Reverberaciones. Serena Solera
silla alta rojiza y al fondo… nuestra santa en oración.
- ¿La pintura de Asís?
- Sí.
- ¡Qué maravilla! De verdad te quedó espléndido ese cuadro. Tiene tantos recuerdos de nuestros primeros tiempos juntos.
- Sí…En el mismo cuadro estarán la Clotilde elegante de ahora y la Clotilde que me acompañó en los momentos duros de los comienzos. Pero eso, solo lo sabremos tú y yo. Nadie más sabe todos los secretos cifrados en esa pintura ni todas nuestras conversaciones de nuestros tiempos de pobres. Si nos hubieran dicho entonces, cuando cenábamos castañas o quisquillas, en lo que se iba a convertir nuestra vida de bohemios, no nos lo hubiéramos creído, ¿verdad?
- Qué razón tienes, Joaquín. Nos hubiera parecido aquello un sueño. Pero ahora es verdad y hemos vivido una experiencia increíble con la exposición del pasado verano, con todas esas personas importantes admirando tus cuadros y diciendo unas cosas tan maravillosas. Como aquel Jules Claretié, quien se despedía llamándote “hijo y hermano de Velázquez” o ese filósofo, Max Nordau, quien decía que es difícil hacer justicia a tu genio y que eres uno de los más grandes pintores del mundo. O ese pintor, Valéry Müller, el que exponía también en el Salón de París, y decía que había sentido admiración y entusiasmo al contemplar tus cuadros y que estos reflejaban que tú amas lo que representas, pues eres un pintor sincero. ¡Es tan, tan bonito, Joaquín! Has creado algo que antes no existía.
- Mmmm, mi fea Clota siempre diciéndome cosas preciosas. Pero ahora sí que hay que empezar a trabajar. No nos podemos detener en lo que ya hemos sido. Hay que seguir creciendo. A ver, a ver, te tendrías que colocar.. así. – El pintor hace una pose y deja que su mujer le contemple, hasta que adopta la posición deseada.
- ¿Así?
- ¡Perfecto! Y ahora tendrías que levantar un poquito la cabeza y sonreír.
- Sonreír ¿cómo? ¿Con la sonrisa de la Clota valenciana o con la sonrisa de la Clota madrileña?
- Con la sonrisa de la Clota valenciana y madrileña que ha vivido la experiencia parisina de los Sorolla de 1906.
- Ah, vale. Pero eso no hace falta que sea una pose. Esa es la Clota que ya soy todos los días por la fuerza de las circunstancias y porque de verdad estoy orgullosa de lo que has hecho. -Y Clotilde, de verdad, sonríe-.
- ¡Perfecto! No se te ocurra moverte.
El pintor se lanza al lienzo, que poco a poco deja de ser blanco y empieza a adquirir una especie de líneas de carbón, tan precisas, tan cuidadosas, que un espectador de la escena podría decir que eran los trazos más perfectos que hubiera visto jamás. El pintor enciende un habano, la inspiración llega tan leve, tan firme, que no es posible abstraerse de su influjo.
- Clota.
- Dime, Joaquín.
- ¿Te acuerdas del otro retrato que te hice?
- ¿Cuál, el del traje gris claro?
- No. El de la Venus de Milo. Tú a un lado del cuadro contemplando la Venus de Milo, como si tú fueras el paradigma de una musa contemporánea, frente a la musa clásica.
- Sí, claro que me acuerdo. Fueron años muy felices. No es que los de ahora no lo sean, pero aquellos eran unos tiempos en los que prácticamente estábamos todo el día juntos. ¿Por qué te has acordado ahora de la Venus?
- Porque tú eres mi Venus de Milo. No creo que hubiera podido pintar todo lo que pinto… sin ti. Solo que tú eres mi Venus de Valencia. ¿Por qué no iba a poder ser así? No solo el genio griego tiene derecho a tener musas con nombre propio. Los valencianos también somos mediterráneos.
El pintor ríe feliz, su mujer también. A veces los silencios dicen más que muchas palabras. Y más que las imágenes, sobre todo cuando son silencios compartidos y llenos.
- Clota.
- ¿Sí?
- Vaya acierto que fue el comprar ese vestido de Madeleine Vionnet. Es como si ella hubiera previsto en su mente cómo eran tus formas y hubiera perfilado su arte teniendo en cuenta tu figura. Tan vaporosa, tan ligera, tan…tú misma.
- Lo cierto es que es una interesante mujer. Dicen que es una muy buena jefe y que cuida muy especialmente de las condiciones de trabajo de sus empleadas.
- Vaya, me alegro. Eso de que una mujer tenga que ganarse también su sustento supongo que es un signo de modernidad. Pero yo me refería más bien a su arte. No es tan fácil crear una obra de arte con tela.
- Bueno –Clota vuelve a reir- tú la creas sobre tela.
- Sí, pero, entiéndeme, mi tela es dócil a lo que yo sobre ella dibujo. Como ahora, que estoy zas zas, dibujando tu hermosa cabeza. La tela para hacer trajes no es dócil. Hay que hacerla y preveer cuál va a ser su movimiento, cómo se va a comportar cuando esté sobre el cuerpo femenino. Y cada tela tiene su personalidad. Con esta se lució. ¿Qué tejido es exactamente?
- Pues es raso negro, con hombros abullonados y bocamangas transparentes de tul. Una de esas telas que hubieran gustado a tu padre, acostumbrado a comerciar con tejidos.
- Seguro que sí. Pero en este caso es la extraordinaria tela más la rosa amarilla, que es el toque de gracia.
- Exacto, eso sí que no lo previó ella. Que un vestido todo negro necesitaba un toque de color. Alguien me dijo que hace primero sus ensayos sobre maniquíes pequeños, donde puede crear con mayor libertad, y después esos son los modelos que hace en grande. Así puede comprobar mucho mejor la proporción, la armonía y el efecto del conjunto.
- Una “Euclides de la moda”, enamorada de la geometría y a la vez, una modista moderna formada en Londres, con la afición a crear prendas prácticas y cómodas, acordes con la vida de la mujer de ahora. Es un oficio curioso ese de “modista”, alguien, que como Charles Frederick Worth, sabe combinar la técnica inglesa del corte con la elegancia francesa. Creo incluso que esa palabra se inventó para denominar lo que este hombre hacía. No sé cómo ha conseguido combinar a dos países tan distintos.
- Bueno, tú ya sabes que a mí la moda londinense me parece de lo más cursi. Tiene mucho más estilo la moda de París.
- ¡Qué ciudad! Tan hermosa, tan refinada, tan europea. ¡Y qué tiendas! París es la mejor ciudad del mundo para gastarse el dinero. Yo lo compraría ¡todo, todo! Para ti, para mi María, para Helenita. ¡La ruina! Este mundo femenil te puede llevar a gastarte unos mil franquitos en una tarde. Eso sí, ¡tan bien invertidos!…
- Sí que es una ciudad que resulta de lo más interesante ¿Te acuerdas de las sesiones con el humorista? Era un hombre realmente divertido. Eso es lo que me gusta de los franceses, tan finos, tan poliédricos. Saben ser elegantes pero también divertidos, refinados y galantes. Y esa admiración que tienen por todos sus grandes hombres. Es bueno ser así y defender la grandeza. Por lo menos un poquito.
- Se llama Coquelin Cadet. Y, sí, es muy gracioso. ¿Te acuerdas de lo bien que actuaba y de los gestos que hacía?
- Esto es una buena combinación de artes: tú le pintas y él te invita a una de sus funciones en el Theatre Français para que tú puedas también admirar su arte. Fue, además, muy amable, recomendándome a su médico y diciéndole que me tratase igual que a él. De verdad que me ayudó, pues no fue una época fácil.
- Es, Coquelin, un hombre luminoso, que me llamaba Cher Artiste. Lo mismo podría decir yo de él. Todo su afán era que yo le pintase con la luz, como si no concibiese que su figura apareciese con alguna oscuridad. Será francés, pero en el fondo es un poco goethiano, un hombre en busca de la luz. Esperons le soleil, decía en su misiva, y el pobre estuvo esperando y esperando sin fruto en la primera sesión. Menos mal que conseguimos otro día de luz y ya puede disfrutar de su propia estampa todas las veces que quiera.
- ¿Qué pensará un cómico cuando