Julio Ramón Ribeyro. Antonio González Montes

Julio Ramón Ribeyro - Antonio González Montes


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de los textos literarios, en este caso, los insuperables cuentos de Julio Ramón Ribeyro. Igualmente, el método semiótico-greimasiano nos ha sido de utilidad cuando hemos dialogado con relatos ribeyreanos que se prestaban a un análisis de este tipo. Hemos empleado estos conceptos, pero al hacerlo nos ha preocupado explicarlos para que nuestros lectores sientan que dicho enfoque los ayuda a captar mejor el sentido del texto examinado, lo que no quita la posibilidad de evaluar el objeto de estudio desde otras ópticas3.

      Y sobre el origen de estas páginas, ellas formaron parte de sendos proyectos de investigación, auspiciados por el Instituto de Investigaciones Humanísticas de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, durante los años de 2010 y 2015. Este apoyo hizo posible que pudiera continuar estudiando la producción cuentística de Julio Ramón Ribeyro, cuya tarea había iniciado, también como un proyecto, en el Instituto de Investigación Científica (IDIC) de la Universidad de Lima, el 2005.

      Agradezco a mi esposa, Eliana Vásquez Colichón, mi compañera de vida y cómplice en mi trabajo literario. Así mismo, mi gratitud al Fondo Editorial de la Universidad de Lima, por honrarme con la publicación de este nuevo libro (el tercero en mi bibliografía personal sobre el autor) dedicado a homenajear la calidad humana y literaria de Julio Ramón, con motivo de los aniversarios ya citados. No es, pues, la primera vez que esta prestigiosa Universidad publica un texto de mi autoría. Lo hizo ya cuando dio a conocer mi obra Ribeyro. El arte de narrar y el placer de leer (2010) y la presentó en la Feria del Libro Ricardo Palma de aquel año. Este libro es un testimonio de agradecimiento a esta casa de estudios. Asimismo, expreso mi gratitud al doctor Ricardo González Vigil, por sus palabras prologales. No hay nadie que como él haga tanto cada día —y con tanta calidad, penetración crítica y equidad— por las letras de este Perú de todas las sangres. Sean estas palabras mi reconocimiento a su infatigable labor académica, de proyección nacional e internacional.

       Antonio González Montes

      Lima, verano del 2020

      Primera parte

      El Perú en los cuentos de Ribeyro

      “Los moribundos”1

      Desde el punto de vista de la técnica, este relato emplea la figura del narrador homodiegético en primera persona: un personaje testigo ofrece su versión acerca de una situación que se relaciona con él, con los suyos, pero solo en calidad de observador, mientras que los protagonistas son otros y conocemos a estos gracias a la versión que ofrece el testigo. En cuanto a la temática, “Los moribundos” es, también, un texto peculiar porque Ribeyro emplea como trasfondo de la anécdota, sucesos que son parte de la historia peruana del siglo xx: los conflictos bélicos que sostuvieron el Perú y Ecuador a lo largo de dicha centuria2. Esta circunstancia le otorga al relato una alta referencialidad, y hace que posea una significación política e ideológica innegable.

      Y ello está reforzado porque el narrador evoca los sucesos del conflicto, dos días después de que “comenzó la guerra”. El inicio de los hechos que son parte de la fábula coincide con el arribo “a Paita (de) los primeros camiones con muertos”. La presencia de este cargamento fúnebre despierta la atención del narrador y de su hermano Javier y ambos van a ver la llegada de los cuerpos al hospital; allí constatan que la guerra produce muertos y moribundos y que cuando se descubría a uno de estos “lo ponían en una camilla, lo metían al hospital y el camión seguía rumbo al cementerio” (Ribeyro, 1994, I, p. 227).

      La guerra con su secuela de muertes en grandes cantidades genera en el narrador una serie de sentimientos y de interrogantes que su hermano Javier trata de responder satisfactoriamente, sobre todo para explicar por qué traen a los difuntos hasta Paita. Además, Javier revela al narrador los sobrenombres de ecuatorianos (“monos”) y peruanos (“gallinas”); y puede detectarse en él un sentimiento de nacionalismo porque, aunque señala que “hemos perdido todas las guerras”, no duda en decir que “ésta sí que no la perdemos”.

      El narrador testigo evoca, también, el modo en que la guerra afecta, directa o indirectamente, a su propia familia, en especial a su hermana Eulalia, cuyo novio, el teniente Marcos, está en la frontera. Pero lo más preocupante y que incide directamente en el curso que tome la historia es que “pronto los muertos no entraron ya en el cementerio ni los heridos en el hospital”. Ante esa emergencia, aun el padre del narrador, pese a sus resistencias iniciales, se vio en la obligación de colaborar en la ubicación de cuartos vacíos en las casas particulares para alojar a los heridos que no tenían donde permanecer. A su vez, el teniente Marcos regresa de la frontera y visita la casa de su novia y allí informa sobre el avance del conflicto y ante la pregunta de uno de los presentes afirma que esta guerra “ya está ganada”.

      La labor de observadores del narrador y de su hermano Javier se hace más dramática a partir del momento en que dos heridos, cuyas nacionalidades no se conocen con precisión, son asignados a la casa de aquellos. Como es previsible, la presencia de los dos soldados causa revuelo entre los dos hermanos; uno de ellos, Javier, los va a ver a los pocos momentos de su llegada y ofrece su versión al otro, pero no puede distinguir la nacionalidad de cada uno, debido a que “no tienen botas (peruanos) ni polainas (ecuatorianos). Están descalzos”.

      El personaje narrador espera el día siguiente para ir a ver a los heridos y su testimonio es impactante ya que presenta las condiciones deplorables en que se encuentran ambos, a la vez que trata de acertar con la nacionalidad de los soldados. Empero, la visita al lugar se torna aún más comprometedora pues uno de los heridos le pide agua y le muestra su herida, lo cual le provoca “una especie de vértigo” y lo obliga a ir hasta la cocina donde informa a su hermana acerca del pedido y de lo que ha visto; pero esta le dio una respuesta negativa debido a que asume que los heridos son ecuatorianos y por tanto “son los que disparan contra Marcos”. No se explica por qué los han traído y amenaza con tirarse al mar.

      Como el centro de atención del relato son los heridos y el descubrimiento de sus nacionalidades, un asunto que todos quieren dilucidar, el narrador da cuenta de la nueva visita a aquellos en compañía de su padre; pese a los esfuerzos de este último no es posible que ni uno ni otro soldado conteste con claridad a las preguntas del dueño de casa; pero sí es revelador del drama de la guerra el que no puedan entender en qué lengua se expresa uno de los dos heridos; el narrador alcanza a señalar que “dijo una palabra que no entendimos”.

      Ante esta dificultad, el padre indica que los enfermeros son los únicos que saben de dónde son uno y otro soldado. Esa misma tarde vinieron los enfermeros, pero ellos tampoco saben con certeza la nacionalidad de cada uno y admiten que “con este lío se han perdido los documentos de identidad” y prometen averiguar en el hospital.

      El relato se abre a otras alternativas a partir de la noticia que registra el narrador de que la guerra ha terminado y “que los ecuatorianos habían capitulado”. En el plano oficial y público, la conclusión del conflicto trae consigo una onda de celebraciones en las que participa el propio padre del narrador, pero en el plano privado “los heridos, olvidados ya, se seguían muriendo en nuestra casa”. Es sobre todo en esta desatención a la suerte de quienes han participado en el conflicto, defendiendo los intereses de uno y otro país, que puede comprobarse lo absurdo e inhumano de guerras que exaltan el nacionalismo, pues los gestores de estas no se preocupan por la vida o la salud de los hombres concretos que son víctimas de la violencia bélica.

      El observador concentra su interés en el último día de los sucesos que son parte de “Los moribundos”. De esas horas cruciales elige algunas escenas para ilustrar el contraste de situaciones y de sentimientos que trae consigo una guerra. La primera escena que registra se desarrolla en la mañana y es relevante porque el propio personaje encuentra de pie al soldado que había estado con una herida en la pierna. Este informa que su compañero “se está muriendo”, revela su nacionalidad ecuatoriana y anuncia su deseo de irse.

      El menor de la familia recurre a su hermano Javier para resolver la situación planteada por el soldado, pero la respuesta de aquel, una vez enterado de la nacionalidad del herido, es considerarlo su prisionero y no


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