¿Dónde están mis orgasmos?. Francis Aurò

¿Dónde están mis orgasmos? - Francis Aurò


Скачать книгу

      Se había divorciado hacía tres años y tenía dos hijos también. Se dedicaba al sector inmobiliario y vivía en una casita a unos veinte kilómetros de Barcelona.

      La llamada de Marta sonó puntual a las diez, pero colgué. Le envié un SMS:

      Todo ok.

      Al acabar la cena, caminamos hasta el parking donde había dejado el coche. Sacó un paquete de caramelos mentolados y se metió uno en la boca. Me ofreció y acepté. Pensé que siempre podría ayudar si nos dábamos un beso… Me apetecía mucho besarlo, la verdad.

      —¿Sabes para qué van muy bien estos caramelos?

      Parecía una pregunta de Trivial.

      —¿Para despejar la nariz y suavizar la garganta? —contesté inocente.

      —Jajaja. Supongo que también sirven para eso.

      Se paró, me miró y esbozando una sonrisa contestó, susurrándome al oído: —Para hacer sexo oral.

      ¡Glups! Esto no me lo esperaba.

      Un comentario directo y provocador.

      —Tengo un vale para una noche de hotel en el Where, que está aquí al lado. Suelo quedarme cuando no me apetece conducir… Estoy pensando que igual te podía enseñar la habitación antes de llevarte a tu casa…

      Vamos, de indirecta, nada…

      ¡Estaba todo calculado! ¿Llevaría a todas sus citas al hotel? ¿Quién tiene vales de una noche de hotel? Yo no… bueno, sería una reserva de esas por horas… y qué más da… en el fondo la idea me encanta…

      Me miró fijamente, como pidiéndome permiso, mientras su cuerpo se acercaba al mío. Me empujó suavemente hasta que mi espalda quedó apoyada en el lateral del coche. De nuevo una mirada que buscaba aprobación… Acerqué mi cara hacia él. Sentí sus labios primero y su lengua después, bailando con la mía, con calma, con gusto. Nos besamos con muchas ganas unos minutos.

      Su cuerpo pegado a mi cuerpo. Empezaba a sentir cómo crecía su pene pegado a mí…

      Llevé mi mano abierta a su entrepierna, apreté con cuidado y acabé el beso para decirle al oído que no llevaba condones…

      —Pero yo sí —contestó.

      —Bien. Entonces vamos —dije sonriendo.

      Yo era todo Peta Zetas de la emoción, aunque mi cabeza también hacía de las suyas:.

      Voy a tener sexo con un tío que acabo de conocer hace tres horas, se va a pensar que eres una descocada… él y todo el mundo…

      Ya, pero yo no tengo sexo con cualquiera que conozco… él me gusta y me apetece… y lo importante es lo que pienso yo… lo que siento yo…

      Además, lo conocen en el despacho, no es tan “desconocido”…

      Él va a pensar lo que quiera, igual que el resto del mundo…

      Todo el día pensando en lo que los demás pensarán de mí. ¿Y yo?

      ¿Qué pensaré de mí si no hago lo que quiero?

      No es culpa mía lo que los demás piensen de mí, es cosa de ellos, bastante tengo yo con entenderme a mí misma.

      Soy adulta, me apetece y “creo” que no me importa lo que piensen de mí.

      ¡Fin de esta conversación!

      Hasta la música que puso en el coche me gustó.

      Aparcamos delante del hotel y nos acercamos a recepción a buscar la llave de la habitación.

      —Aquí tiene, caballero.

      Me miró sonriendo, me cogió de la mano y fuimos al ascensor.

      No sé si notó que estaba temblando.

      Aunque estaba excitada y con ganas, mi cabeza seguía ocupada en varias cosas a la vez:

      ¿Estaré a la altura? ¿Y él? ¿Cómo hará el amor?

      Te parece que el sexo solo se hace de una manera hasta que lo haces con otras personas. Como las recetas de cocina: siempre te sorprendes al probar la misma receta hecha por otro…

      El ascensor tenía las paredes transparentes y unas luces rojas verticales. Subió hasta el piso 9.

      Al entrar en la habitación me condujo caminando mientras nos besábamos hasta la cama donde me dejé caer.

      Se encargó de desnudarme, ágil pero con mimo, y de mirarme de arriba a abajo como quien admira con gusto el objeto que ha escogido. Sonreí al escuchar un soplido de excitación cuando me puse de espaldas.

      Luego se quitó la ropa él, y entonces lo admiré yo: creo que es el tío más musculado y mejor depilado que veré nunca.

      Yo nunca he sido una persona atlética, y ver su cuerpo tan estupendo me hizo dudar de mi desnudez…

      Quizás le gusten las tías más fibradas, o más deportistas o más jóvenes o qué sé yo…

      Vale sí, puede ser, pero ahora mismo está aquí contigo y te está besando a ti… así que deja de pensar…

      Se sentó detrás de mí en la cama y pegó su cuerpo al mío. Sentí su pecho caliente en mi espalda y su falo erecto también. Sin dejar de besarme retiró mi pelo hacia un lado dejando mi cuello y mi nuca dispuestos para ser besados. Los besos en mi cuello me daban escalofríos y me ponían la piel de gallina y los pezones duros. Lo comprobó al agarrarme los pechos con ambas manos para jugar con ellos, mientras me seguía besando.

      Me giró hacia él y me animó a sentarme encima de sus piernas… Me senté lentamente, tratando de encajar su miembro en mi puzle, sintiendo cómo entraba su pene en mi interior. Sus manos pasaron de mis pechos a mis nalgas, tratando de controlar así que mi culo bajase y subiese poco a poco.

      Estaba muy excitada.

      Resbalaba con energía dentro de mí.

      ( )

      Cambiamos de posición varias veces. Aguantó no sé cuánto, bastante. Fueron minutos en los que yo gemí, disfruté y comprobé la resistencia de toda su musculatura, que estaba a años luz de la mía. Y me gustó mucho.

      Pero no me corrí. Vamos, como siempre.

      Y nunca me había planteado nada más, hasta que él, recobrando el aliento, me soltó lo de que me había corrido… dos veces.

      Me sentí halagada, aunque no entendía nada.

      No me hubiera importado quedarme a dormir con él en el hotel, pero Adrián tenía cosas que hacer temprano al día siguiente y prefirió llevarme a casa. Además, follar es una cosa, pero dormir juntos es otra.

      Curioso. Acababa de compartir mi cuerpo con él pero me daba vergüenza imaginar su cara al despertarse a la mañana siguiente a mi lado. Así que la opción de marcharnos tampoco me pareció mal.

      —Me lo he pasado muy bien contigo, Sara.

      —Yo también —contesté sonriendo mientras nos besábamos, antes de bajar del coche.

      —Nos llamamos —dijo antes de que se cerrara la puerta. Yo asentí con la cabeza y con mi sonrisa.

      La verdad es que Adrián me había tratado genial y la cita superó con creces mis expectativas :)

      Al llegar a casa solo pensaba en dormir. Pero al día siguiente empecé a darle vueltas a lo que me había dicho. Llegué a la conclusión de que era un fantasma:

      Ahora resulta que él se da cuenta de que me corro. ¿Y yo no? Y dos veces.

      ¡Vamos, anda!

      Estaba enfadada, con él, conmigo, con el mundo quizás, porque en realidad no tenía ni idea de qué se suponía que debía sentir al hacer el amor o al tener un orgasmo… Disfrutaba y me lo pasaba


Скачать книгу