¿Dónde están mis orgasmos?. Francis Aurò
se había portado muy bien, dejándome llegar o salir con un poco de margen para poder atender a mis hijos mientras nos adaptábamos a la nueva situación.
Mi compañera Carmen siempre decía que Raquel tenía la vida ideal: solo tenía que preocuparse por ella misma. Sin hijos, sin pareja, sin obligaciones después del trabajo, con un buen sueldo… Yo, algunos días la envidiaba y otros… otros no.
Estar entretenida en C&C me hizo olvidar al guaperas de la voz penetrante y sin darme cuenta llegó la hora de comer.
Era jueves. Los jueves comía con Marta en un local muy mono de comidas preparadas que teníamos a dos manzanas del despacho. Me encantaba no tener que prepararme la comida la noche del miércoles. Era como un premio a mitad de semana :)
Marta era como una hermana para mí. Nos conocimos en la facultad de Derecho.
Le voy a contar lo del tío-de-voz-penetrante…
¿Cómo se llamará? ¿De qué conocerá a Ferran?
Aunque, realmente no hay nada que contar… mira que soy panoli…
Quedábamos a las 13:50 delante de una tienda de decoración a medio camino del despacho y el restaurante, así si alguna tenía que esperar se entretenía mirando el escaparate. En aquella tienda había siempre unas cosas monísimas, pero era muy cara, con lo que no había riesgo de compra impulsiva, a priori…
Le di “Enviar” al correo con los balances de C&C, me puse mi crema de labios rosa, pillé chaqueta y bolso y bajé por las escaleras, todo lo rápido que me dejaban mis tacones de cinco centímetros.
—Hombre, Sara, ¿qué tal? ¿Hora de comer? —me interrumpió su voz. Salía con tanta prisa que no me di cuenta de que el hombre-de-voz-penetrante estaba de pie en el hall del edificio.
—¡Ay! ¡Hola! —le contesté cogiendo aire.
—Estoy esperando a Ferran para ir a comer. Se ha quedado atendiendo una llamada…
—Sí, yo también salgo a comer ….
—Por cierto, Sara —nos quedamos tres segundos mirándonos en silencio—, ¿te apetecería… quedar a tomar algo conmigo un día de estos?
Casi se me caen las bragas al suelo (lamento la frase, pero expresa perfectamente mi sorpresa al oír su pregunta).
No fui capaz de contestar emitiendo sonidos, pero supongo que mi mirada le dijo que sí sin mi permiso consciente…
—Toma, en esta tarjeta tienes mi número… y, espera que me apunto el tuyo… A ver… Sí… ya. Dime.
Le di mi número de teléfono sin más y me dirigí hacia la salida.
—Disculpa, ¿cómo te llamas? —Me giré para preguntarle antes de abrir la puerta.
—Adrián, me llamo Adrián —dijo sonriendo.
—De acuerdo, Adrián. Hasta pronto. Y me fui como si aquello me pasara cada día, aunque por dentro estaba como un blandiblú.
(Mis hijos ahora lo llaman slime).
Capítulo 3
¿Qué me estoy perdiendo?
Hola Sara, ¿te acuerdas de mí?
Soy Adrián.
Estaba pensando que podríamos
tomarnos algo esta tarde.
Si me das una dirección
Te recojo a eso de las… ¿19:30?
Oh, my God!!
Cuando leí estos dos mensajes el viernes a la hora del café no les daba crédito.
¡¡Qué fuerteeeeee!! Creo que tengo taquicardia.
¿Y ahora qué le digo?
¿Y si es un loco pirado? A ver, lo conoce Ferran, siempre le puedo preguntar…
Pero es que en realidad no lo conozco de nada.
Pero me resulta tremendamente atractivo… y dice que me pasa a recoger…
Pues ¡¡ME ENCANTA!!
Eran las 11. Le contesté a las 11:30. Le di vueltas a ver cómo le contestaba. Aunque fuera una chorrada, estaba nerviosa.
¡Hola Adrián!
Pues vale, me parece bien.
Pero me iría mejor quedar hacia las 20
Ya me dices!
Si de algo me había servido separarme era para volverme más decidida a la hora de pasar a la acción. Me había visto en la necesidad de tomar decisiones sola de nuevo… y en lo que a hombres se refería no pensaba quedarme en la duda continua si, de entrada, me parecía alguien interesante. Total, ¿qué era lo peor que me podía pasar? ¿Que no me gustase? ¿Que no le gustase? Pues perfecto, así ya lo sabía.
Ok.
Dime dónde te recojo
Concho, demasiado bonito. Y le ha puesto acento al “dónde”.
A ver con qué tara viene la criatura… Porque todos venimos con alguna de serie…
Le dije a Marta que me llamara a eso de las diez por si el tío resultaba ser un pesado. Era una llamada “trampa” para tener una excusa y largarme de manera poco violenta, o sea, para no tener que decirle “Oye, mira, no te lo tomes a mal, pero no me gustas nada y ya me quiero marchar”. Al final todos tenemos nuestro corazoncito y me parecía menos violento para mí y para él decírselo al día siguiente con un mensaje… menos violento, sobre todo para mí.
…
Hoy quizás directamente en la cita le diría que no hay feeling.
Muchas gracias por tu tiempo, pero me piro ya. Adiós.
Aunque cruzando los dedos para que la otra persona no pronuncie el temido ¿por qué? Llevo fatal tenerme que justificar.
Bueno, realmente hoy no sé qué haría: una tiene días para todo y me permito cambiar de opinión.
…
Estaba excitada.
No era mi primera cita después de separarme, pero quedar con alguien que te gusta siempre te pone algo nerviosa. Yo lo vivía como cuando me comía un Peta Zetas de pequeña: tenía la sensación que me saltaban chispas por dentro.
No sabía qué ponerme. Me apetecía lucirme pero a la vez ser discreta… para dejar trabajar a la imaginación…
Aquella semana se había empezado a notar ya el calor, y pensé lucirme en un vestido color verde cocodrilo (me gusta más llamarlo verde cocodrilo que verde militar) de tirantes, escotado y largo hasta el tobillo. Y lo combiné con unas bambas blancas, para desenfadar el look.
La primera vez que recuerdo haber visto la combinación falda-con-bambas fue en la serie Luz de luna, a la protagonista, Maddie. Me encantaba aquella serie cuando era niña. Me sentía muy yo en aquel vestido-con-bambas.
Adrián llegó puntual. Aparcó encima de la acera para saludarme y nos dimos dos besos de cortesía.
—Vamos. He pensado en ir a un local con una terraza muy chula, no muy lejos de aquí.
Me pasaba el día organizando la casa, los niños, comidas… así que estaba encantada de que me llevasen y dejarme sorprender, sin tener que pensar yo en nada.
Adrián era de conversación fácil y muy agradable.
La conversación, su voz, el entorno… aquella cerveza me supo a gloria. Se notaba que los dos estábamos muy a gusto.
—Conozco una pizzería a dos minutos. ¿Te parece si cenamos algo juntos? Yo tengo hambre.
No me imaginaba nada mejor en aquel momento. Me apetecía