Reverberaciones. Serena Solera
nosotros, los que ahora vivimos.
En cualquiera de los casos, para poder alguien captar las reverberaciones, las acuáticas, las acústicas o las musicales, necesita estar en calma. Esta es condición indispensable para leer esta breve obra.
En el caso de Sorolla, he intentado reflejar con mis “reverberaciones” el fluir de los pensamientos de un artista, con la alternancia de diálogo y de introspección, que lógicamente, constituirían la cadencia del ritmo pictórico.
El relato está ambientado en el domicilio previo que tuvieron los Sorolla -¿dónde iba a vivir un matrimonio como el de los Sorolla, que vivían para el arte, si no fuese en una calle “Miguel Ángel”?-, antes de irse a vivir en el palacete que mandaron construir en el “Paseo del Obelisco”, donde actualmente está la Casa Museo Sorolla, un oasis cercano al Paseo de la Castellana, en el que Sorolla instaló su casa, su taller y su muestrario, y en el que seguramente disfrutó enormes dosis de felicidad.
La reverberación en otros casos, como en el de Marañón, hombre inmenso, consiste en verle y saber de él indirectamente, mediante otros dos personajes que dialogan. En otros, consiste en ir alternando el mundo interior de quien protagoniza la escena con su contemplación desde el exterior. En algún momento, dado el ambiente en cuestión, se ha introducido una musa, que hace ver el nivel de intensa inspiración e incluso lirismo que se ha intentado ficcionar.
Mis relatos reflejan la España culta, la España que se sabía europea -en algún caso, incluso extra-europea- y que no se conformaba con lo que España había sido hasta el siglo XX, sino que se sabía responsable de su tiempo, creadora de su tiempo, “hacedora de su tiempo”. Evidentemente, con figuras de esta altura, cabía dar un paso más y en alguno de los relatos, simplemente, lo he dado -solo constatando lo que sucedió en la realidad-: algunos de estos españoles y españolas eran admirados por los europeos de otras naciones, como Sorolla el pintor o Marañón, el médico. Todos ellos, desde Sorolla hasta Julián Marías, se sabían españoles españoles, que es tanto como decir, “españoles pura cepa”, hombres y mujeres sanamente orgullosos de quiénes eran, orgullosos de sus almas y de sus vidas. Todos ellos, como se podrá comprobar, eran españoles y españolas irradiantes, capaces de seguir innovando lo que significa serlo, a la altura del siglo XX. Se sentían, como Sorolla, herederos de lo mejor de nuestro pasado y nuestros clásicos, pero con el equilibrio perfecto que les hacía seguir adelante, desde sí mismos, en ningún caso con una fijación enfermiza en lo que “ya se ha sido”. Sorolla no podía ser un Velázquez, Velázquez ya hay uno, si él se hubiera dedicado simplemente a imitarle, hubiéramos perdido todos los demás la originalidad sorolliana.
También reflejan mis relatos la España de los artistas del siglo XX, que, como se podrá ver, es una constelación bastante impactante por su nivel de innovación y en algunos casos, por su amistad entre ellos: Joaquín Sorolla, Aureliano de Beruete, Blasco Ibáñez, María Guerrero, Mariano Benlliure, Anglada Camarasa, Manuel Benedito, Zuloaga, Mariano Fortuny; un poco antes, el portento de voz que fue Julián Gayarre.
Mis relatos también han intentado mostrar a la España divertida, a la España que ríe, eso sí, sin malicia. Pues la vida pública nos está acostumbrando a un nivel de crispación y de hostilidad que no corresponde a lo que honestamente somos. Mis personajes, frecuentemente ríen, pues reflejan la España risueña y sin mala sangre. No es casualidad que se haya incluido El genio alegre, como una de las obras líricas como trasfondo al relato de Sorolla. Que el matrimonio Sorolla se ría en repetidas ocasiones cuando recuerdan las andanzas suyas o de los amigos. O que la dama Whitney y la dama errante ejerzan la sana costumbre de la risa ante las exageraciones mentales de otros. Tampoco es casualidad el temple risueño de Julián Marías. En el mismo sentido se han incluido algunos pasajes en Caballero sin espada y en las conversaciones entre padre e hija en Deslascasificación. Se trata también de la España que va incorporando las invenciones, las nuevas técnicas, la mayor holgura humana que hace mejor la vida, como en el caso del ascensor que disfrutan los padres de Clotilde Sorolla en Valencia, el teléfono fijo particular en el caso de María de Maeztu, los transportes madrileños en el caso del relato de los Marías o el Corte Inglés en el relato de Don Ramón Menéndez Pidal.
¿Qué no hay en mis relatos? Se ha desterrado algo que a ninguno de mis ficcionados agradaba. A ninguno de ellos. Se trata de la grosería, el cinismo o la maldad. Solo me he ajustado a los meros datos en este caso.
Tampoco encontrará el lector o lectora muchas referencias políticas en los relatos. Es a propósito. Ya hay muchos escritos sobre la Guerra Civil, la posguerra, la Dictadura y todo eso. Y ya hay demasiada política en la vida española actual. El siglo XX español es mucho más que su política. Dediquémonos un poco a la ficción, pues la vida, tal y como es vivida por cada uno de nosotros, es más nuestra cuando no está politizada y cuando es vivida desde su carácter argumental.
Los relatos también tratan de atender y poner en primer plano temas descuidados, como las formas de trato y de cortesía, las formas de la vida, los trajes y su lectura desde varias perspectivas (por ejemplo, la artística, en el caso de los Sorolla). Los grados de felicidad. También se ha prestado una atención especial a un asunto habitualmente olvidado, como es la educación. Se verá aparecer este tema en el hecho de que Sorolla fue buscado por otros artistas para aprender el arte pictórico, y por supuesto aparece en los relatos de María de Maeztu y Marañón. Con mucha mayor razón en el de los Marías, que ha tomado como escenario aquella extraordinaria Facultad en la que ambos crecieron, y de la cual el filósofo escribió en sus memorias que se trataba de la mejor Facultad de Europa (dando razones de ello, como siempre hace el buen filósofo). Esta referencia a la educación tiene la voluntad de hacer ver hasta qué punto es importante este aspecto para ser mejores exponencialmente -la educación trata de transmitir los aprendizajes de las generaciones anteriores- pero también para tomar posesión de todo aquello que ha sido verdaderamente creador entre nosotros, verlo a la luz adecuada y poder disfrutarlo.
Este libro de relatos, un poco arqueológico, por los estratos históricos que contiene (la España de 1906, 1928, 1931, 1947 y 1968) muestra que vivimos mejor que nunca, en muchos aspectos, por la creación de riqueza, prosperidad y seguridad, aunque a nivel humano, lamentablemente a veces, da la impresión de que experimentamos una regresión.
¿Por qué esos años en concreto? Constituyen momentos singulares para sus protagonistas, en todos los casos, pero también significan un modo de acercarse a la vida colectiva y al proyecto en el que todos ellos vivían, a veces sin planteárselo directamente, ese proyecto llamado España, que se puede construir desde el arte, desde la medicina o la ciencia, desde la filosofía o la historia. Al escoger esos en concreto, solo he tomado un estrato de sus vidas, para que se pudiera ver lo que había en las diferentes capas: es de lo más fascinante.
Finalmente, puede que te lo preguntes o te lo hayas preguntado, pero no te aceleres, por favor: ¿quién es la autora de estos relatos? Seguro que ya lo intuyes (por el estilo, las metáforas o los temas que han llamado su atención): es una mujer. Quien escribe es alguien que ejerce su visión de la realidad desde su condición de mujer. Y más en concreto, de mujer española que sabe lo problemático que se ha convertido hoy día ser esas dos cualidades juntas, con algo de esmero. Una mujer española que es consciente de lo valioso que es serlo, por un lado, y de lo dificultoso que se está poniendo, a causa de la proliferación de leyendas negras, más si cabe en nuestros días por la multiplicación de informaciones confusas e incluso mal intencionadas sobre esa pertenencia. Quizá puedas entender mejor, desde esta perspectiva, por qué he escogido para mis relatos protagonistas de vidas luminosas, como la de Sorolla; de vidas muy femeninas y muy inteligentes, como la de María de Maeztu; de vidas intensamente auténticas, como los Marías; de vidas científicas, como la de Marañón o de vidas históricas -en todos los sentidos del término- de Menéndez Pidal. Necesitamos este tipo de vidas para salir del marasmo de todas las leyendas negras de una vez. Para comenzar a instalar nuestras vidas de ahora sobre la solidez de vidas españolas que han tenido enorme altura y sano orgullo.
No necesitas saber más de Serena Solera. Mis ocupaciones habituales son otras que la Literatura. Y esas otras, mis principales, precisan de tiempo, mucha vida privada y holgura para poder ser realizadas con estilo. Son importantes para