Hombres y glorias de América. Enrique Piñeyro

Hombres y glorias de América - Enrique Piñeyro


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pocas semanas antes del mismo año, á la temprana edad de menos de treinta y ocho, y Butler enfermo se acercaba también al término y moriría en sus posesiones de la Carolina pocas semanas después, en el mes de Mayo siguiente. Hubiérase dicho que la diosa de la venganza arrebataba implacable al joven y al anciano, al mismo tiempo que yacía herida en pleno vigor de su madurez la víctima tan ferozmente maltratada.

      Volvió de Europa á fines de 1859, estuvo presente en Washington al abrirse el Congreso el 6 de diciembre, dispuesto, aunque no enteramente curado, á reanudar su enérgico apostolado en favor de la limitación de la esclavitud. Muchos y profundos cambios se habían ya verificado en ese momento, pero el problema de la admisión de Kansas como estado soberano de la Unión se hallaba todavía, después de infinitas peripecias, pendiente de solución ante el Senado, cuando se levantó á pronunciar su primer discurso importante en Junio de 1860, abogando lo mismo que antes en favor de la admisión. Pudo, pues, como el ilustre catedrático de Salamanca, perseguido y encarcelado cinco años por la Inquisición, comenzar con la frase célebre: "decíamos ayer". Pero si la posición era parecida, las prendas personales eran distintas; Sumner carecía de la sencilla resignación de Fray Luis, y su novísimo discurso, que al imprimirlo intituló: "La barbarie de la esclavitud", aunque exento de ataques personales, conserva toda la inflexible rigidez de su temperamento de reformador.

      La agresión indefendible, imperdonable, de Preston Brooks no redundó en beneficio del infausto programa político que la precipitó, bien al contrario; pero respecto de Sumner, fuera del hondo y lastimoso daño en su salud, si se mira en relación al papel político que tan valiente y animosamente representó, cumple declarar que vino al cabo á prestarle el más insigne servicio. Lo elevó á un alto pedestal, rodeó su frente de inesperada aureola, le trajo el recurso precioso de la popularidad, todo lo cual con sus dotes personales únicamente, con su manera habitual de pensar, de hablar y de escribir nunca hubiera conseguido, á despecho de la honradez de su carácter, del cabal desinterés de sus intenciones. Faltábale ductilidad, faltábale modestia en la lucha intelectual, faltábale sobre todo indulgencia para juzgar á los que opinaban ó sentían de algún modo diverso: precisamente las cualidades que á primera vista se estimarían indispensables para conquistar la alta posición que sin disputa ocupó luego entre sus colegas; su prestigio ante el pueblo americano bastó á allanar todos los obstáculos. El fatal rompimiento de 1861 vino después á colocarlo en su elemento, por decirlo así, al sonar la hora de las resoluciones supremas, de las medidas violentas y radicales. Fué entonces uno de los auxiliares más eficaces del presidente Lincoln, y no cesaba un instante de espolearlo, de impelerlo en el sentido de sus ideas, para obtener de él la proclama de la abolición de la esclavitud como medida de guerra, proclama que Lincoln prudentemente reservaba hasta que el fino y perspicaz instinto, que lo mantenía en íntimo contacto con la opinión pública, le anunciara llegada la hora precisa de lanzarla. Como cabeza de la Comisión de Relaciones extranjeras en el Senado, movido por la inquebrantable resolución de apartar cuanto pudiera traer estorbo á la resolución del espinoso problema de la esclavitud, prestó incalculables servicios, cubriendo con su prestigio parlamentario al ministro Seward, y conjurando todo peligro de ruptura diplomática con el gabinete inglés ó con el Emperador de los franceses. Al fin vió coronados sus esfuerzos, la guerra terminada, la esclavitud para siempre abolida. Fué el período triunfante de su carrera, y duraron su influencia y su poder hasta el término de la presidencia de Andrew Johnson. Después vinieron en tropel amarguras, tristezas infinitas; los defectos del hombre se sobrepusieron á las cualidades del tribuno y del apóstol; alejado de su partido, de los más de sus amigos, en pugna con el general Grant y sus ministros, fué bajando uno á uno reacio y desabrido los peldaños de la escalera, que lo había conducido á la cumbre: nadie lo oía, nadie seguía sus consejos, y su tono dogmático, la pomposa elocuencia de sus desconsoladas profecías se perdían en el desierto. Así fué poco á poco extinguiéndose la luz brillante, la voz sonora del hombre que en un tiempo representaba, según la bella y enérgica palabra de Emerson, "la conciencia del Senado".

       "La cabaña del tío Tomás"

       Índice

      Queda dicho antes que, elegido Sumner para un segundo término de seis años como senador de Massachusetts, debió contentarse con jurar precipitadamente el cargo y por algún tiempo retirarse completamente de la vida pública. El sillón permaneció vacío, á guisa de constante acusación, manteniendo vivo el recuerdo de la tragedia del 22 de Mayo de 1856. Pero no había peligro de que tan pronto se olvidase; el discurso había repercutido como toque sonoro de clarín, excitando y alarmando gran parte del país, y el atentado que provocó, la profanación de lugar exclusivamente reservado á graves y pacíficas discusiones, aumentó su resonancia y empeoró la situación general de la república en ese año fatídico, en el cual puede decirse que se oyeron los primeros gritos, se asestaron los primeros golpes de la guerra civil.

      Era año de elegir nuevo Presidente, y durante el cuadrienio, próximo entonces á fenecer, que había ocupado el puesto Franklin Pierce, había durado intacta la estrecha alianza cimentada entre el poder ejecutivo y la mayoría del Senado, mayoría formada por la coalición de los representantes del Sur y un grupo de senadores del Norte, capitaneados por Douglas; contra ella había dirigido Sumner sus vigorosas acometidas.

      La elección de Pierce en 1852 había sido triunfal, arrolladura; el partido llamado demócrata confirmó y aumentó con ella su indisputable supremacía, y el vencido quedó tan malparado que, pronto dejó de existir, esto es, perdió su nombre, la cohesión en que fundaba su eficacia desapareció, y sus miembros se dispersaron para formar otras agrupaciones bajo otro título y programa que favoreciesen con más probabilidad de éxito la misma acción política. El compromiso de 1850, la aceptación general como definitiva y completa solución de todas las dificultades nacidas de la esclavitud, fué causa única del triunfo del uno y la derrota del otro partido.

      Al mismo tiempo la rigurosa aplicación de la bárbara ley sobre la persecución y entrega en los estados libres de los esclavos fugitivos actuaba por su parte á modo de disolvente enérgico, y amenazaba turbar muy pronto la resignada quietud que aparentemente había sucedido al anterior período revuelto. En multitud de casos las dificultades opuestas por el pueblo á la ejecución de la ley, en otros la mala voluntad y hasta la cólera con que todo el mundo la veía cumplir, crearon en el Norte algo que allí no se había observado antes: antipatía vivísima al régimen mismo de la esclavitud en el Sur y piedad profunda por las víctimas, sentimientos que yacían inertes y dormidos en sus corazones mientras pasaban las escenas terribles lejos de sus ojos, y que ahora por fin se despertaban.

      La primera prueba decisiva de la resurrección de esos sentimientos fué el éxito asombroso, tan grande como rápido, obtenido por el libro, que la desastrada suerte de los pobres esclavos inspiró á una escritora entonces desconocida, Harriet Beecher Stowe, del que se vendieron en poco tiempo cientos de miles de ejemplares y que hizo derramar lágrimas de conmiseración á millones de lectores.

      Uncle Tom's Cabin—así se titulaba la obra—respondió á una necesidad moral, expresó en forma patética lo que ansioso de brotar bullía en el alma de la nación: de ahí su instantánea, inmensa popularidad. Nadie tomó como simples creaciones de la fantasía sus dramáticos y dolorosos episodios; todos en el Norte de la República reconocieron la reproducción exacta y sincera de una situación social abominable, porque la pintura se ajustaba con terrible precisión á la idea que les sugería la feroz ejecución de la ley contra los siervos escapados á sus dueños.

      Tenía Mrs. Stowe en los días de la publicación de su novela (1851-1852) cuarenta años de edad, había cultivado poco las letras y con resultados insignificantes, vivía en ardua lucha con la pobreza, rodeada de numerosa familia, sin más recurso que el mezquino sueldo que como profesor de colegio ganaba su marido. La ley de los esclavos le inspiró el proyecto de escribir la novela; fué en realidad una improvisación escrita semanalmente, á pedazos, á medida que los iba requiriendo el periódico donde primero se insertó. Estaba tan lejos de sospechar la oportunidad y exquisito tino con que


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