Creando una mente psicoanalítica. Fred Busch

Creando una mente psicoanalítica - Fred Busch


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otro. Todavía hoy luchamos con estas cuestiones. (Busch, 1994, 1999)

      El libro de Anton Kris (1983) sobre la asociación libre colocó el método antedicho en el centro del psicoanálisis de manera singular. Dice Kris (1983):

      “El propósito fundamental del tratamiento psicoanalítico, desde la perspectiva de la asociación libre, consiste en realzar la libertad de asociación del paciente” (p. 408). No entraré en detalles aquí, en tanto el lector pronto descubrirá hasta qué punto mi visión del psicoanálisis se basa sobre el método de la asociación libre. En esencia, creo, junto con Kris, que casi todo lo que necesitamos saber para ayudar a nuestros pacientes proviene de su uso de este método, si lo definimos como uno en el que toda expresión verbal del paciente es una comunicación y cada palabra constituye una acción, y nos concentramos en “los conceptos clínicos del psicoanálisis; por ejemplo, la resistencia, la transferencia, los conflictos de defensa y ambivalencia, y los fenómenos narcisistas…” (Kris, p. 408).

      Psicoanalista y escritor afortunado, también me desempeñé como docente durante más de cuarenta años, veinticinco de ellos ejerciendo en institutos psicoanalíticos. Mis alumnos han soportado la carga y tenido el placer de ayudarme a comprender mis ideas y han sido valiosísimos al momento de modificarlas y elaborarlas. Durante los muchos años en que fui docente y supervisor de Psicología y Psiquiatría en la Universidad de Michigan tuve la oportunidad de compartir mi entusiasmo por las ideas psicoanalíticas, y muchos de mis supervisandos de entonces eligieron formarse en psicoanálisis. Me resulta sumamente gratificante ver que muchos desarrollaron carreras distinguidas, convirtiéndose a su vez también en autores.

      Por último, en los últimos veinte años escribí mucho. Mis colegas suelen decir: “Me da envidia que la escritura te resulte tan fácil”. En realidad, no es para nada el caso. Encuentro en la escritura un gran placer mezclado con agonía. Este último sentimiento es particularmente cierto cuando abordo conceptos nuevos y este libro constituye mi intento de integrar lo que aprendí en la década pasada con mi anterior comprensión del método psicoanalítico. Quizá me equivoque, pero creo que me fue mucho más fácil escribir mis primeros dos libros que éste. Hay aquí muchos capítulos en los que empiezo con una idea para terminar con una perspectiva que difiere de la original. En ocasiones reescribí un capítulo cuatro o cinco veces antes de sentir que había logrado una versión “lo suficientemente buena”. Aquí reside la “agonía” de andar a los tropiezos en la oscuridad durante largos períodos, creyendo que uno finalmente ha comprendido algo para luego volver a ello y descubrir que hay mucho más que necesita ser comprendido o explicado. El placer radica en haber comprendido cabalmente algo nuevo y en escribirlo de modo tal que no traicione el concepto ni engañe al lector. Descubrí que uno de los mayores peligros de mi escritura es la “esperanza” de haber explicado algo antes que esforzarme para asegurarme de que es comprensible, dando así al lector mayor placer y menos agonía.

      Al finalizar la escritura del presente libro me quedaron muchos interrogantes sobre los que quiero pensar. No podría encontrarme en un lugar mejor.

      1 Nunca escribí sobre la experiencia de ser parte de un puñado de psicólogos en APsaA; quizá algún día lo haga. En mi propio Instituto rara vez fui blanco de reacciones negativas debido a mi título. Una vez integrado a APsaA me sentí bienvenido como persona, pero la renuencia a tratar la cuestión de una formación psicoanalítica para psicólogos era palpable. En Europa era muy diferente. Inclusive después del juicio contra la Asociación para que permitiera la formación de psicólogos (Wallerstein, 1998), algunos se oponían a tratar a los psicólogos en pie de igualdad. Cuando me convertí en miembro del Consejo Ejecutivo de la APsaA, cada año el Director del Comité de Becas se presentaba ante el Consejo y describía a los residentes estelares a quienes se les había otorgado una. Y en cada ocasión yo sugería que se abrieran becas para psicólogos. El Director del Comité decía que lo tomarían en cuenta y el proceso se repetía al año siguiente. Advertí al Director que me proponía presentar mi petición al Consejo y poco después respondió por escrito que el Comité había decidido hacer lo mismo. Mediante estas pequeñas acciones traté de abrir lugar en APsaA para los psicólogos y luego para los asistentes sociales. Siempre comenzaba con este tipo de negociación, o con recordatorios suaves. Cuando los miembros de los Comités se reunían para hablar del reclutamiento de residentes para su formación psicoanalítica, yo les recordaba que los psicólogos serían candidatos excelentes.

      2 He concurrido a congresos clínicos en todo el mundo, y las discusiones suelen seguir el mismo patrón. Escuchamos el material clínico y luego la discusión gira alrededor de encontrar un significado lo más profundo posible. Paniagua (2001, 2008) ha insistido en señalar este fenómeno así como el problema que presenta. Creo que finalmente comprendo de qué se trata, y abordaré el tema en el último capítulo.

      3 Cecilio Paniagua, el joven analista, se convirtió en un querido amigo que con gran generosidad se prestó a leer concienzudamente mis obras. Sólo pasado un tiempo me enteré de que había hecho su formación psicoanalítica en el Baltimore-Washington Psychoanalytic Institute bajo la supervisión de Paul Gray. Vive ahora en Madrid y ha publicado numerosos trabajos sobre el método de atención cercana al proceso propugnado por Gray.

      4 En publicaciones anteriores, designé este tipo de pensamiento como lenguaje de la acción; sin embargo,


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