Reverberaciones. Serena Solera

Reverberaciones - Serena Solera


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que le inspiran. Porque, a ver, la realidad es lo mismo para un pintor que para un cómico. ¿Por qué a Joaquín Sorolla le llama la atención la luz que resalta las figuras y a Coquelin Cadet le llama la atención el gesto que nos hace reír? En el fondo, es un movimiento mental parecido: mi Joaquín ilumina en su mente un aspecto de la realidad y Monsieur Cadet ilumina otro aspecto de la misma realidad.

      - Hablando de iluminación, creo que voy a hacer que se vea un poco más claro tanto tu rostro como tus manos. El efecto es… ¡maravilloso!

      - Bueno, como tú consideres. ¿Hago algo? ¿Me muevo?

      - No, no, estás perfecta así, necesito que extiendas un poco el vestido, para que se vea todo el ancho. Eso es.

      El pintor se acerca y se aleja del cuadro unas cuantas veces. Le gusta el resultado. Le gusta mucho. Ese negro, esas texturas, ese contraste. Y esa sonrisa. Eso sí que hay que pintarlo. Pintarlo para que no desaparezca, para que quede constancia de que existe una sonrisa así. De satisfacción mezclada con la admiración, de sano orgullo y sorpresa cotidiana.

      - Chimo.

      - ¿Sí?

      - ¿Leíste la carta de Blasco Ibáñez? ¿La que nos envió después de la exposición? Ha escrito un artículo sobre ti en La nación, que se llama “Joaquín Sorolla y Bastida. Su obra pictórica”.

      - No lo recuerdo bien, a veces tengo tanto trabajo que no las leo ¿qué decía en ella?

      - Te volvía a felicitar por el enorme éxito de la exposición de este verano. Y además enviaba el artículo, donde explicaba que tú realizas una pintura “de luminismo y fuerza” y que eres “el pintor del sol”.

      - ¡“El pintor del sol”! Este Vicente, siempre tan exagerado. Parece sevillano en vez de valenciano. El sol es mucho más de lo que yo pueda nunca pintar.

      - No dirás que no es un halago. Así como el resto de cosas que dice sobre ti: que eres un pintor puramente español, como lo fueran los mejores de nuestra tradición artística, es decir, Cano, Zurbarán, Velázquez, Murillo, Goya y también los contemporáneos, Pradilla, Zuloaga, Benlliure y Rusiñol. ¿No te gusta?

      - Me gusta mucho. No todos los días le dicen a uno que es del linaje de nuestros genios del pincel. La verdad que algunos de los pasajes que él ha escrito con su literatura intentan reflejar lo mismo que yo con los pinceles. Podríamos juntar algunos pasajes de su obra Entre naranjos con mi propia obra, también titulada así. Ambas son dos versiones distintas de Valencia. Aunque, claro, la suya es argumental. Yo creo que daría hasta para una película de esas de Hollywood.

      - Aún hay más. Ha dicho que eres un magnífico retratista, y que ahí están los retratos de Echegaray, Pérez Galdós, Ramón y Cajal, del rey Alfonso XIII o de ciertas señoras.

      - Ahí también debería estar su nombre. Creo que le calé bien.

      - No creo que nadie más hubiera podido hacerlo. Genio y figura…En otra carta, Manuel González Martí cuenta que estuvo en Valencia con 10.000 personas y que Vicente Blasco Ibáñez gritaba con toda la fuerza de sus pulmones -que es mucha, como hombre acostumbrado a las agitaciones-: “¡Viva el genio inmortal de Joaquín Sorolla!” y todo el mundo asentía. ¿Te imaginas a las 10.000 personas todas ellas al unísono diciendo “¡¡Viva!!”.

      Hombre y mujer ríen al imaginar la escena. Ambos piensan también a la vez, que el ser humano necesita poder admirar y estas manifestaciones son a veces muestra de la salud de un pueblo.

      - Es un buen hombre, este Martí.

      - También ha escrito sobre ti.

      - ¿¡Todo el mundo se dedica a escribir sobre mí!?

      - No seas huraño, niñito huérfano. Todo el mundo se dedica a escribir sobre ti porque has revolucionado el arte. Además Martí ha dicho unas verdades muy grandes.

      - ¿Ah, sí, cuáles?

      - Ha escrito para El mercantil valenciano que se te puede comparar con Goya, porque ambos sois fieles retratistas de vuestra época y de vuestros contemporáneos.

      - Así que Goya y yo hacemos buena compaña. Un aragonés y un valenciano que nos dedicamos a observar nuestro país y nuestros problemas.

      - Sí. Y ha dicho además que se ha llegado a despreciar una exposición contemporánea por no tener cuadros tuyos.

      - ¡Qué barbaridad! Seguro que los comisarios de la exposición luego me maldecían.

      - Pues te hubiesen pedido un cuadro. O varios. Pero lo mejor de todo es lo que dice después.

      - ¿Y qué es?

      - Pues que has conseguido terminar con la imagen tópica de España que se ha extendido durante todo el Romanticismo y has conseguido la proeza de mostrar a España y a los españoles tal cual son. Y esa España real es mucho más interesante que la ficción de los románticos.

      - ¿De verdad ha dicho eso?

      - Así es. Y ¿sabes qué?

      - ¿Qué?

      - Que yo también lo creo.

      El pintor levanta la vista de su boceto cercano a la perfección y esta vez es él el que sonríe a su mujer.

      - ¿De verdad he hecho eso?

      - Sí, Joaquín, lo has hecho. Y todos te lo debemos. No somos un país de gitanos, bandoleros y pandereta. Somos un país luminoso del Mediterráneo que aspira a ser una versión diferente de Europa. No somos Francia ni tenemos por qué serlo, tampoco Inglaterra o Alemania. Somos otro país distinto y además muy hermoso, como tú has reflejado. Y, por si fuera poco, lleno de gentes interesantes. Algunas son gentes sencillas, como los pescadores. Y otras son gentes de ciencia y saber, como Ramón y Cajal, que este año ganó el Premio Nobel.

      - ¡Vaya! Hoy sí que puedo dormir feliz. Mi mujercita de cintura de avispa diciéndome que soy un revolucionario y que he cambiado el mundo.

      - Bueno, podré ser delgadita como un espárrago, pero eso no impide que tenga ideas claras sobre mi marido.

      - Sí que lo estás. De verdad es un misterio para mí que una mujer de apariencia tan frágil como tú tenga tanta fortaleza -mucha más que yo-. Dios, que crea a las personas, lo sabrá.

      El pintor se enfrasca en sus trazos, que parecen casi mágicos. Poco a poco se va perfilando la imagen femenina sobre el soporte, sobre todo la cabeza, que parece surgir de las profundidades de la blancura. El pintor trabaja y sonríe. Lo cierto es que admira esa elegancia de su mujer, esa firmeza que no es tiesura y esa elegancia que no es prepotencia. ¡Y esa serenidad! A veces le gustaría ser como ella, que está feliz allí donde se encuentra. Es inquietante eso de estar siempre deseando estar allí donde uno no se encuentra. ¡Pero sucede tantas veces! Una vez leyó que es el precio de la genialidad: esa inquietud interior que le lleva a uno a no estar totalmente entero allí donde está. Y esta mujercita de apariencia tan frágil tiene la perfecta solución a eso: ella está siempre toda entera allí donde está. Es capaz de ser dueña de todo su ser y de no andar con él desperdigado por mil partes. Ahora mismo él está feliz aquí, pero quisiera que un trozo de su ser estuviera también en Jávea. Esas olas, ese azul esmeralda con unas olas espumosas. Sí, si tuviera que ser sincero consigo mismo, se siente como un hombre dividido. Y París, ese París lleno de hermosísimas avenidas y amplios bulevares, donde uno puede sentarse a contemplar a las damas elegantes y a los caballeros tranquilos y reposados… Uno estaría allí todo el día sentado en un café, haciendo bocetos y recogiendo con trazos rápidos ese vestido, ese sombrero, ese gesto… Es tan entretenido hacer bocetos de la realidad dinámica que nos rodea, que fluye alrededor de nosotros y forma también parte de nuestro ser. En el fondo, uno no puede estar todo entero allí donde está, todo eso que nos rodea, ¿no formará parte de nosotros mismos también? Si el pintor no definiese en un boceto esas formas humanas, ¿no desaparecerían al cabo del tiempo?

      -


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