Creando una mente psicoanalítica. Fred Busch
Chestnut Hill, MA
Otoño de 2012
Capítulo 1
Un viaje personal
Me siento afortunado por siempre haber experimentado la necesidad de escribir a lo largo de toda mi carrera profesional. Sin embargo, esto era de por sí desconcertante, ya que nunca estuvo en mis planes convertirme en escritor. Finalmente, llegué a comprender que escribo para hacer sentido de lo que me resulta poco claro, dado que el psicoanálisis es tierra fértil para muchos interrogantes si uno se permite planteárselos. El presente volumen constituye una reflexión sobre mis perplejidades más recientes y sobre cómo las comprendí. No obstante, antes de entrar en estas cuestiones me gustaría compartir algo de cómo llegué a este punto.
Nunca formó parte de mis planes devenir psicoanalista. En mis tiempos, la “terapia” era algo con lo que se amenazaba a los niños cuando se comportaban mal. Además, casi todos mis parientes eran comerciantes, de modo que luego de darme cuenta de que mi deseo de convertirme en beisbolista de las ligas mayores jamás se cumpliría, pensé en estudiar Derecho corporativo. Pero en tercer año del college tomé mi primer curso de Psicología y tuvo tal efecto sobre mí que cambié de carrera; me quedé un año más en la universidad para cumplir con los requisitos que me permitieran graduarme en Psicología e hice mi posgrado. En aquella época, todavía se leía un poco a Freud en el posgrado y fueron sus teorías sobre la mente las que me parecieron más lógicas. Al leer La interpretación de los sueños me sentí como los grandes exploradores de los siglos XV y XVI cuando descubrían mundos nuevos.
Finalizado el posgrado, pude encaminarme hacia ambientes de formación profesional con psicoanalistas de pensamiento avanzado. Por entonces había sólo un puñado de psicólogos en la American Psychoanalytic Association. Durante mi residencia en el Centro Médico de la Universidad de Colorado, dos psicólogos se estaban formando en el Instituto Psicoanalítico de Chicago. Mientras hacía mi formación posdoctoral, numerosos psicólogos se especializaban en psicoanálisis infantil en la Clínica Hampstead (ahora llamada Centro Anna Freud). En el Instituto Psicoanalítico de Michigan, donde me formé en la década de 1970, fui parte de una clase de siete estudiantes, de los cuales tres eran psicólogos y un cuarto profesor de Filosofía. Más tarde, cuando tuve la oportunidad de abrir espacios para psicólogos en la American Psychoanalytic Association, lo hice.1
En cierto modo, este libro trata de un único tema: el significado. Es decir, de cómo acercar nuestra comprensión a los analizandos de manera tal que el significado les sea lo más útil posible. Fue sólo al escribir este libro que me di cuenta de que lo había empezado hace más de cuarenta años. En mi condición de psicólogo y psicoanalista, hace cuatro décadas que vengo pensando sobre el rol de cómo encontrar significados de modo que resulten realmente útiles. Una de mis primeras publicaciones –Basals Are Not For Reading (Busch, 1970)– analizaba la manera en que el contenido de los textos que se utilizaban para enseñar a leer a los niños tenían muy poca relación con lo que les interesaba respecto de la etapa evolutiva en que se hallaban. Utilizando datos de la teoría evolutiva e investigaciones sobre la lectura, planteé que se obtendría mayor éxito en el proceso de lectura si los contenidos cobraran mayor sentido para el principiante. Comparemos esto con una cita tomada de uno de mis primeros escritos sobre técnicas clínicas (Busch, 1993):
“Escuchando las discusiones acerca de los procesos clínicos, llama la atención la cantidad de interpretaciones que parecen basarse menos en lo que el paciente es capaz de escuchar y más en lo que el psicoanalista puede comprender. A menudo confundimos nuestra habilidad para leer el inconsciente con la del paciente para entenderlo. Con frecuencia no distinguimos claramente la diferencia entre la comunicación emanada del inconsciente y nuestra habilidad para comunicarnos con el inconsciente del paciente. Lo que éste puede oír, comprender, y utilizar con eficacia –y ni que hablar de los beneficios de considerar un enfoque que contemple dichas características– raramente aparece en primer plano durante nuestras discusiones clínicas.” (p. 153)
De modo que, en los últimos veinte años, mientras pensaba y escribía sobre un método psicoanalítico, había estado pensando durante mucho más tiempo sobre el rol del significado y la comprensión.
En busca de respuestas
Mi formación psicoanalítica fue típica de los institutos afiliados a la American Psychoanalytic Association en aquella época. Me infundió una profunda valorización del poder de la mente, junto con la importancia de contar con un modelo de la mente. Mientras mi instituto se guiaba por el parecer de Arlow y Brenner sobre el Modelo Estructural, estudiamos las obras de diversos autores (v.g. Gill, Kohut, Sandler). Como había realizado mi formación previa en psicoterapia infantil y observación de niños, arribé a mi formación psicoanalítica munido de la importancia de las relaciones de objeto tempranas en la patología y también de la trascendencia de un modelo evolutivo.
Sin embargo, durante todo el período de formación tuve la sensación de que el método psicoanalítico se encontraba todavía en vías de desarrollo y que necesitaba de una mayor elaboración para definir un método que fuera compatible con una teoría factible de la mente. En los seminarios clínicos nos dedicábamos a tratar de deducir las más recónditas fantasías inconscientes del paciente, prestando menor atención a reflexionar sobre cómo nuestra comprensión podía traducirse en una interpretación que le fuera útil.2 Según lo entendí, nos enseñaban la necesidad de seguir el modelo estructural en los cursos teóricos pero la técnica analítica se impartía según el modelo topográfico y la primera teoría de la angustia de Freud, en la cual el factor curativo consistía en descubrir la fantasía inconsciente que provocaba el síntoma. Históricamente, este era el modelo prevalente en aquellos tiempos, aunque se dijera lo contrario, especialmente en los Estados Unidos de Norteamérica (Busch, 1992, 1993; Gray 1982, 1994; Paniagua 2001) y se me ocurre que este modelo todavía predomina en muchos lugares del mundo. En un giro interesante, lo que se caracterizó como la dominación de la Psicología del Yo en el psicoanálisis estadounidense (Wallerstein, 1981) a menudo estaba muy próximo, en términos de las interpretaciones, a las interpretaciones profundas de los kleinianos y franceses, si bien la dinámica se entendía de manera diferente.
Fue durante mi formación pre-psicoanalítica que aprendí a valorar la importancia del Yo en los grados de las patologías, así como la accesibilidad al cambio. Habiéndome formado como psicólogo, llevé a cabo muchísimos tests psicológicos desde la perspectiva de Rapaport-Schafer. Con el correr del tiempo, se hizo evidente que la flexibilidad, rigidez o porosidad del Yo eran lo que determinaba en mayor medida el nivel del trastorno. Mis supervisores durante mi formación posdoctoral en psicoterapia infantil se habían formado en el Centro Anna Freud, donde la posibilidad de acceso al tratamiento se basaba en las fortalezas yoicas del niño. Al mismo tiempo, tuve la fortuna de concurrir a un seminario en el cual pasamos los primeros dos años leyendo y analizando, línea por línea, Normalidad y patología en la niñez (Anna Freud, 1965). Ello profundizó mi comprensión de la patología basada en su visión del Yo dentro del Modelo Estructural. Finalmente, al comienzo de mis estudios posdoctorales y durante gran parte de mi formación analítica, realicé mucha investigación observacional en niños de jardines maternales, lo que confirmó la descripción de Erikson (1951) de que el juego está dominado por la pulsión pero también destacó el rol del Yo y de las relaciones de objeto en la creatividad o rigidez del juego (Heinike, Busch, et al., 1973a, 1973b).
A principios de la década de 1980, dos psicoanalistas –Paul Gray y Anton Kris– publicaron obras que cristalizaban mi concepción de la importancia del Yo para comprender lo que aparecía como uno de los rasgos más cruciales, aunque subestimado, para el éxito del análisis: me refiero a las interferencias ejercidas sobre la capacidad de pensar libremente del analizando. La visión de estos autores sobre el método psicoanalítico se integraba dentro de una visión coherente de la mente, algo que yo sentía estaba ausente en mi lectura clínica y en la técnica clínica que me había sido enseñada. De diversas maneras, la técnica psicoanalítica corría el peligro de convertirse en un legado