Hombres y glorias de América. Enrique Piñeyro

Hombres y glorias de América - Enrique Piñeyro


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para siempre ese límite, más allá del cual era vedado ir á la esclavitud. Calhoun, Calhoun mismo, á quien nunca arredraron las consecuencias de sus doctrinas, hubiera temblado quizás antes de atravesar ese Rubicón por mil motivos peligroso. Douglas no tuvo miedo, ni siquiera titubeó al tirar la suerte, y á su voz respondieron el Senado y la Cámara proclamando que la antigua y salvadora restricción geográfica sería de entonces en adelante nula y de ningún valor. Eso era, para usar un símil de Sumner calificando con su acostumbrado vigor la acción del Senado, sembrar los dientes del dragón por toda la extensión del país; y si no brotaban inmediatamente, como en la fábula antigua, hombres armados, ya fructificarían después entre el odio y la guerra civil[7].

      El nuevo bill trastornaba completamente la política en los Estados Unidos; todos los sacrificios consumados, humillaciones del Norte, retiradas del Sur, acuerdos, transacciones, todo se borró, y apareció en completa desnudez la realidad de los intereses desencadenados. La división entre ambas secciones se ahondó tanto que no era ya posible ninguna transacción, que no podrían ya extenderse más la mano de un borde al otro del abismo que los separaba.

      Por fortuna, poseía el sentimiento unionista en el Norte tan viva conciencia de su fuerza y su derecho, que ni entonces ni nunca provocó el rompimiento final, amenaza constante del partido adverso; y en ese año de 1854 soportó que fuese derogado el acuerdo del Missouri, y continuó la lucha en el terreno legal, bajo las condiciones mismas en que se la ofrecían. Kansas y Nebraska eran un desierto: había primero que poblarlo y colonizarlo, después sus habitantes decidirían, cuando se hallasen en capacidad de solicitar ingreso entre los estados de la Unión, la especie particular de constitución que habría de regir, autorizando ó prohibiendo la esclavitud. Si la contienda legal hubiera podido sostenerse con toda lealtad, el éxito en favor de la libertad no hubiese sido dudoso. Los emigrantes nunca iban al Sur á entrar en competencia con el trabajo servil, y como los Estados de Nueva Inglaterra aprestaron recursos abundantes para facilitar el establecimiento de colonos en los llanos de Kansas, no tardó en haber allí blancos suficientes para organizar municipios, reunirse y votar una constitución contraria á la esclavitud. Pero á tanto no podía resignarse el partido omnipotente en Washington; convencido de que para reforzar su vacilante situación le era indispensable aumentar de todos modos el número de defensores resueltos de la esclavitud, hizo concertar bajo sus auspicios entre el vecino estado de Missouri y el territorio de Kansas un movimiento de ida y venida, de entrada y salida, para acumular votantes cada vez que fuese necesario y anular uno tras otro todo acuerdo opuesto á sus deseos. Nació de ahí una situación nublada y revuelta, un estado perenne de confusión, de disputas y hasta de guerra, de verdadera guerra civil, con muertos, heridos, asaltos y batallas. Primer ensayo en teatro reducido de escenas trágicas, que más adelante habían de representarse en proporciones infinitamente mayores; desorden local, en un rincón lejano del país, que deshonraba la república á los ojos del mundo, pues nadie lograba descubrir la verdad ni fijar de qué lado estaban la razón y la justicia en medio de la enorme masa de detalles contradictorios que insertaban los periódicos, que autorizaban las mismas comisiones oficiales. Era en efecto demasiado evidente que el partido cuyas ideas dominaban en el Capitolio y en la Casa Blanca seguía tenazmente en Kansas la realización de un programa bien definido, y apenas disfrazaba su ardiente empeño de cubrir y defender los atentados que diariamente se cometían.

      La mayoría del Senado, tan fiel como numerosa y compacta, mantenía firme la alianza entre Douglas y los adalides del Sur. Butler, de la Carolina, y Mason, de Virginia, sucesores ambos de Calhoun al frente de los sostenedores de la esclavitud, experimentaban la satisfacción de ver acatadas y obedecidas las doctrinas que predicó durante su vida el gran político, cuya memoria invocaban reverentemente, á quien siempre recordaban como "jefe, señor y maestro". Pero el alma, el espíritu activo del Senado en todas esas discusiones á propósito de Kansas, tan graves y tan reñidas, fué Douglas, que inició la cuestión, la dirigió, la hizo crecer hasta convertirla en la más vasta y trascendental de cuantas agitaban el país; á él todo principalmente se debía y en esa época parecía á la verdad el activo, robusto, pequeño de estatura senador, uno de esos enanos malignos de la leyenda, como ha dicho Von Holst, que por la fuerza de sus músculos y la sutileza de sus combinaciones logran sobreponerse á guerreros formidables[8].

      Sin tropas, sin máquinas de guerra, sin campo siquiera de donde lanzar las embestidas, no era posible á la minoría reducida del Senado ir contra esa posición inexpugnable con la menor probabilidad de arrollarla. Pero Sumner, en quien no sólo como intrépido y vigilante tribuno, sino como jurisconsulto tan experto cuanto tenaz, fundaban grandes esperanzas los adversarios de la esclavitud, no se resignaba á la inacción, y resolvió ver, con un nuevo discurso, larga y cuidadosamente preparado, si levantando el grito con redoblado vigor, hacía penetrar el eco vibrante de su invectiva en los oídos de todos los libres ciudadanos del Norte de la república, y denunciar así en términos de la más ruda franqueza, sin escrúpulos de forma ni respetos de nimia cortesía, lo que pasaba en Kansas, y lo que para esconderlo y patrocinarlo se urdía en el Senado. Si con argumentos ó con preces nada podía conseguirse, algo quizás se obtendría presentando al país un cuadro magistral de la situación, haciendo destacar sobre el fondo oscuro de la sala de sesiones é iluminando con rojizo resplandor las figuras de los jefes audaces, que tramaban la ruina de la república, que por lo menos querían abiertamente aumentar la influencia y poder de los dueños de esclavos en los consejos nacionales con menoscabo de la libertad.

      El discurso fué pronunciado el 19 y 20 de Mayo de 1856, y ocupó más de seis horas entre las dos sesiones. Es una arenga muy trabajada, repleta de erudición literaria, y á pesar del tono excesivamente declamatorio surge en ella sincera y ardorosa la pasión del orador, inspirándole pasajes de brillante elocuencia.[9] Como obra de arte es muy desigual, de gusto poco severo, con tal exuberancia de citas de autores antiguos y modernos, de alusiones históricas y mitológicas, que á ocasiones aparece privado de movimiento y de vigor. No es creíble que, pronunciado ante el Senado, obtuviese la mitad siquiera del efecto que produjo sobre los que después lo leyeron, porque, como todos los escritos de Sumner, deja ver la larga preparación, y carece de ese colorido sobrio y enérgico, que por lo general conserva la prosa de los graneles oradores, aun en los trozos más meditados, mejor aprendidos de memoria. La impresión del auditorio debió ser extraña, confusa, contradictoria, á despecho de la afectación de simetría y precisión de método con que va dividiendo y tratando la materia, sin cuidado de incurrir en repeticiones y monotonía. Este inconveniente quizás fué poco sensible, después de todo, para los lectores poco exigentes á que estaba dedicado, y es positivo que como esfuerzo de convicción y propaganda gana el discurso en claridad y unidad de efecto tanto como puede perder bajo diferente concepto.

      En varios lugares presenta el croquis de las líneas principales del plan trazado; de las tres partes en que distribuye la materia y que enumera, subdivide dos en cuatro capítulos, cuyos títulos reiteradamente anuncia, comunicando á su trabajo algo de rigidez mecánica, de innecesariamente riguroso y afectado. Agotada la narración, estudiado lo que llama «el crimen contra Kansas» en sus orígenes y su carácter, descrita con infatigable energía la situación del territorio en ese instante histórico, procede á analizar «con mezcla de vergüenza é indignación» las defensas del crimen invocadas por los culpables, «cuatro en número—dice—y de cuádruple naturaleza... La tiranía, la imbecilidad, el absurdo y la infamia se unen para bailar, como las brujas hermanas, en torno de este crimen». Los remedios propuestos son también cuatro, y se le presentan, aludiendo probablemente á una escena del Mercader de Venecia, igual que antes á las brujas del Macbeth, como otras tantas cajas cerradas, «y al Senado toca determinar con su voto cuál debe ser abierta y descubrir su contenido».

      El orador recomienda el cuarto remedio, que en suma se reduce á admitir en el acto á Kansas entre los estados de la Unión con prohibición absoluta de consentir la esclavitud; mas demasiado conocía él lo impracticable de esa solución, que contrariaba les inmutables deseos de la mayoría y tenía, del modo como se presentaba entonces, vicios de forma, irregularidades esenciales, suficientes para hacerla fracasar ante jueces aun menos prevenidos, aun totalmente desinteresados.

      Pero cambian de aspecto y naturaleza estas circunstancias, si se recuerda que desde su silla curul el orador pretendía dirigirse


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