Reverberaciones. Serena Solera

Reverberaciones - Serena Solera


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te convence? Ya llevas un rato mirando los diseños.

      - Sí, sí, claro que me convence. Es solo que estoy disfrutando del momento. Es distinto pintar al aire libre que pintar aquí, en un interior y con tonos oscuros.

      - Es cierto. Me acuerdo de las cartas que me enviaste desde Jávea. Estabas encantado con esos tonos, tan distintos de las otras playas. Y esos tonos rojizos que empezaron a tener tus pinturas. La verdad es que después de Jávea o de las pinturas en el Cabo de San Antonio pareces más…

      - ¿Más qué?

      - Más tú mismo. Es como si en ese lugar te hubieras encontrado contigo mismo. Como si tu yo más auténtico te estuviera esperando allí. Y una vez que llegaste y plantaste tu lienzo al lado del mar… se colocase al lado de ti como si fuera tu sombra. Y luego se fuera acercando y acercando hasta coincidir con tu propia figura.

      - Bueno, si tú lo dices… Mi duende me persigue. Cuando estoy viajando y cuando estoy en casa, cuando estoy en Valencia o París y cuando estoy al lado de mi mujercita.

      - Por cierto, ¿sabes algo más de la finca en el Paseo del Obelisco?

      - ¿De nuestra futura casa? Sí que sé. Que tardará unos años aún y que tendremos por vecina a una de mis retratadas, María Guerrero.

      - ¿De verdad? ¿La actriz que puso en escena el año pasado El médico de su honra, de Calderón, Bárbara, de Galdós y este La musa loca o El genio alegre, de los hermanos Quintero, y tantas otras?

      - Sí. Va a ser nuestra vecina.

      - ¡Vaya! Está visto que nos llevamos bien con los comediantes. Según se ha dicho, El genio alegre es de lo más divertida. Con ese contraste entre la generación adusta y cumplidora y esa otra más espontánea y sentimental, que aspira a no vivir de apariencias y a decirse las verdades a sí mismos.

      - Quizá sea mejor vivir así. Con menos aparataje externo y más transparencia de cada uno consigo mismo. Me gustó el personaje femenino principal, esa muchacha de genio efectivamente tan alegre que llega a una casa tristona y suspicaz y todo lo revoluciona con su travesura sin mala sangre. Un día se trae todas sus plantas, que llenan de vida el patio baldío; otro se va a una fiesta de gentes sencillas y se sube al campanario para dar rienda suelta a su alegría; otro, tiene una conversación de tú a tú con el administrador y le va sonsacando sus rencorcillos. La verdad es que se necesita tener cerca mujeres así, que sepan serlo con tanto garbo y sin suspicacias.

      - Es verdad. La suspicacia es como una piraña invisible. Todo lo va devorando sin apenas darse cuenta. Hasta que la persona que la sufre ha creado dentro de sí una pecera imposible de franquear. Así que seremos vecinos dentro de unos años de María Guerrero y su marido. Tendremos que invitarles a la inauguración de nuestra casa.

      - También tendremos que invitar a Mariano Benlliure, que será igualmente nuestro vecino. Vive en la calle José Abascal. Me dijo una de las últimas veces que nos vimos que está preparando una estatua del General Martínez Campos.

      - Es otro valenciano incansable y creativo como tú.

      - De verdad que no para de trabajar: desde que los dos ganamos la Medalla de Honor en la Exposición de París de 1900 -él, en escultura; yo, en pintura- no ha dejado de hacer esculturas interesantes.

      - Habéis empezado el siglo con buen pie.

      - Puede que sea así. Pero ya hacía unas obras únicas antes de cambiar de siglo. Ha tenido una cabeza innovadora desde que estaba en el vientre de su madre. ¡Ese mausoleo dedicado a Julián Gayarre era tan grandioso! No tenían, por supuesto, menos calidad las otras obras presentadas, el relieve retrato de la familia real y el busto del pintor Francisco Domingo, pero ¡el mausoleo! No me extraña que la Reina María Cristina buscase, sin éxito, que tal monumento quedase aquí en Madrid, frente al Teatro Real, donde tantas veces cantó Gayarre con su voz inconfundible, en vez de ser instalado en el Valle del Roncal. Si así hubiera sido hubieran sido legión los que cada día llenarían esa plaza.

      - ¿Y cómo es?

      - Como sabes, Benlliure y Gayarre eran muy amigos -otra amistad artística-. Ambos se prometieron que si Gayarre moría primero, Benlliure le haría un mausoleo y si Benlliure antes, Gayarre cantaría en sus funerales. Sucedió que el tenor murió antes, en 1890, de manera que Benlliure quiso rendir un homenaje inolvidable a su amigo. Y para mí que lo ha conseguido: el resultado es una de las mejores muestras de escultura de Navarra.

      - Seguro que estaría orgulloso de su amigo.

      - Es para estarlo: la composición es bellísima, hecha de mármol de Carrara y bronce. Varias esculturas alegóricas, relativas a la vida artística de Gayarre están presentes: la Música, la Armonía, la Melodía y el Genio de la Fama. La Música está a los pies, llorando, como una figura que muestra su tristeza por la pérdida de una voz única. La Armonía y la Melodía sostienen en féretro y lo levantan, mostrando así las dos características de su voz. Y finalmente, el Genio de la Fama es como un personaje alado que simula oír algunas de las notas más gloriosas del cantante.

      - Sí que tiene que ser hermoso.

      - Creo que tengo por aquí cerca un libro con una ilustración.

      El artista busca en una estantería y le acerca el libro a su mujer, que observa la foto en blanco y negro con detalle durante un rato.

      - ¿Te gusta, Clota?

      - Me gusta mucho. Creo que se lo merecía. Su voz se oyó en las óperas más lucidas de toda Europa. Seguro que él ha conseguido también un poco cambiar la imagen de lo que los españoles somos gracias a la música.

      - Imagina. Un pastor del Valle del Roncal que ha conseguido encandilar a toda Europa. Desde luego merece ir hasta Navarra para admirarlo.

      Sorolla recoge el libro y lo deja donde estaba. Vuelve al lienzo y piensa en su amigo y en sus obras. Está claro que las musas son dinámicas: a unos le inspiran hacer formas sólidas, a otros les inspiran hacer formas con colores. Como esta que poco a poco va saliendo del lienzo.

      - Clota, me gustaría también a mi tener una foto de esto.

      - ¿De esto? ¿Del vestido?

      - No, de esto, de nosotros aquí. De mi pintándote y haciendo salir tu figura discreta de este cuadro. Me gustaría que en esa foto saliese la Clotilde original y también la que yo interpreto en mi pintura. Creo que se la voy a pedir a Christian Franzen, las hace realmente bien y además es fotógrafo dócil a las indicaciones que se le dan.

      - Bueno, entonces le avisaré luego, para que venga cuando antes. Las fotografías tienen algo de mágico. Conservan algo nuestro que se ha ido ya. Como cuando vemos las que tiene mi padre en el estudio de Valencia. Algunas son de hace décadas y, sin embargo, parecen mirarnos sin inmutarse, como si no fuesen conscientes de que han pasado muchas cosas que han cambiado el mundo que nos rodea. Y que no puede una ya vestirse así, comportarse así. La fotografía deja a las personas… petrificadas.

      - Cualquiera diría que habla una hija de fotógrafo.

      - Sí, sí.

      Ambos vuelven a reír. Referirse a la fotografía dentro de esta relación es recordar muchos momentos únicos, vividos desde hace muchos años en el seno de la familia y en el estudio de Antonio García Pérez, el padre de Clotilde.

      - ¿Qué te dijeron en una de las cartas del pasado verano?

      - Dijo mi madre que estaban como niños con zapatos nuevos, porque les habían instalado el ascensor nuevo, y estuvieron probándolo varias veces.

      - Pero contaron algo muy divertido. Quizá fuese otra.

      - Ya sé a qué te refieres. Contaron que en los periódicos de Valencia había salido una noticia extraña: una pobre mujer iba por el mercado intentando vender a un hijo suyo y todo el mundo se escandalizaba. Pero entonces ellos decían que tú haces parecido con tu arte: me pintas, les pintas y entonces luego eso se vende -y con éxito-.


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