Creando una mente psicoanalítica. Fred Busch

Creando una mente psicoanalítica - Fred Busch


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dada por Fenichel (1941) a la asociación de un paciente que “sabía”, merced a un análisis anterior, que la inhibición que le impedía conducir automóviles radicaba en su sadismo, puesto que, “inconscientemente”, deseaba atropellar a todo el mundo. Fenichel escribió: “por cierto no debemos aceptar agradecidos tal interpretación como una percepción del inconsciente, sino preguntar ‘¿Cómo lo sabe usted?’”

      Busch hace hincapié en que los resultados de un análisis se basan en el esfuerzo del analista para transformar lo subrepresentado en algo potencialmente representable, reemplazando la inevitabilidad de la acción por la posibilidad de la reflexión. Sagazmente, dice que ir más despacio suele implicar ir a lo que es, auténticamente, más profundo. Las intervenciones psicoanalíticas que permiten la simbolización de aquello que no ha tomado todavía una forma definitiva en la mente del paciente requieren un trabajo sostenido, día por día, y no los destellos idealizados del insight intuitivo que encontramos con frecuencia en nuestra literatura temprana.

      Busch insiste en que el desarrollo humano más lejano en el tiempo se codificó por medio de acciones. Esto condiciona a los pacientes –¿o quizás debería decir “a los seres humanos”?– a recurrir al “lenguaje de acción” a través del cual su inconsciente habla, induciendo al analista a experimentar enojo, seducción, tedio, etcétera. Ante este fenómeno universal de la transferencia, dice Busch, nuestra disciplina ha sufrido un “cambio de paradigma” desde la exhumación de recuerdos enterrados hacia la transformación de lo pre-operacional”.

      Se aconseja, entonces, a los analistas que adhieren a la técnica freudiana contemporánea, ayudar a sus pacientes a convertir en indagación y autoobservación aquellas reacciones que se aproximan a un modelo de estímulo-respuesta.

      La alianza de nuestro yo observador con el preconsciente del paciente como “un faro en la oscuridad de la psicología profunda”, para utilizar las palabras de Freud en 1923, fue a menudo considerada un mero ejercicio intelectual. Esta postura implica un grave malentendido. Busch nos muestra cómo, muy al contrario, las interpretaciones “en profundidad” y las defensas exteriorizadas de antaño conducen a una intelectualización innecesaria y a la conformidad con la doctrina, mientras que el análisis disciplinado de las defensas, es decir, la exploración de qué cosa hace que las resistencias inconscientes se mantengan, equivale a una vía más naturalista hacia la comprensión de peligros anacrónicos y hacia las razones que estrangulan los afectos concomitantes.

      En mi experiencia, el enfoque de Busch suele ser interpretado como algo que apuntala la frialdad e indiferencia en los sentimientos del paciente, cuando en realidad se trata de lo opuesto. Creo que los ejemplos clínicos aquí presentados demuestran elocuentemente cómo la detección de la disposición del analizando para incorporar el significado de las interpretaciones del analista requiere de una gran sincronización con su “perspectiva” (Schwaber, 1992), así como de una profunda empatía entre ambos.

      En esta obra, Busch enfatiza la importancia práctica de acuñar preguntas para el analizando de manera “insaturada” (Ferro, 2002), a fin de interferir lo menos posible con el libre despliegue de sus asociaciones. Para Busch, el preguntar refiere mayormente a observaciones que el paciente pueda compartir, refinar o ampliar. Aquí la “indagación” no se apoyaría sobre la sofisticación o la disposición psicológica sino sobre la evaluación, con mucho tacto, que el analista hace de la disposición del paciente para adentrarse en determinadas cuestiones.

      El libro también destaca el análisis de la transferencia, denunciando la característica “difícil de resistir” de las interpretaciones en ese marco. Ello puede rastrearse hasta el escrito de James Strachey (1934) sobre las interpretaciones mutativas que tanto influenciaron a los analistas y profesionales provenientes de otras tradiciones teóricas que se sienten irresponsables por no abordar la transferencia en casi todas las sesiones. Busch apoya el consejo dado por Freud en 1913: interpretar la transferencia cuando se la usa como resistencia. Queda implícita en el enfoque del autor la diferenciación entre los fenómenos transferenciales y los intraclínicos. No todo el material preconsciente que aflora en una sesión está necesariamente inscripto dentro de la transferencia. Algunos colegas pueden pensar que esta opinión es superficial, pero en realidad representa una base más confiable para acceder a las capas más profundas con un mínimo de contaminación iatrogénica.

      Busch, quien acuerda con el énfasis de Gray sobre el análisis de la transferencia de autoridad (1987), comenta cómo Freud, después de su epifanía de 1926, en la que se le reveló que el Yo debe considerarse tanto la fuente de la angustia como de la defensa contra ella, sólo pudo ver, a los efectos de analizar las resistencias, la posibilidad de combatirlas utilizando la transferencia positiva del analizando. Esto se ve con mayor intensidad en el modo en que Wilhelm Reich (1933) entendía la resistencia como la respuesta del Yo amenazado al tiempo que recomendaba un ataque frontal a la armadura caracterológica. Busch ilustra cómo la tradición de vencer las resistencias en lugar de analizarlas se mantuvo viva en todos los representantes eminentes de la psicología del Yo estadounidense, desde Greenson hasta Brenner y Arlow. Muchos analistas de los Estados Unidos –sin nombrar a los de otras partes del mundo– no llegaban a diferenciar el análisis de los sentimientos y fantasías del análisis de las defensas utilizadas por los pacientes para protegerse de los temores primitivos que las sostenían.

      A los propósitos de su técnica, Busch favorece el concepto de la disociación terapéutica del Yo enunciado por Richard Sterba en1934 y el desarrollo de “una isla de contemplación intelectual (no intelectualizada)” dentro del trabajo analítico. En la metodología de Busch es primordial, durante la totalidad del tratamiento, dedicarse a lograr una división entre el Yo vivencial y el Yo observador en la mente del paciente. Resulta inevitable recordar aquí la postura técnica revolucionaria de Freud en sus Nuevas lecciones introductorias (n. XXX1; 1933):

      “queremos que sea el Yo el objeto de nuestra investigación; nuestro propio yo. Pero, ¿acaso es posible tal cosa? Si el Yo es propiamente el sujeto, ¿cómo puede pasar a ser objeto? Y el caso es que puede ser así. El Yo puede tomarse a sí mismo como a otros objetos, observarse, criticarse, etc., y hacer el cielo sabe qué consigo mismo”.

      Permítaseme decir aquí que Freud publicó estas palabras después de que Sterba presentara sus ideas sobre la “disociación terapéutica” ante la Sociedad Psicoanalítica de Viena.

      Respecto de la contratransferencia, Busch reconoce su extraordinaria importancia como medio a través del cual el analista puede clarificar, en primer término para sí mismo, el modo en que el analizando se comunica por vía del “lenguaje de acción”. Aquí el “truco” técnico consiste en cómo ayudar al paciente a objetivar las percepciones subjetivas del analista. Insiste legítimamente en que los sentimientos y sueños diurnos implantados por el analizando por debajo del radar del analista convierten al profesional en alguien particularmente vulnerable a las puestas en acto. No obstante, Busch no acuerda con el antiguo método kleiniano de interpretar automáticamente la contratransferencia como la proyección de las fantasías inconscientes del paciente. Tal estrategia técnica se describe como “yo siento; por lo tanto, tú eres”, noción que el autor ingeniosamente denomina “una voltereta cartesiana”. Busch se pregunta por qué el método psicoanalítico se ha desarrollado según el modelo topográfico y no el estructural mucho después de que Freud introdujera este último. Resulta algo desconcertante que muchos institutos de psicoanálisis hayan hecho tradición de la enseñanza de técnicas basadas en la formulación de interpretaciones que eluden el conocimiento preconsciente del analizando. Busch describe tal proclividad como una “necesidad imperiosa”, “una atracción visceral”, atribuyendo esta tendencia magnética mayormente a contratransferencias que no fueron contenidas y que girarían en torno a sensaciones de amenaza o “inercia psicoanalítica” en aquellos casos en que el progreso clínico es muy lento. Entonces, estos sentimientos negativos se arrojarían al paciente a modo de interpretaciones. Busch dice que, en los Estados Unidos, hubo una época en que dichas reacciones contratransferenciales se tramitaban recluyéndose el analista en el silencio, mientras que la tendencia actual induce a la acción.

      Busch divide el tratamiento en tres fases. La primera se caracteriza


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