El Círculo Dorado. Fernando S. Osório

El Círculo Dorado - Fernando S. Osório


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Diego, resignado, dejando de lado la introducción que había preparado para ponerse en situación–. Como dijo ayer Mercedes, antes de acercarnos a la Torre del Cuervo deberíamos repasar lo que realmente se conoce de ese sitio. A lo largo de los años se han contado tantas trolas que ya no se sabe a ciencia cierta lo que es verdad o mentira.

      –Tienes razón –intervino Elisa–, yo podría contar un montón de historias que os pondrían los pelos de punta.

      –¡Y yo ni te digo! –exclamó J.R., moviendo una mano expresivamente–. No dormí yo pocas noches cuando era pequeño con la luz encendida por culpa de ese sitio.

      –Tú y todos –dijo Sandra sonriendo ante la sinceridad de su amigo–; es más, posiblemente fuese esa la causa de que me acabase aficionando a las «pelis» de miedo.

      –¿Puedes hacernos un resumen de lo que sabes? –preguntó Elisa, ansiosa por ir al meollo de la cuestión–. Seguro que tu información es la mejor que podemos encontrar.

      –¡Gracias, Eli! –dijo Sandra levantando su bote de refresco a modo de brindis–. He estado consultando todo lo que tengo en casa y he hecho un pequeño resumen. –La chica sacó un par de cuartillas escritas por las dos caras.

      –¡Fiuuuuu! –silbó Borja con auténtica admiración–. ¡Qué tía!, eso no lo hago yo ni para el colegio. Y mucho menos para estos «pringaos» –añadió provocador recibiendo, como era de esperar, una lluvia de papeles, patatitas, gominolas y demás improvisados proyectiles.

      Tras el guirigay de rigor, la historia que expuso Sandra fue la siguiente:

      –En el siglo XVI la Torre del Cuervo había sido construida con un doble propósito. Por un lado, gracias a su valor estratégico, poder servir como reducto defensivo en el que guarecerse en caso de un ataque enemigo. Por otro, un tanto más desagradable, albergar en sus sótanos una cárcel en la que se torturaría y ejecutaría a los presos más peligrosos.

      »Con el tiempo, la fama del lugar llegó a oídos de la Inquisición que, encantada por su recóndita ubicación, decidió recluir allí a todo un Ejército de brujas, hechiceros y endemoniados que acabarían muriendo entre sus muros.

      »La noche del 21 de octubre de 1572 sucedió algo que cambiaría para siempre el destino del paraje. Sin un solo ruido, señal o testigo y sin que nadie en el pueblo detectase el mínimo indicio de combate o cualquier otro tipo de ataque enemigo, los habitantes del castillo fueron asesinados y horriblemente mutilados. No hubo un solo superviviente.

      »En los meses siguientes, y por mucho que se investigó el suceso (el mismo rey desplazó hasta el lugar a sus mejores hombres), no se pudo averiguar nada, lo que propició que las gentes del lugar comenzaran a contar historias de encantamientos, maldiciones y narraciones sobre seres diabólicos que habían venido del otro mundo a vengar la muerte de las brujas y de los hechiceros que habían dado la vida por ellos.

      »Harto de tanta habladuría y de no encontrar explicación a lo sucedido, el rey acabó mandando derruir el castillo, prohibiendo que nadie volviese jamás a difundir o hablar de tan extraños acontecimientos. Ni que decir tiene que a pesar de las órdenes reales el pueblo jamás olvidó, engordando con el paso de los años los relatos y las leyendas que se fueron transmitiendo de generación en generación.

      »Actualmente, el lugar, salvo por el Ejército de cuervos que habita la única torre que aún queda en pie (y de los que heredó su nombre), sigue abandonado a su soledad, siendo prudentemente evitado por todos los habitantes de la zona (incluso por los que niegan públicamente creer en tales «paparruchadas»).

      »Y esa es más o menos la historia auténtica –concluyó Sandra dando un largo sorbo a su refresco–, las leyendas se han encargado del resto.

      –Muchas gracias, Sandra, la verdad es que has hecho los deberes –intervino Diego, iniciando un aplauso que fue inmediatamente secundado por el resto–. Lo que está claro es que, leyendas o no, allí está pasando algo desde hace tiempo. Y si no que se lo pregunten a los testigos que lo han visto.

      –«El Emilio», sin ir más lejos –exclamó la voz guasona de Mercedes, que fue contestada de inmediato por una gran carcajada de todo el grupo, menos de Diego que parecía ligeramente picado.

      –¿Vamos a tomarnos esto en serio o no? –dijo tratando de imponerse al cachondeo general.

      –Perdón –contestó Mer recurriendo a sus dotes de actriz y haciendo una mueca tan simpática que zanjó la disputa de inmediato.

      –Bien, por alguna extraña razón la Policía pasa de todo –continuó el chaval–, y no sé a vosotros pero a mí todo esto me huele muy mal.

      –Pues yo no he sido –dijo Borja en voz alta, y esta vez todos, Diego incluido, no pudieron evitar las risas.

      –Venga tíos –intervino Juan secándose las lágrimas–, que a este paso nos van a dar las uvas.

      –Tienes razón, Juan –continuó Diego intentando recuperar la seriedad perdida–. La conclusión de todo esto, antes de que alguien vuelva a decir alguna chorrada, es que la cosa no tiene buena pinta. Se necesita una investigación como Dios manda y como parece que nadie quiere hacerlo… –El niño hizo una pausa para que las palabras llegaran a su expectante audiencia con el mayor impacto posible–. ¡Lo haremos nosotros!

      Ni que decir tiene que sus palabras fueron recibidas por el grupo entre fuertes aplausos, gritos, silbidos e incluso lanzamiento de objetos por parte de Borja y J.R. El Círculo iba a entrar en acción y todos se veían viviendo la aventura de su vida.

      –Una cosa –intervino Mer haciéndose oír por encima de la algarabía reinante–. Estamos de vacaciones, tenemos ganas de emociones fuertes y es verdad que hace tiempo que no nos metemos en problemas. Todo eso está muy bien y yo soy la primera que tiene ganas de un poco de marcha.

      –¡Pues yo ni te cuento! –interrumpió Sandra que no cabía en sí de gozo.

      –Ahora bien –continuó Mercedes–, me gustaría dejar claro que este asunto es más serio de lo que parece y que no deberíamos tomárnoslo tan a la ligera.

      –¿A qué te refieres? –preguntó J.R. abriendo una bolsa de patatas.

      –Me refiero a que no tenemos ni idea de lo que pasa realmente allá arriba –Mer hablaba con una seriedad que logró captar de inmediato la atención de sus compañeros–. No creo ni en brujas ni fantasmas pero tengo que reconocer que todo esto me da un mal rollo que no veas.

      –No eres la única –reconoció Elisa, a quien empezaban a pasársele los efectos de la euforia inicial.

      –Siento aguaros la fiesta –prosiguió Mercedes–, pero creo que antes de seguir adelante es muy importante pensarlo bien y no lanzarnos a esta aventura como si fuera una de nuestras antiguas travesuras. Esta vez mi instinto, y sabéis que raramente me falla, me dice que en toda esta historia podría haber un peligro real ¿lo entendéis? –La cara con la que los miembros de la pandilla recibieron sus palabras dejó bien claro que todos la habían comprendido a la perfección.

      –De acuerdo –intervino Sandra–. Queda claro que no podemos improvisar y que necesitamos un buen plan de ataque, ¿alguna idea?

      –Yo tengo una –dijo Diego, cuya cabeza no había parado de dar vueltas desde la noche anterior. Y es que aunque en el Círculo no hubiese un jefe o un líder oficial todos miraban a Diego a la hora de ponerse manos a la obra. El chiquillo nunca los había defraudado como organizador y él en su interior se sentía orgulloso por el papel que se le había asignado.

      –¡Qué rapidez! –dijo Borja asombrado–. No, si tanto pensar no puede ser bueno…

      –Que tú no sepas utilizar la cabeza no quiere decir que los demás no puedan hacerlo –dijo Elisa dispuesta a caldear un poco el ambiente.

      –Ya –contestó Borja–, supongo que tú lo haces bastante bien. Lo cierto es que para tenerla hueca no se te nota demasiado…

      –Mi idea


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