La vieja escuela. Claudia Bossay P.
como José Román, Héctor Soto y el crítico peruano Isaac León Frías, trabajaban fuera del cine, pero colaboraban más o menos frecuentemente con la escritura de estas críticas. Conformaron además el grupo cercano de amigos del Normandie, que compartía con los socios organizadores sus ideas sobre cine en conversaciones en los restaurantes cercanos, muchas veces luego de alguna función.
Reunión del Cine Arte Normandie. Alex Doll, Antonio Martínez, Cristina Iñigo, Ascanio Cavallo, Marco Antonio Cumsille, José Maximiliano Díaz, Sergio Salinas y Mildred Doll. Foto de la colección familiar Doll, c.1985.
Evento realizado en Cine Arte Normandie, década 1980, sede Alameda. Aparecen Ana María Tomasevic, José Román y Jorge Vera. En la segunda foto, una invitada junto a Ricardo Stuardo, Juan Radrigán y Alex Doll. Fotos de Juan Bozzo.
El Normandie se transformó en un referente y pasó a ser parte activa de la vida en la ciudad. Su público era diverso: críticos de cine, profesionales e intelectuales, ciertamente, pero también público general, como amantes del cine de mediana y tercera edad (que habían visto películas norteamericanas y cine europeo en su juventud) y sobre todo estudiantes, quienes llegaban buscando películas alternativas a las salas comerciales o que habían circulado previamente en el circuito comercial, ahora a un precio más accesible. El público no correspondía, entonces, sólo a un puñado de cinéfilos –aún cuando en los ochenta fuera convertido en un ícono de la intelectualidad santiaguina, tal como sugieren Los Prisioneros en su canción “Por qué no se van” (1986), que ironiza con su público, a pesar de que su autor Jorge González había ido varias veces al cine–.16 Aunque se perfilaba como un espacio especial para un cine de mayor calidad, que efectivamente reunía a públicos especializados, Normandie no era un espacio excluyente para otros tipos de público.
“Había una vida y había una efervescencia en lo que se refería al cine arte, que yo creo que nunca más volvió a existir en la misma manera. O sea hay otras formas de vidas posteriores. Pero, esa cosa que vi en ese minuto, no… Era también una forma de escapar a lo que estaba pasando, el cine arte te abría otros mundos libertarios.” María Eugenia Meza (entrevista, noviembre 2019) |
“Yo creo que era harto más democrático de lo que la gente podría calcular, es decir el cine estaba diseñado para el universitario pobre como yo, sí […] Pero además estaba diseñado para las señoras que querían ver estas cosas, para los despistados que andaban vagoneteando en la tarde… o también para uno que otro pituco que bajaba caminando de Providencia a mirar la película...” Christian Ramírez (entrevista, julio 2019) |
Fachada del Normandie en Alameda. Colección Cine Arte Normandie.
.”.. tiene que haber sido 93’, si no me equivoco, hubo un aluvión en el lado de La Florida, de Macul para arriba, Peñalolén, Tobalaba. Ese día que quedó ‘la cagá’, estaba en la Escuela [de Periodismo], entonces me iba ir a la casa seguramente [...] Estábamos tomando la micro y cachábamos que había mucha gente en la calle, que las micros pasaban muy llenas, y de repente paró una micro y el chofer dice ‘yo llego hasta no sé dónde’ [...] Ya filo, vamos al cine, vamos a un lugar, hagamos algo y más tarde cuando haya menos escándalo acá, vamos para la casa. Así que fuimos al Normandie, debe haber sido como “vamos al cine Normandie”, y estaban dando El huevo de la serpiente (Bergman, 1977) [...] Entonces claro, para mí ese es un ejemplo interesante de ese “vamos al Normandie”, a un lugar que nos recibe, que no nos cobra caro, que pagamos estudiante y que dan cine, digamos, de un cierto nivel. Fuimos al Normandie ese día, como cuántos otros.” Pablo Marín (entrevista, agosto 2019) |
“[La exhibición del Normandie] No se diferenciaba gran cosa de una exhibición normal, entre otras cosas porque no había cómo financiar ciclos con presentación de películas y un presentador que lo hiciera, entonces era más o menos una dinámica normal de un cine cualquiera. Lo que sí establecía la diferencia, es que entre la ubicación y la incomodidad de la sala, uno se sentía siempre, de todos modos, en un espacio alternativo y por lo tanto aquello que se iba a exhibir tenía que tener algún valor especial y una de las cosas que gustaba mucho era que ese valor especial no era un nicho o una catacumba donde se exhibían películas lentas y lateras, sino que también se exhibía cine comercial, pero que tenía los valores del [buen] cine comercial.” David Vera–Meiggs (entrevista, julio 2019) |
El Cine Arte Normandie abrió así un espacio importante en Santiago, estableciendo la posibilidad de impulsar nuevamente una cinefilia local que se había venido desarrollando paulatinamente desde la década de 1950, hasta el quiebre de la dictadura, y que se había mantenido a flote sólo mediante pequeñas iniciativas, como los cineclubes ya mencionados. El Cine Arte convocó a una comunidad de amantes del cine, mediante el desarrollo de cuidadas líneas de programación y la difusión de críticas escritas que acompañaban la exhibición. Se convirtió en un punto de encuentro obligado y un referente cultural durante la década de los ochenta, promoviendo el intercambio cultural en un contexto adverso. Focalizado en la formación de espectadores, el cine permitió conocer y reflexionar sobre películas, directores y movimientos cinematográficos, desarrollando una cierta mirada sobre el cine, una forma de ver las películas y hablar de ellas. Así, el Cine Arte Normandie se transformó en un espacio central para estar con otras y otros, ser público activo y, de algún modo, en un espacio de resistencia cultural.
“[Fue] impresionante cómo la gente encontró en el Normandie el lugar que estaba esperando. Fue una mezcla entre el gusto por lo estético, de una buena historia, pero también de una buena reflexión. Ayudado también de un folleto que ayudaba al espectador que quizás no estaba informando, a tener otra visión de la película que iba a ver, y comparaba lo que leía con lo que veía. Entonces después venían las conversaciones de café. ¿Te imaginas los días de trasnoche con toque de queda, la gente salía corriendo a sus casas, etc.? Pero eso no impedía que llegaran a la película. Entonces, ver colas de gente para comprar la entrada en la Alameda que llegaba hasta la calle [Irene] Morales, para las películas de trasnoche… súper potente.” Ricardo Stuardo (entrevista, octubre 2018) |
Imágenes de funcionarios y boletería del cine Normandie en la sede de Alameda, década 1980. Colección Cine Arte Normandie.
Es imposible desconocer cómo la situación del país en esta década afectaba también al Normandie. La represión política rondaba en el aire. Si bien el cine, situado al lado del Ministerio de Defensa en el Edificio Diego Portales (ex UNCTAD), nunca tuvo mayores problemas de censura, es inevitable que el contexto influyera en los modos en que se desarrolló. Sergio Salinas era muy cuidadoso al respecto, evitando programar películas abiertamente opositoras al régimen o de contenido político demasiado explícito. Además, los críticos que colaboraban con el Normandie tenían todos los colores políticos. En este sentido, más allá de las diferencias de pensamiento, el cine parecía tener un valor superior. La cinefilia no estaba condicionada ni por partidos ni por tendencias, lo que era valorado por los medios de comunicación y respetado por el régimen. Como señala Alex Doll:
“[respecto al gobierno militar]... no nos reventaron, nos cuidaron, pero tampoco éramos de su agrado, porque éramos un centro cultural en que iba todo el mundo, gente de derecha también. Por eso el Normandie pasó a la historia, porque cuando nos reunimos los cuatro socios dijimos que no haríamos un lugar político. Los cuatro éramos anti–Pinochet, pero no queríamos meter la política. Teníamos una prohibición de hacer arriendos políticos, íbamos