz me generó un agradable cosquilleo que recorrió todo mi cuerpo.

      Estaba en aquel momento de mi vida… Un tanto revolucionada y con ganas de conocer gente nueva y hacer cosas diferentes de las que había hecho siempre:

      La pareja de siempre, el trabajo de siempre, las rutinas de siempre…

      Un año antes, a los treinta y siete, decidí empezar por romper con mi pareja de siempre y padre de mis dos hijos (un niño y una niña, mellizos).

      Bueno, para ser exactos, fue él, Alex, quien tomó la decisión, pero con el tiempo cada vez tenía más claro que me había hecho un favor.

      Teníamos una vida “normal” y aparentemente nada que hiciera presagiar aquel desenlace. Los dos trabajando, nuestra hipoteca, los niños, las salidas de los findes, nuestros amigos…

      Una tarde, dos semanas después de las vacaciones de verano, Alex me preguntaba en la cocina mientras preparábamos la cena:

      —Sara, ¿tú eres feliz?

      Estaba cortando tomate para la ensalada y le contesté despreocupada, sin dejar de cortar:

      —¿Yo? Sí. Claro.

      —Quiero decir… que si estás contenta con la vida que tienes. —Hizo un silencio de unos segundos—. Es que yo… yo… yo no.

      Levanté la vista del tomate y lo miré como quien mira un extraterrestre.

      —¿…? ¿Qué quieres decir, Alex?

      Sus ojos empezaron a divagar por la cocina, hasta que se encontraron con los míos.

      —Quiero decir que… Sara, tú eres una persona estupenda y, te quiero, mucho, pero… pero no como pareja.

      Miré hacia el comedor, esperando que los niños no estuvieran escuchado aquella conversación. Alex siguió, con la voz nerviosa.

      —Creo que eres una madre fantástica y he sido muy feliz contigo, pero siento que esto nuestro no funciona, y no me parece justo para ti ni para mí seguir así.

      ¿Así cómo? Pero si estamos bien, acabamos de volver de las vacaciones, tenemos una convivencia buena, nos entendemos, hacemos cosas los cuatro juntos…

      ¿Dónde está la cámara oculta?

      Yo no entendía nada…

      —Vamos a hablarlo, Alex —le dije.


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