Cerdos. Thomas Macho
domesticación de los cerdos:
Su extraordinaria capacidad de reproducción y su indiferencia respecto a los cambios del entorno los vuelven muy apropiados para la crianza doméstica. Pocos animales se dejan amansar con tanta facilidad, pero también pocos animales vuelven con tanta facilidad a su estado salvaje. Un jabalí joven se acostumbra sin problemas al encierro más estrecho, al establo más sucio pero a su vez un cerdo doméstico nacido en cautiverio, con sólo pasar algunos años en libertad, se convierte en un animal feroz y malvado que apenas se distingue de sus antepasados. (12)
¿Retorno de lo reprimido? ¿La domesticación como mera apariencia?
Hasta cierto punto, la domesticación de los cerdos ha resultado ser precaria. Sea como víctimas sacrificiales y representantes de Seth, sea como animales de faena en la masiva cría moderna, los cerdos se nos aparecen como seres con una supuesta tendencia a asilvestrarse, tendencia que puede remitirse al hecho de que a los cerdos, más que a cualquier otro animal, se los cría para su muerte. Los cerdos necesitaban el ámbito salvaje (por ejemplo, el bosque); los humanos, sólo su carne. Las preguntas que pueden plantearse respecto a los perros –¿quién dejó entrar a quién en la casa, ¿quién domesticó a quién?– resultan imposibles ante la profunda asimetría entre hombres y cerdos. Los cerdos nos resultan más lejanos que otros animales domésticos; al mismo tiempo, garantizan –como pura reserva alimenticia– la supervivencia en tiempos de escasez y hambre. Dicho de otro modo: la construcción de la alianza entre hombres y cerdos fue ante todo cosa de vida y muerte. Los cerdos nos resultan al mismo tiempo cercanos y lejanos.
8. Alfred Edmund Brehm et al., Brehms Tierleben. Allgemeine Kunde des Tierreichs, tomo 3: Die Säugetiere, Lepizig y Viena, Bibliographisches Institut, 1900, pp. 512 y ss.
9. Norbert Benecke, Der Mensch und seine Haustiere. Die Geschichte einer jahrtausendealten Beziehung, Stuttgart, Theiss, 1994, p. 249.
10. Heródoto, Historien, libro II, 47, Stuttgart, Kröner, 1971, p. 121.
11. Norbert Benecke, op. cit., p. 256.
12. Brehm et al., op. cit., p. 513.
Tabúes alimenticios
La relación ambivalente de los humanos con los cerdos se refleja también en los tabúes alimenticios, que no existían en la cultura egipcia antigua –a pesar de la discriminación social de los criadores– ni en la Antigüedad grecorromana. ¿Por qué se prohibió el consumo de carne en las religiones monoteístas del judaísmo y el islam? ¿Y por qué aún hoy todavía una considerable parte de la población mundial preferiría morir a entrar en contacto con los cerdos, tal como lo muestran ciertas agudizaciones concretas y simbólicas de conflictos políticos? “En 1857, los cipayos, soldados musulmanes de la armada británica, se negaron a usar en los fusiles Einfield una munición nueva porque, se decía, había sido untada con grasa de cerdo. Si bien el rumor era falso, la rebelión de los cipayos se transformó en pocas semanas en una auténtica guerra entre Inglaterra y la India. Los británicos necesitaron más de un año para sofocarla; quemaron pueblos del norte y el centro de la India y mataron a miles de civiles inocentes”. (13)E incluso en nuestra época, en el marco del conflicto entre Israel y Palestina, se amenaza con envolver los cadáveres de los autores de atentados en pieles de cerdo para quitarles la esperanza de una inmediata entrada al paraíso.
En el Levítico, se detallan las complicadas prescripciones y prohibiciones respecto a la comida. En el primer párrafo del capítulo 11 se habla de los animales terrestres. La regla dice: “Estos son los animales que podréis comer, de entre todos los animales que hay sobre la tierra. Todo animal biungulado de pezuña hendida que rumia, ese podréis comer. Pero no comeréis, a pesar de que rumian y tienen pezuña hendida: el camello, pues aunque rumia, no tiene partida la pezuña; será impuro para vosotros; ni el conejo, porque rumia, pero no tiene la pezuña partida; será impuro para vosotros; ni liebre, porque rumia, pero no tiene la pezuña partida; será impura para vosotros; ni cerdo, pues aunque tiene la pezuña hendida y biungulada, no rumia; será inmundo para vosotros. De la carne de estos no comeréis ni tocaréis sus cadáveres; serán impuros para vosotros” (14) (Levítico 11, 3-8). Los criterios de la ley no valen entonces sólo para los cerdos sino también para los conejos y las liebres, pero el cerdo tiene una posición singular ya que es el único que, teniendo pezuña hendida y biungulada, no rumia. Aunque las leyes sobre la comida, aclaradas en el capítulo siguiente, se refieren también a pájaros, insectos alados y a los de cuatro patas (como topos, ratones o lagartos), después sólo se repite la prohibición de comer o tocar animales de pezuña hendida y biungulada que no rumian (Levítico 11, 26). El Corán, por el contrario, no conoce regulaciones alimenticias elaboradas o sistemáticas. Sólo la prohibición del cerdo lo vincula con la ley mosaica. En la segunda sura se dice: “Os ha prohibido sólo la carne mortecina, la sangre, la carne de cerdo y la de todo animal sobre el que se haya invocado un nombre diferente del de Alá. Pero si alguien se ve compelido por la necesidad –no por deseo ni por afán de contravenir– no peca. Alá es indulgente, misericordioso” (2, 173). (15)También en el Corán esta prohibición se repite, en la quinta sura: “Os está vedada la carne mortecina, la sangre, la carne de cerdo, la de animal sobre el que se haya invocado un nombre diferente del de Alá, la de animal asfixiado o muerto a palos, de una caída, de una cornada, la del devorado parcialmente por las fieras –excepto si aún lo sacrificáis vosotros–, la del inmolado en piedras erectas” (5, 3). En la sexta sura se expone como justificación para prohibir la carne de cerdo el hecho de que “es realmente una suciedad” (6, 145).
Con este argumento de la suciedad entramos en el terreno de la justificación racional. Así, Maimónides –filósofo y erudito judío, médico personal del sultán Saladino de Egipto– afirma en el siglo XII que
es verdad que todas las comidas que la ley nos prohíbe son alimentos dañinos, y no hay cosa alguna entre las que nos están prohibidas sobre la cual tengamos dudas de si es dañina, salvo el cerdo [pero en seguida explica que la ley abomina del cerdo] debido a su gran impureza, porque se alimenta de cosas repugnantes. Tú conoces la severidad con que la ley señala que incluso en un campo abierto o en un campamento no haya suciedad y mucho menos dentro de una ciudad. Ahora bien, si estuviera permitido el consumo de carne de cerdo, las calles y todas las casas serían más impuras que las letrinas, como puede verse ahora en el país de los francos. También conoces el dicho de nuestros doctores: el hocico del cerdo se parece a un desborde de inmundicias. (16)
Tres cerditos delante de su cabaña. No hay lobo a la vista en este grabado de Karel Dujardin (1622-1678).
En suma: los cerdos son antihigiénicos comedores de excrementos y por eso no está permitido su consumo. Por supuesto, es fácil rebatir esa afirmación. También hay otros animales –cabras gallinas o perros– que en situaciones extremas comen excrementos. Como sea, es respetable el minucioso esfuerzo del doctor Maimónides por derivar la validez de la ley mosaica de su utilidad médica. Bajo el espíritu de la filosofía aristotélica, la fe y el saber deben reconciliarse.
Los argumentos médicos en favor de la prohibición de la carne porcina recibieron un nuevo impulso en 1859, cuando se descubrió una conexión entre la triquinosis y el consumo de carne no suficientemente cocida. Sin embargo, puede esgrimirse que ni los judíos ni los musulmanes podían estar al tanto de esta relación, aparte de que la mayoría de los otros tipos de carne también esconden riesgos sanitarios:
La carne vacuna mal cocinada, por ejemplo, transmite con frecuencia la tenia, la cual puede alcanzar en el intestino humano una longitud comprendida