Tu nombre me inspira. Mario Spin

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supuesto.

      El investigador habla primero con el padre. Un señor de 42 años, trajeado. Un sujeto adinerado y ocupado, que pasa más tiempo pendiente de sus negocios, que de su familia.

      —No lo entiendo, simplemente no lo entiendo —dice el padre afligido.— Ella era tan linda. Tan dulce. La niña de mis ojos.

      —¿Se le ocurre alguna razón por la que ella tomara esa fatal decisión?

      —No, la verdad no… Ella era muy feliz aquí en el departamento. Mi esposa la cuidaba, junto con la empleada. Yo la veía los fines de semanas, al volver del trabajo, y la consentía.

      —Su esposa era la madrastra de ella, ¿verdad? ¿Qué ocurrió con la mamá?

      —Falleció cuando ella tenía 11 años. Cáncer.

      —Y con su esposa actual, ¿hace cuánto se casó?

      —Hace casi 4 años. Tenemos un hijo en común. Belén lo quería mucho.

      —¿Su esposa y Belén tenían buena relación?

      —Por supuesto. Pasaban juntas todo el tiempo.

      Ellos continúan platicando un rato. Para el padre, Belén era un ejemplo de buena niña, feliz y hogareña. Él simplemente la tiene idealizada. Después de la charla, procede a hablar con la madrastra. Una mujer de 30 años, algo creída. Ella sostiene en sus brazos al hermanito de la víctima, un pequeño de 2 años.

      A diferencia de su marido, la madrastra no está triste, luce calmada. Tampoco comparte la misma percepción de Belén. Para ella, la adolescente era una malcriada, consentida del papá, y problemática. Menciona que discutían a menudo por culpa de sus arranques infantiles, y que Belén tenía celos de ella, porque pensaba que le quitaba la atención de su padre.

      —Todo el tiempo inventaba excusas para salir: con su amiga, o con el noviecito.

      —¿Novio?

      —Bueno, no oficialmente. Su padre no la dejaba tener novio. Pero era obvio que entre ella y ese chico que insistía ver, había algo más que una amistad.

      —¿Usted no le daba permiso para salir?

      —A veces. Lo que pasa que es mi marido no le gustaba que ella estuviera fuera del departamento, excepto por cuestiones de estudio. Yo solo cumplía su orden, pero la mala era yo. ¡Ja!

      —¿Y a usted se le ocurre el motivo por el cual Belén saltaría? ¿Depresión tal vez?

      —Depresión. ¡Ja! ¿Por qué estaría deprimida? ¿Por tener una vida de niña mimada? ¡Tonterías!

      —¿Cree que pudo ser un accidente? Quizás Belén se asomó por el balcón por algún motivo, resbaló y cayó. ¿Piensa que algo así fuese posible?

      —Podría ser. Era una niña torpe y descuidada. No me sorprendería si se resbalase.

      Definitivamente Belén no era de su agrado, es la conclusión a la que él llega. Mientras la escucha decir cosas malas de la víctima, el investigador se plantea la duda: ¿y si la madrastra la empujó? Ya no sería un suicidio, sino un asesinato. O tal vez no la tocó físicamente, pero pudo influenciarla a saltar. No tiene pruebas, más allá de una sospechosa, así que por ahora se mantiene como una vaga hipótesis.

      Después de entrevistar a la madrastra, procede a hablar con la empleada. La mujer llega al edificio a las 8 am, porque la policía la llamó. Su trabajo es de lunes a viernes, y algunos sábados, si es que la familia se lo pide. Cobra extra por aquello.

      Es una señora agradable. Ella le confirma lo que suponía: el padre pasaba muy poco en la casa, y casi no conocía a su propia hija. Aunque admite que la amaba mucho, y trataba de compensarla con obsequios caros cada fin de semana.

      Respecto a la madrastra, menciona que ellas tenían discusiones fuertes cada semana. Había días enteros donde ninguna de las dos se dirigía la palabra. Eran situaciones muy incómodas, porque a ella le tocaba ser la intermediaria. Belén a menudo quería salir del departamento: sea con sus amigos, o a dar una vuelta, para desestresarse.

      —A veces, cuando Belén insistía mucho, le permitían ir al parque cercano, pero bajo mi vigilancia. Eso le molestaba, porque buscaba su espacio, y los señores no se lo daban.

      —¿Y en el parque se citaba con alguien?

      —Sí, con su mejor amiga un par de ocasiones… Pero una vez me pidió un favor.

      —¿Cuál favor?

      —No le diga a los señores. Me despedirían.

      —Tiene mi palabra de confidencialidad.

      —Bien… Se encontró con el chico que le gustaba en el parque. Yo solo la llevé, y después me fui. Los dejé a solas una hora, porque es todo lo que le permitían. Volvimos al departamento, como si hubiésemos estado juntas las dos, sin decirle a nadie.

      —¿Solo ocurrió una vez?

      —Si… la segunda vez que me pidió lo mismo, tuve que negarme. No quería que se le volviera costumbre. Además era arriesgado para mí. Me metería en problemas con los señores. Eso provocó que Belén se enojara conmigo varios días.

      —¿Eso cuándo pasó?

      —Hace como 2 semanas creo. No recuerdo bien.

      —Y el viernes, fue la última vez que usted la vio con vida. ¿Notó que ella actuara raro? ¿Diferente? ¿Estaba molesta? ¿Deprimida? ¿Discutió con la madrastra de nuevo?

      —No, la verdad no. Ese día, estuvo tranquila. De hecho fue de las pocas veces que vi a Belén y la madrastra estar en paz. Tampoco es que congeniaran. Pero al menos no discutieron. Jamás vi a Belén tan callada como ese último viernes.

      —Bien, gracias por su cooperación.

      Terminado su interrogatorio con las personas que convivían con Belén, supo quiénes serían los siguientes: su amiga y el novio. La policía hace las averiguaciones, y consigue las direcciones de ambos. El detective trepa a su auto, y va primero a conversar con el muchacho, quien vive relativamente cerca.

      Cuando están frente a frente, el joven de 19 años, niega conocerla. Está muy nervioso. No obstante debe admitirlo, cuando el detective le muestra unos captures de pantallas. Son los chats entre ellos desde hace 3 meses, que encontraron en el celular de Belén, el cual la policía requisó como evidencia.

      Entonces comienza a hablar. Relata que la conoció en el parque por mera casualidad, y se gustaron mutuamente de inmediato. Pero al estar con la empleada vigilada, solo alcanzaron a intercambiar números. Iniciaron los chats, donde la fue conociendo virtualmente. Admite que la invitaba a salir a menudo, aunque ella se excusaba que no le daban permiso. Aun así se las ingeniaron para verse un par de veces. Las citas duraban una hora o menos.

      —Según la última conversación que tuvieron el miércoles pasado, terminaste con ella por chat.

      —Lo siento. Sé que no fue caballeroso de mi parte, hacerlo de ese modo. No tuve opción. Me hubiese gustado hablarlo en persona, pero literal ella no podía salir.

      —¿Y por qué tomaste esa decisión?

      —Por el mismo motivo: no podíamos vernos casi nunca. No importaba cuán comprensivo yo fuese, y lo dedicado a qué funcionara lo nuestro, a ella se le complicaba. Y mi paciencia se agotó, y tuve que decirle que hasta aquí lo intentaba.

      —¿Y cómo se lo tomó? ¿No la llamaste?

      —No… ella era muy emotiva, lloraba a la menor provocación, incluso por cosas pequeñas.

      —No quisiste lidiar con su llanto.

      —Créame: Belén lloraba todo el tiempo, y yo la consolaba. Yo era parte de su vida, pero ella no era parte de la mía. Se lo expliqué. Simplemente ella pensaba que el esfuerzo máximo debía ser mío, y no mutuo.

      —Después del


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