Aprende a amar el plástico. Carlos Velázquez
y se me montó encima. Vamos a coger, me ordenó. No traigo condones, respondí. Y sacó uno de no sé dónde, sólo traía la tanga y los tacones, abrió el empaque con los dientes e intentó ponérmelo. Aguarda, aguarda, le dije. No, no puedo. Tengo novia. Soltó una carcajada y se puso de pie. Tiempo, gritó uno de los guarros y subimos las escaleras.
Los matalotes no estaban en sus lugares. Andan abajo, me chismeó un mesero. Salí del Mate y prendí mi celular. Usted tiene un mensaje de buzón. Mi amor, dónde estás. Te marco y me manda a buzón. Seguro porque vienes en camino y no hay señal. Te estamos esperando. Ya comenzó el festejo.
Verga. Lo volví a apagar y retaché al téibol. Las tetas operadas me despertaron la sed de más. Vi a una morena en la pista, buenísima. Y también cirujeada. Mesero, cuando acabe, échamela para acá. Sí la armo, me dije. Todavía hasta alcanzo a ir por el regalo. Y si llego con mariachis me va a perdonar la tardanza. Con eso desarmo a todos. A mi vieja y a los criticones de mis suegros. Llegó la morena y me perdí otra vez en las llanuras del silicón.
Vamos al privado. Fries, le respondí. Bajando las escaleras me topé a Matalote 1. ¿No que no, cabrón? Cállate el pinche hocico. Todo se complicó en el cubículo. Es un decir. Porque era un pinche cuartito improvisado que delimitaba a derecha e izquierda por unas sábanas que fingían ser unas cortinas, y al fondo por el muro. Podías ver al paisa de enfrente batallando para que se le parara. Se complicó porque yo le dije a la morra que no iba a coger. Pero mi rey, sólo así me sale, los privados no son ganancia. Eso es pal lugar. Pero si cojo el dinero es para mí. Mira, le expliqué, mi morra me está esperando. Estoy chido con ella y no quiero cagarla. Pues por la boca no es infidelidad, me dijo. Y me la comenzó a mamar.
No sé por qué Dios no me otorgó la habilidad de venirme de pie. Pinche desconsiderado. La morra traía unos taconzotes y no quería estar en cuclillas. Así que se aplastó en la silla. Me la sopló como cuatro rolas y nada. Ya me cansé, chilló. Ai muere, le dije, no vamos a completar la misión. Y subimos hacia el congal. Los matalotes se estaban tomando un descanso. Quiobo, güey, te hacíamos en la central. Pinches mal amigos. Burlándose. Estaba en peligro mi relación. Hacía siglos que nadie quería andar conmigo por cabrón. Saben qué, putos, ya me voy, dije y me puse de pie. Y valiendo verga y llamando al Santo. Se subió a la pista una mujer, uff, que tenía unas tetas bien lindas, y no estaban operadas. Eran naturalitas. ¿Cómo lo sé? Ya soy un experto. He magreado tanta tecla cirujeada que las distingo a varios kilómetros.
Ya me largo, puños, pero antes, me voy a sentar un ratito a esa nenorra. En lo que terminaba de bailar salí a la calle. Prendí mi celular. Usted tiene un mensaje en el buzón. Amor, dónde estás, sí vas a llegar, ¿verdad? Mira, Carlos Manuel, si no te apareces en mi fiesta olvídate de mí. Hasta aquí la dejamos. Seguro andas en un putero. Pobre de ti que no vengas.
De lo perdido lo hallado. Orita me la contento, me dije. Le marqué y, chíngales, se me descargó el puto teléfono. Fuck. Préstame tu fon, le dije a Matalote 1. Le tengo que hablar a mi vieja. En eso llegó la bailarina y me escuchó. ¿Vas a pedir permiso?, tan grandecito que te ves. Destapé una cheve, me la trepé en las piernas y procedí a babearle las teclas.
Vamos al privado. Oh, chingao, no sé qué tengo que a todas se les antoja meterse al privado conmigo, le dije. Me pasa lo mismo con las morras con las que ando. Primero no quieren nada serio y pasado un chico rato empiezan a joderme con que quieren que les haga una bendición. Tas feo pero seguro tienes buenos genes, me dijo. Las mujeres olemos eso. Y que nos vamos al privado. Y lo que no consiguió el plástico lo obtuvo la carne: mi semen. Cogimos como por veinticuatro canciones hasta que me vine.
Cuatro condones después me dijo: eres un pinche burgués. ¿Moi? Eres de los que no te vienes si no es en una cama. He cogido en la calle, me defendí. Pos nomás por farol, me dijo. Pero seguro ni lo disfrutas. Y me acordé de la ocasión en que cogí de pie en una cochera a un lado de la Pirámide. Era cierto, no fue memorable. No fue como retar al peligro. Ni la posibilidad de que me atrapara la poli logró excitarme.
¿Te confieso algo?, consulté. A ver, me dijo. Mi novia me está esperando. Hoy es su cumpleaños. Y no voy a llegar a la fiesta. Ah, por eso no podías venirte. Tiempo, gritaron, y volví a subir las escaleras. Las había subido más de doce veces en la noche. Pidan otra cubeta, les espeté a los matalotes. Me voy hasta mañana.
No, carnal, me dijo uno bien preocupado. Tu vieja te va a mandar a la chingada. Vamos a llevarte a la central. Y aunque la oferta era tentadora, ya no llegaba. Saldría más caro el caldo que las albóndigas. Aparecer a las cinco de la madrugada, bien pedo y oliendo a téibol no era negocio.
Pensaste que ibas a salir ileso del Mate, ¿no, Marranita?, me dijo Matalote 2. Fui al baño y revisé mi cartera. Me había gastado 2 mil 800 pesos en dos horas y media. Me dolió, pero no tanto como que había vuelto a la friendzone. No me lo perdonarían por andar aprendiendo a amar el plástico. Porque detrás del plástico no hay nada.
Pinche Lili Ledy, por su culpa le fallé a mi novia.
Abril de 2017
Darks de boutique
Sabía que ir a The Cure era una necedad. Pero para mí la música es como unas nalgas, apenas se mueven encantadoramente, valgo lo que se le unta al queso. Y no puedo objetar que no se me advirtió. En un texto publicado en Página 12, el periodista Nicolás Artusi había declarado que no iba al show de The Cure en Argentina porque iba a estar “más largo que El lago de los cisnes”. Sin embargo, atenté contra algo que es muy común que arremeta el asistente a conciertos en este país: la supervivencia. Me había mentalizado para cualquier cosa, estaba preparado para cualquier ballet, para ver a Robert Smith en puntas de pie, desnudo o para ver a la banda entera en tutú, excepto para lo que sucedió: más de cuatro horas de concierto. Ni siquiera La última tentación de Cristo de Martin Scorsese en dos vhs duraba tanto.
Los presagios de que las cosas podían salir del nabo se asomaron días antes. El más impoluto de todos: el llamado de los fans en Facebook a cantarle las mañanitas a Robert Smith durante el primer encore. Ahí empezó la raíz de todo mal, el día de la presentación de The Cure coincidía con el cumpleaños de su líder y vocalista. Y como dice la canción: era mentira, nomás nos fue tanteando. Tanto habían presumido que el festejado se deprimía en esta fecha que no esperábamos que, pese a su inaccesibilidad, aquel día luciera contento. Bad mistake. Porque entonces una parte que no entiendo del ego del público se sintió resarcida. Y se perdió toda capacidad crítica para discernir lo que sucedería arriba del escenario.
Había decidido no pararme en The Cure porque temía enfrentarme a un remake de Where the Wild Things Are. Robert Smith como el émulo de Carol destruyéndose emocionalmente. Los dioses comenzaron a confabularse en mi contra para que asistiera. Alguien me ofreció un boleto de gradas. Como yo me encontraba lesionado de una pierna, lo acepté. Y un sentimiento de culpa parecido al que ataca al Alcohólico Anónimo durante una de sus recaídas comenzó a carcomerme el poco espíritu que me quedaba. ¿Iría a The Cure lesionado como me encontraba? ¿Sacrificaría mi salud por un jodido concierto? Nimiedades. Para incapacidades, las de tres personas que vi en el Foro Sol enyesados y en muletas.
Lo que estaba en peligro no eran mis problemas físicos, sino mi salud mental. Pero no lo advertí. Nadie pudo haber pronosticado que esa lluvia se prologaría por más de cuatro horas. Sin contar los días que haría eco en mi interior.
El día del concierto, como siempre pasa, uno de esos acymbalados fans que compran boletos en preventa me avisó que le sobraba una entrada para General a. El destino se empeñaba en salvarme del desprestigio de las localidades populares. Así que me pegué a él con el dinamismo de una mosca golosa que se posa sobre el suadero de un puesto afuera de metro Balderas. Podría decirse de mí cualquier cosa, menos que era un marginal. Hasta podían gritarme “Maldita lisiada” si les apetecía, pero nadie se atrevería a exentarme de la categoría de dark de boutique.
Además de The Cure, a quienes las horas de tedio de la peli Titanic no les pueden hacer sombra, se presentarían tres teloneros.