¿Dónde están mis orgasmos?. Francis Aurò
disgustos conseguían cerrarme el estómago. De siempre.
Pero había niños que querían cenar, así que esperamos a meterlos en la cama para retomar la conversación.
Aparentamos normalidad absoluta mientras los niños cenaban. Yo miraba a Alex buscando una explicación a lo que acababa de decirme, pero no encontraba respuesta alguna en su mirada.
Él se encargó de ponerlos a dormir, yo estaba demasiado nerviosa.
Mi cabeza estaba a punto de explotar.
¿Se ha enamorado de otra…? Alex no, no puede ser. Nos queremos…
Pero Alex ya había tomado una decisión cuando me lo contó. No había opción a réplica y no había terceras personas, según él.
De alguna manera la conversación que tuvimos aquella noche se borró de mi memoria.
Solo recuerdo mis ojos llorosos, el nudo en la garganta, y ya en el baño, a solas, el tener que respirar como si me faltase el aire mientras lloraba desconsolada, intentando no hacer ruido.
Recuerdo sentir como si la tierra se abriese y yo cayera por un agujero oscuro y sin fin, sin poder hacer nada.
En un mes se había ido de casa. En dos meses me mudaba yo también. Mi vida, como la conocía, desaparecía.
No paraba de culpabilizarme, de intentar pensar qué podía haber hecho diferente para no acabar así. Me atormentaba imaginarlo con otra mujer, solo pensarlo, me desmontaba por dentro. Me atormentaba imaginarme sola.
Una mañana, en la cafetería que hay debajo del despacho, donde entraba a tomar el café antes de empezar a trabajar, escuché la conversación entre dos chicas jóvenes, en la mesa de al lado:
—¡Deja de rallarte! Si te ha dejado por otra lo sabrás en un tiempo… o no. Y además, ¿qué mas te da? Olvídate de él. Peor hubiera sido que te dejase por un tío…
Me gustó la simplicidad del pensamiento y no pude evitar pensar en Alex con un tío… La imagen desapareció rápido al recordarnos haciendo el amor.
Imposible. Me habría dado cuenta…
Alex decía que no es que se hubiera enamorado de otra persona. Simplemente se había desenamorado de mí.
Yo también tenía que dejar de rallarme.
Cuando nos teníamos que encontrar y lo miraba, era como si estuviese viendo a otra persona, no reconocía en aquel hombre al Alex del que me enamoré.
No sé si yo soy la misma de la que él se enamoró…, me preguntaba, porque hacía tiempo que no me miraba desde esa perspectiva.
Hacía tiempo que no me miraba desde ninguna perspectiva: mi vida se basaba en mis hijos, mi trabajo, la casa, mi marido… y estaba contenta.
Pero no tenía muy claro dónde se había quedado Sara, ni tampoco me lo preguntaba.
En realidad, si era sincera conmigo misma, hacía tiempo que Alex y yo no teníamos la misma química. Ni el mismo sexo… aunque esto no me parecía tan raro: los dos vamos cansados… los niños por el medio… es normal.
De poco servía buscar motivos.
Alex ahora quería otras cosas.
No sé qué coño es lo que quiere, pero está claro que no me quiere a mí…
Y esto me dolía, mucho. Me dolió durante mucho tiempo.
Pensaba que lo nuestro iba a ser para siempre, pensaba que nuestro equipo funcionaba…
Pues no :(
Estaba acostumbrada a hacer todo con Alex… ¡¡Llevábamos tantos años juntos!! Jamás me había planteado mi vida sin él.
En realidad, había adaptado mi vida a la suya, a sus aficiones, aunque realmente no fueran las mías, pero ya me parecía bien.
Sin embargo, a pesar de lo mal que lo pasé, en el fondo tengo que estar agradecida porque, probablemente, si él no hubiese tomado esta decisión, yo habría seguido igual y no habría podido experimentar TODO lo que he vivido después…
Así que, gracias Alex.
Al principio no me reconocía a mí misma, no sabía qué hacer, me sentía como perdida y sola. Seguía con mi trabajo y los niños pero funcionaba con el piloto automático.
Estaba en modo neutro-total: seguía viviendo, pero sin sentir. Así que no sé qué estaba viviendo realmente.
En realidad solo quería olvidarme del mundo y que el mundo se olvidase de mí. Allí escondida bajo la manta del sofá no veía ni me veían. Era perfecto. El sofá, yo y el ordenador nos hicimos “mejores amigos” durante una buena temporada. Afortunadamente, poco a poco, empecé a hacer otras cosas en mi tiempo libre, más allá de mi encantador sofá.
Tardé tiempo en situarme, en recordar y descubrir qué le gustaba hacer a Sara.
Empezar a hacer cosas mientras los niños estaban con Alex, me ayudó a dejar de pensar en bucle, que es agotador y sirve básicamente para nada.
Dicen que el tiempo lo cura todo. Y no sé si es cierto, pero con los meses, me fui sintiendo más calmada, más viva.
Y sin darme cuenta pasé a convertirme en celosa de mi tiempo: no quería perderlo con personas o en experiencias que no me apeteciesen realmente.
Era como despertar a una segunda adolescencia, con ganas de experimentar pero con algo más de experiencia que a los quince ;)
Y en esas estaba entonces, dispuesta a conocer personas nuevas, encantada de que el destino me trajera al despacho tipos atractivos como este de los ojos verdes, para recordarme los efectos que tiene en el cuerpo sentir que te gusta alguien.
Intenté no mostrar mi agrado por él, pero no tuve ningún reparo en dejar lo que estaba haciendo para acompañarlo al despacho de Ferran.
Esa voz profunda y serena me parecía muy sexi y varonil.
Bueno, por no hablar de su trasero. Llevaba unos pantalones chinos color beige que le marcaban un culito brutal, algo poco habitual en los pasillos del despacho. Esto me inspiraba ya otro tipo de cosas ;))
No me quitó los ojos de encima durante el trayecto.
Aquella mañana yo también tenía el guapo subido. Y cuando una se siente guapa, eso se nota.
No sé cómo se lo hizo venir pero en el ascensor se encargó de hacer un comentario para hablar de su ex.
¡¡Está separado!! = “disponible”
Lo sé: una reacción un tanto infantil, pero fue lo que me salió en aquel momento. A veces tenía la sensación de que los tipos interesantes estaban todos “pillados”.
—Qué te voy a contar a ti de los ex, si trabajas en un despacho de abogados: habrás visto de todos los colores, ¿verdad?
—Hasta tengo uno —me apresuré a contestarle sonriendo.
En ese momento las puertas del ascensor se abrieron y Ferran apareció delante de nosotros.
—Hombre, ya estás aquí —dijo Ferran—. Hola, Sara —dijo mirándome.
—Pues… muchas gracias, Sara, por acompañarme. Un placer —se despidió sonriendo de nuevo.
El placer era mío también.
Bajé en el ascensor con cara de tonta y recordando su voz.
Qué bien sienta notar que le gustas a alguien.
Por suerte sonó el teléfono para devolverme a la realidad…
—Sara, ayer quedamos que me pasarías los balances de C&C y aún no los tengo. Por favor, date prisa.
—Sí,