Sobre hielo. Peter Kurzeck

Sobre hielo - Peter Kurzeck


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en Bilka, en Kaufhof, en Schade y en HL. ¿Cuánta energía limpiadora? Cepillos de dientes, dentífrico, jabón, shampoo, gel de baño, crema cosmética, papel higiénico, pañuelos de papel, lavavajillas, limpiador, reparador ¡hay que comprar todo eso antes de que se acabe por completo! Así que con el tiempo hay una provisión, un excedente, un pequeño y espléndido jardín que florece y crece con uno: ¡Se sabe para qué se vive! ¡Superpaquete ahorro! En cada compra ahorrar tiempo, ahorrar dinero, ahorrar tiempo y dinero y ¿dónde meto toda esa porquería en casa? ¡Como si el día no hubiera existido! Cuando teníamos un coche y un futuro, al menos en el pasado, todos los viernes teníamos que ir al centro Main-Taunus y a Ikea y a los supermercados Massa y Toom, alrededor de Frankfurt. Vida de familia. Viernes o sábado. Algunas semanas, dos veces a la semana. Coche y baúl de ultracongelados. A menudo aquí, en la droguería Schlecker, los pañales para Carina, a menudo con el penúltimo dinero. Una vez en junio. Queríamos ir a Francia a visitar a Jürgen y a Pascale. Queríamos hacer auto-stop con Carina al día siguiente. Sin dinero apenas. Mucho trabajo todo ese último día. Casi insuperable. Yo a la guardería, a recoger a Carina. Sibylle trabajará hasta entrada la noche en la mesa de luz en la corrección de unas compaginadas, y mucho después de medianoche las llevará en bici a la editorial.4 El trabajo, mi bloc de notas, un mapa. Tender ropa en el patio, al aire libre (¡ni una nube en el cielo!). El viejo bolso de viaje. Empezar a empaquetar, y ya como medio dormidos. Y, en medio de aquella confusión, nos dijimos y le dijimos a Carina: ahora vamos a ir a la Leipziger Straβe y vamos a tomarnos tiempo. ¡Ven! Una tarde de junio. El cielo sin nubes. Tan azul como el cielo de la eternidad. Lentamente, los tres subimos y bajamos la Leipziger Straβe, de un lado a otro. ¡Somos nosotros! En el presente, a esa luz. Y nos teníamos, y teníamos ese día, para siempre. El día antes del viaje. Dos días antes de mi cumpleaños. El día en que empezaba el verano. Los tres en medio de toda esa gente, pensamientos, espejos y entradas de tiendas. Como una lenta caravana. Como si siempre hubiéramos caminado así. Y como si ya tuviéramos a nuestro alrededor las praderas del verano y los senderos de la montaña, el romero, el tomillo, la orilla del río, las Cévennes, el mar a nuestro alrededor. Vamos a bañarnos en el Ardèche y en el Gardon y en el mar. Habíamos prometido a Carina unas sandalias de baño, rojas transparentes o azules transparentes, y ahora no había ninguna de su talla. Para Sibylle sí. Un stand a la entrada de una perfumería. A tres marcos, sólo esta mañana. Y reflejos en los espejos, fresco cristal verde oscuro y muestras de perfume. Te compraremos unas sandalias de baño en Francia, le decimos a Carina (Francia, sabe lo que es). Hace días que apenas dormimos, y aquí, ahora, es como si soñáramos. Vestidos claros y verano. El verano empieza ahora. Las muestras de perfume huelen cuando se pasa delante de ellas, y en todos los escaparates, espejos, ojos, gafas de sol, frasquitos de perfume y entradas de las tiendas, en todo reluce algo, el cielo, el mar y la lejanía. Tiene que hacer casi exactamente medio año, calculas, tiene que haber sido el 8 de junio. Ahora aquí, en la caja. El nuevo cómputo del tiempo. He contado dos veces mi dinero. Cinco personas delante de mí. La cajera y la segunda cajera, mortales enemigas. Y además hermanadas, emparentadas y concuñadas. Para toda la vida. Todo se detiene. Solamente, delante de la puerta, la nieve cae cada vez más rápida. Y enseguida el crepúsculo, noche, la noche negra delante de la puerta. Diciembre. La gente como cliente y sin palabras. Demasiado tarde. Ni una mirada. Ofendidos, ofendidos desde hace años. Están aquí en fila ante la caja. Con los dientes apretados. Carritos de la compra. Gastritis. Descuentos. Están ahí y se odian, se odian mutuamente. Dentro de dos semanas será Navidad. ¿No ha habido hace poco un llamamiento para que les paguen a todos? Rápido el tiempo, corre. Los copos caen desde lo alto cada vez más deprisa. Como ojos ciegos. Nieve húmeda, que no cuaja. Las autoridades han vuelto a elegir la nieve de adviento más barata. Y pronto habrá terminado el año, pronto será 1984.

      6

      El nuevo cómputo del tiempo. ¿Es el mismo diciembre? ¡Como si me hubiera excluido de mi vida! La puerta cerrada, la llave perdida, la llave rota. He olvidado el nombre. Camino de vuelta inencontrable. Se nota en cuanto es demasiado tarde: ¡En ese mismo instante! La llave equivocada. ¿Quién soy? El siglo equivocado. En una ocasión en la Bockenheimer Landstraβe, a mediodía. De camino a la guardería. He estado escribiendo, y no me he puesto en camino hasta el último momento. Frío y como si me hubiera quedado en la calle. Puede ser que hablara conmigo y no pudiera dejar de temblar. ¿Quién es ese que va por ahí? ¿Alguien a quien conoces? ¿O sólo se le parece? ¿Una confusión, un abrigo de invierno, un error? ¿Pasado? ¿Una vida anterior? ¿Ninguna similitud? ¿El pasado en un libro? En diagonal detrás de mí. Un transeúnte, o al menos esa es la impresión que da. En la misma dirección. Me alcanza. Ya iba a concentrar toda la extrañeza como expresión en mi rostro (sombrío y ajeno, un rostro de mongol) cuando me di cuenta de que hacía dos años había leído seis poemas suyos. Mientras trabajaba en la tienda de antigüedades. Neue Rundschau, nº 2. Por aquel entonces aún tenía mi trabajo. ¡Se llama Harry, enseguida recordaré su apellido! Siempre estaba en las fiestas de cumpleaños de mi editor. Cuanto más avanzada la velada, tanto más digno y silencioso. Prosecco, Frascati, Whisky. Whisky y Grappa. También traducía para la editorial. Entretanto lo he saludado. Como alguien que siempre todo el mundo enseguida reconoce y sabe cómo es la vida. Y también quién es él. En todo momento. Por supuesto. Hemos caminado un trecho en la misma dirección. En una ocasión incluso nos prestó una tienda de campaña. Hace dos años, la semana antes de Pentecostés. Acababa de terminar mi segundo libro. Terminado en contra de mis expectativas. Mi amigo Jürgen me había dado ochenta marcos y dos sacos de dormir. A finales de mayo, el miércoles antes de Pentecostés. La genista empezaba a florecer al borde de todos los caminos. Y queríamos ir al bosque con Carina, Sibylle y yo. Aparte de mí, nadie sabe que en el último momento tengo que añadir un ultimísimo capítulo al libro ya terminado. Sibylle se va a recoger la tienda de campaña, porque por aquel entonces era la que, de nosotros, se encargaba del sueño. Del sueño, de la casa, de los días festivos, del mundo y del trato con él y del estado del mundo. Camino junto a él, ahora se me ocurren cada vez más detalles (una sombra de mí se ha detenido a clasificar esos detalles, aquí, ahora, en la acera; otra sombra camina delante, para el caso de que los niños ya estén esperando). Incluso he ido dos veces con él en coche. Un cenicero repleto en el coche. Tan lleno que ya no cierra. Un rápido Golf, naranja o naranja rally. Desde entonces saludo enseguida al pasar cualquier Golf, aunque no sea de ese color. Pero también a cualquier coche naranja, aunque no sea un Golf. Camino junto a él y apenas puedo seguirle el paso, tantos detalles ahora. También aún tengo en la cabeza las últimas frases de mi mañana a la máquina de escribir. Un capítulo sobre los paseos dominicales que nunca tuvieron lugar, y sobre los inútiles domingos en el campo. El pueblo de mi infancia. Antes de la separación, en otoño, ya había empezado ese capítulo. Sólo había querido escribir tres frases, y ahora no había manera de terminarlo. El manuscrito en casa, encima de la mesa. La casa ya no es mi casa. Y el tiempo tampoco es mi tiempo. ¿De quién es el tiempo? La separación, Carina, diciembre y una tiniebla en mi interior. Con esa tiniebla camino junto a él, y en mí reina un silencio de muerte. Trabajoso el camino, paso a paso. La Bockenheimer Landstraβe se arrastra delante de nosotros. El día es de hierro y rechina con todos sus eslabones y bisagras. No ha habido bastante tiempo desde la mañana. De la mañana siempre se llega un poco demasiado tarde. Desde hace días, desde hace años ya. He escrito hasta el último momento, y ahora camino junto a él con la fuerza de la gravedad (se llama Harry, ¡enseguida me acordaré de su apellido!). Junto a él, junto a mí y con lo perdido que estoy no he oído mi voz. Tan sólo sus respuestas. En cambio, él conoce mi segundo libro, o al menos lo ha tenido ya en sus manos.

      Lecturas, dice, una lectura. ¿Has estado en Vau-Es? Periódicos, redacciones de periódico, la radio de Hesse. Recensiones, una radionovela, un Feature. ¡Un Feature es más fácil! ¡Pagan un adelanto por él! Y, al ver la interrogación escrita en mi rostro: lo que es un Feature lo decide el que lo escribe. O el que lo


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