La vieja escuela. Claudia Bossay P.
las grandes cadenas de multisalas, que supusieron un aumento de la competencia en el ámbito de la exhibición. Así, la mantención de salas de cine autónomas se hizo cada vez más difícil. Según recuerda Alex Doll, en este período hubo un masivo cierre de espacios culturales (por ejemplo, peñas folclóricas y teatros) y el auge económico produjo un cambio cultural impregnado por el neoliberalismo, donde la principal motivación fue ganar dinero, más que la participación cultural. De hecho, Doll señala que 1992 fue el período en que han asistido menos personas al cine (alrededor de dos millones y medio de espectadores en todo el año).22
Este conjunto de factores (la falta de apoyo institucional, los cambios sociales y culturales del período y las dificultades económicas) llevaron al cine a una crisis en 1991. El arriendo de la sala siempre se había hecho con dificultades, con un contrato anual renovable que no aseguraba su estabilidad:
“…teníamos claro que eso se cortaba de repente, entonces nosotros incluso desde que se cierra Toesca intentamos todas las salas posibles. Estuvimos a punto de arrendar el San Martín, a punto de arrendar el Teatro de las Artes, fue una búsqueda permanente. Seis meses antes de cerrar el Normandie, cerramos el contrato aquí [en Tarapacá].23
En 1988, la sala ubicada en Alameda había salido a remate. Fue comprada por el empresario José Daire, propietario de CONATE (Compañía Nacional de Teatro), dueño de la mayoría de los cines de Chile. En 1991, le anunció a Filmoarte que el arriendo subiría, lo que impactaba económicamente al cine, dificultando su gestión. Tuvieron que tomar la decisión de irse, aun cuando la sala estaba en pleno auge y congregaba bastante público. José Daire, debido la estrecha relación que había mantenido con los arrendatarios del cine Normandie, les cedió la marca registrada “Normandie” para que la llevaran a su nuevo destino. El cartel con el nombre “Normandie” se trasladó también a la nueva sede, y es el que puede verse en la entrada de la sala hasta el día de hoy.24
Cine Arte Normandie en la actual sede de Tarapacá. Colección Cine Arte Normandie.
Recorte de prensa La Nación, 16 agosto 1991. Colección Las yeguas del apocalipsis.
A comienzos de 1991, cuando hacía meses que el Cine Normandie había anunciado su cierre, se realizó una campaña –ideada por Sergio Salinas- que incluía grandes ciclos especiales de cierre y mucha expectación. La perspectiva del cierre del Normandie conmocionó al ambiente cultural chileno. Como mencionamos anteriormente, el cine se había convertido en un referente para el público santiaguino. La posibilidad de que cerrara sus puertas provocó la reacción de los medios y artistas, intelectuales y amigos del cine, que se manifestaron públicamente en apoyo al Cine Arte Normandie. La prensa especuló sobre las razones tras el cierre, suponiendo intereses de distinto tipo sobre ese espacio.25 En medio de las manifestaciones, fue famosa la performance de Las yeguas del apocalipsis (Pedro Lemebel y Francisco Casas). Sergio Salinas y Alex Doll nunca aprobaron dicha intervención, pues no representaba la forma de acción cultural que los socios buscaban en ese entonces:
“El cierre, ocurrido en agosto de 1991, convocó hasta al alcalde de Santiago, Jaime Ravinet. Y al final de la última función apareció el grupo Las yeguas del apocalipsis, para hacer una performance en que imitaban a las estrellas de Hollywood, pasando por una alfombra roja. La salida de libreto indignó a [Sergio] Salinas, que se fue casi a los golpes con los irreverentes artistas.”26
Imágenes de la performance de Las yeguas del apocalipsis en el Cine Arte Normandie, 1991.
Colección Las yeguas del apocalipsis.
Texto presentado en la sede de Alameda 139. Colección Cine Arte Normandie
El cine finalmente logró reabrir sus puertas en el sitio que ocupa hoy en calle Tarapacá 1181, un teatro del año 1960 que primero se llamó Teatro Gala, para luego pasar a ser el Instituto de extensión musical IEM, dependiente de la Universidad de Chile, y después un teatro de Silvia Piñeiro. Antes de la llegada del Normandie, funcionaba allí un programa cultural de Canal 11 televisión, conducido por Jorge Rencoret. La sala fue reacondicionada por Filmoarte: “…llegamos y tuvimos que limpiar básicamente [...]. La caseta estaba construida, pero había que habilitarla, comprar equipos.”27 La ubicación, un poco menos visible, no era muy prometedora, pero el cine logró remontar esta dificultad.
La “refundación” del Normandie en diciembre de 1991, como señala el crítico de cine Christian Ramírez, fue un evento muy importante para el medio cultural de Santiago:
“Lo tengo súper presente, a lo mejor me equivoco, pero fue la reinauguración con La mujer del aviador, de Rohmer [1981]. Un día sábado, y la sala estaba repleta […] A las 18:30, era una fila que llegaba como al Paseo Bulnes, era como algo súper prendido porque volvía y se podía volver a respirar, porque este pulmón no había desaparecido.”28
Durante la década de los noventa se introdujeron cambios respecto a la década anterior, que abrieron el espacio a nuevas generaciones de cinéfilos, espectadores y críticos. Se ofreció una programación menos restringida y más cine independiente estadounidense, que ya se venía anunciando desde, por ejemplo, el estreno de Haz lo correcto (Spike Lee, 1989). Esto evidenciaba un giro en la programación, que apelaba a un público más juvenil, tal como desarrollaremos con mayor detalle en el capítulo 3. Este estreno además anunciaba una nueva veta del Normandie como cine de estrenos durante los noventa. Para los universitarios, el cine era un espacio donde se encontraba un cine distinto, donde se llenaban “vacíos” en su formación como cinéfilos. El público se mantenía fiel al Normandie porque era un espacio que mostraba películas que eran difíciles de ver en otras salas, y que aseguraba cierta calidad. Esta fidelización del público se lograba además por un carnet de socios que mantenía el precio accesible y permitía frecuentarlo varias veces a la semana, y por el modo en que el Normandie fomentaba el encuentro con el cine, como una especie de ritual:
“También estaban en el Biógrafo, la Católica y el cine comercial también, pero el centro de todo esto era el Normandie, claramente […] Porque era el lugar donde uno tenía… creo yo porque tenía el mayor número de películas que consumía, porque ahí vi más películas, e iba tanto porque era socio, tenía carnet, eso te habla de un compromiso mayor que al respecto de otros cines… y porque además como muchas veces cambiaban películas por día, entonces, el abanico de posibilidades era mucho más grande. A los otros cines iba también, claro, cuando había algo o qué se yo, pero la primera opción siempre era esa [el Normandie].”29
“[Ritual] En el sentido en que tú sentías que la gente que puede compartir tus gustos es un grupo minoritario, o sea uno sabía que estaba viendo un tipo de película que poca gente iba a ver, no iba a ver el resto de la gente, la gente normal. Que el ambiente en general era de mucho respeto dentro de las salas.”30
A pesar de que el público habitual seguía asistiendo con frecuencia al Normandie al menos hasta 1994, esta fue una década difícil en términos económicos. Uno de sus problemas es que el Cine Arte de Viña del Mar, administrado por Filmoarte, generaba para ese entonces muchas pérdidas, por lo que fue necesario abandonar dicha administración y apoyo en financiamiento. En vista de los problemas financieros de Filmoarte, Alex Doll dejaría la administración del Normandie para dedicarse de lleno a la gestión de la empresa distribuidora Los Filmes de la Arcadia. En 2001, con el apoyo de Alex en la programación, el cine quedó a cargo de su hermana Mildred Doll y Sergio Salinas. Este último también salió de la sociedad en 2007.
A mediados de los noventa el cine empezó a replantearse su rol como formador de nuevos públicos, constituyéndose además en un espacio para el resguardo del patrimonio fílmico. Los miembros activos de Filmoarte se aliaron