Grace y el duque. Sarah MacLean

Grace y el duque - Sarah MacLean


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eso había sido antes de enamorarse.

      —¿Dónde diablos está?

      —Abajo. —No intentó hacerse la despistada.

      —¿Dónde? —gruñó Whit, con un sonido grave apenas audible pero amenazante, como un animal salvaje, listo para atacar. Conocido por todo Covent Garden como Bestia, esa noche estaba en tensión; lo había estado durante toda la semana desde que la explosión en los muelles, obra de Ewan, casi había matado a Hattie.

      —Encerrado.

      —¿Es eso cierto? —Miró a Diablo.

      —No sé. —Diablo se encogió de hombros.

      Que Dios la librara de tener hermanos odiosos.

      —¿Es cierto? —Whit la miró.

      —No —dijo ella—. Está abajo bailando una giga.

      —Deberías habernos dicho que estaba aquí. —No mordió el anzuelo.

      —¿Por qué?, ¿para que lo matarais?

      —Exactamente.

      —No vais a matarlo. —Se enfrentó a su ira de frente, negándose a acobardarse.

      —No me importa que sea duque —dijo cada centímetro de aquella Bestia a la que Londres había apodado así—. Lo destrozaré por lo que le hizo a Hattie.

      —Y que te cuelguen por ello —dijo ella—. ¿De qué le servirá eso a la esposa que te ama?

      Su hermano rugió de frustración y se dirigió al enorme escritorio que había en un rincón, encima del cual se apilaban decenas de papeles con los asuntos del club: expedientes de las socias actuales, cotilleos, facturas y correspondencia.

      —¡Oye! Ese es mi trabajo, patán. —Ella avanzó mientras él pasaba una mano por una torre de solicitudes de nuevas socias y hacía volar papeles por la habitación.

      Bestia se llevó las manos al pelo y se volvió hacia ella, ignorando su protesta.

      —¿Qué tienes planeado, entonces? Casi la mata. Estuvo a punto de… —se interrumpió, sin querer pronunciar las palabras—. Y eso después de dejar que Diablo casi muriera congelado. Después de casi matarte a ti, hace tantos años. Dios, todos vosotros podríais haber…

      A Grace se le encogió el corazón. Whit siempre había sido su protector. Se desesperaba por mantenerlos a salvo, incluso cuando era demasiado pequeño y estaba demasiado herido para hacerlo.

      —Lo sé. Pero todos estamos aquí. Y tu mujer está a salvo. —Asintió.

      —Esa es la única razón por la que mi espada no está en sus entrañas. —Dejó escapar un suspiro áspero y aliviado.

      Ella asintió. Merecía venganza. Todos la merecían. Y ella pretendía que la obtuvieran. Pero no así.

      —Y tú, no entiendo por qué estás tan tranquila, Grace. De alguna manera, sigues dispuesta a dejarlo vivir —dijo Diablo junto a la puerta, donde estaba apoyado en la pared, falsamente relajado, con una larga pierna cruzada sobre la otra.

      —Las mujeres no tenemos permitido el lujo de la ira. —Sabía a dónde quería llegar y lo miró con los ojos entrecerrados.

      —Dicen que has estado suspirando por él.

      Entonces la rabia se apoderó de ella, y enredó los dedos en el pañuelo rojo que llevaba a la cintura.

      —¿Quién lo dice? —Cuando Whit no respondió, se volvió hacia Diablo—. ¿Quién lo dice?

      Diablo golpeó lentamente el suelo dos veces con el bastón.

      —Tienes que admitir que es extraño que lo hayas curado. Zeva dijo que te encargaste tú misma. Lo recogiste de las puertas de la muerte. Te negaste a llamar a un médico. —Dirigió una incisiva mirada al escritorio desordenado—. Y el trabajo del club se amontona mientras haces de niñera.

      Fue el turno de Grace de fruncir el ceño.

      —Primero, Zeva habla demasiado. Segundo, mi escritorio siempre tiene ese aspecto, y lo sabes —añadió cuando no le contestaron—. Y tercero, cuanta más gente sepa que está aquí, menos probabilidades habrá de que reciba su castigo.

      Eso era. Por eso le había limpiado las heridas. Por eso le había puesto la mano en la frente para comprobar si tenía fiebre. Por eso había permanecido en la oscuridad, escuchando el ritmo de su respiración.

      Eso era todo.

      No tenía nada que ver con el pasado.

      —Y cuantas más personas sepan que está aquí, más peligro representa para todos nosotros —añadió.

      —Ya es un peligro para todos nosotros —dijo Diablo.

      Su frustración se disparó ante aquellas palabras, tranquilas y tajantes, como si su hermano estuviera hablando del próximo cargamento que llegaba al puerto. Sabía que su hermano se mostraba tan firme porque la razón estaba de su parte. Sabía también que mantener al duque de Marwick prisionero en el cuarto piso del 72 de Shelton Street no era lo más sensato.

      —Dame una buena razón por la que no debería matarlo después de todo lo que ha hecho. Después de lo que le hizo a Diablo. Después de lo de Hattie. Después de los envíos que nos robó. Los hombres a los que atacó. Los que no sobrevivieron. Cinco hombres. Al Garden se le debe su sangre. —La voz de Whit se volvió ronca mientras la sorpresa inundaba a Grace. No lo había oído decir tantas palabras seguidas desde… Quizá desde nunca.

      Los ojos de Diablo se abrieron de par en par con un asombro similar y la miró, pero se recuperó con rapidez.

      —Lleva razón, Grace. Merecemos cobrarnos la venganza.

      —No. —Ella negó con la cabeza.

      —Entonces más vale que tengas una razón. —La terrible cicatriz que cruzaba el rostro de Diablo se volvió blanca cuando el músculo de su mejilla se contrajo.

      Ella apretó los labios con los pensamientos desbocados por la frustración, el miedo, la ira y la desesperación de décadas de injusticia.

      —Porque fue a mí a quien le quitó lo más importante. —Se hizo un silencio denso y poderoso, finalmente interrumpido por una maldición de Whit en voz baja. Se volvió hacia Diablo, alto y delgado, con la horrible cicatriz causada por Ewan—. No hace mucho, estuvimos juntos en los muelles y me lo dijiste, hermano. Se llevó más de mí que de ti.

      —Y entonces… ¿Qué? ¿Recibe tus cuidados? ¿Obtiene ternura en la convalecencia de la mujer que ama? —Diablo la observó durante un rato mientras golpeaba el bastón contra su bota.

      —Vete al infierno —dijo ella—. No me quiere. —Dos miradas de color ámbar se dirigieron hacia ella. El corazón comenzó a latirle con fuerza—. Que no. —No hubo respuesta—. Lo que siente… nunca ha sido amor.

      No importaba que lo hubieran llamado así cuando eran niños y jugaban a una versión tierna y bondadosa del amor: inocente, nueva y demasiado agradable para ser real. Algo que no estaban destinados a vivir en la edad adulta.

      Les pidió a sus hermanos que dejaran el tema, y, milagrosamente, lo hicieron.

      —¿Qué hacemos, pues? —preguntó Whit—. ¿Lo dejamos libre? ¿Permitimos que vuelva a Mayfair? Por encima de mi cadáver, Grace. No me importa lo que te haya quitado a ti; llevamos años esperando este día, y que me aspen si le permito volver a la vida que robó.

      —Me confundes —dijo ella. Dos décadas antes, cuando Ewan los había traicionado, habían jurado vengarse si alguna vez iba a por ellos. Ella misma se lo había prometido mientras los curaba—. No fuisteis los únicos que le prometisteis venganza. Yo también estaba allí.

      Whit acabó con las costillas rotas, Diablo con la cara acuchillada.

      Y


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