Reverberaciones. Serena Solera

Reverberaciones - Serena Solera


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tu horizonte sobre lo que significa ser español o española. Este breve libro habrá entonces cumplido su doble objetivo, de admirar a unos cuantos españoles extraordinarios y de ponerlos en la órbita vital que les corresponde. Pero no puedo ofrecerte esto con mi propia vida, pues esa, es mía. Y ha de ser vivida desde la lucidez de la vida privada.

      Nota. En algunos fragmentos, el lector, la lectora, encontrará cursivas: corresponden a palabras literales de los protagonistas de cada relato o de alguno de los que aparecen en otro relato. Yo solo les he creado las situaciones vitales donde pudieran volver a decirlas, de modo distinto a como las dijeron por escrito. Como se podrá comprobar, todos ellos eran admirables escritores de esta lengua que compartimos.

      Solo hay una palabra inventada a lo largo del libro. Ha sido imprescindible, para expresar el temple de todo el relato de Menéndez Pidal. Es la palabra que da título a esa narración: “Deslascasificación”. La idea, como seguramente ha podido comprender quien la lea desde el reposo y la reflexión, es que a la figura de Las Casas hay que “desclasificarla” de una vez, es decir, sacarle de la carpeta “top secret” para analizarlo con veracidad y espíritu crítico y también en el otro sentido, sacarle de la clasificación de personajes que hay que tener en cuenta para comprender la presencia española en América. En su lugar hay que poner otros nombres, que más lo merecieron y mejor nos representan por su inteligencia, bondad, entrega, humanidad y altura de miras.

      Señora de Sorolla in black

      Finales de 1906, taller de Joaquín Sorolla en la calle Miguel Ángel, 9, Madrid

      El pintor está ante su lienzo en blanco. El lienzo en blanco, la idea en la mente. El pintor observa sus manos, que en breve empezarán a trabajar y empezarán a plasmar sobre el inmaculado lienzo algo tan etéreo como una idea artística.

      El pintor palpa el lienzo. Es tan suave y tan inocente. No sabe él, el lienzo, que dentro de poco tendrá impresa una imagen que muchas miradas contemplarán y que causará en las ánimas de las personas… ¿qué emoción? ¿Alegría, tristeza, entusiasmo, admiración, temor? Es algo misterioso este poder del artista, que de la aparente nada, es capaz de sacar algo que no existía hasta ahora.

      Sorolla se aleja un tanto del lienzo. ¿Serán suficientes sus breves dimensiones para explicar el mundo que él lleva dentro? En estos momentos, el pintor siempre piensa en un tema un tanto religioso, pues eso que él hace se parece demasiado a… sí, al comienzo de todo. ¿Qué será crear?, piensa el artista. Las ideas aladas pululan por la mente y de repente, parecen posarse y encontrar su hueco ideal en la existencia. Primero, en la existencia mental y después… en la existencia metafísica.

      ¿Qué es necesario para realizar un acto de creación? La idea ligera y exacta, por un lado; y estos dúctiles colores, que obedecen al poder de la mente de una manera tan perfecta. “¿Qué es crear?” se pregunta a sí mismo el artista, asombrado de su propio genio y de cómo ciertas ideas encuentran asiento en su mente, que aunque suya, es solo una de entre las millones que han existido y existirán. Esta vez, el artista quisiera perfilar sus ideas. Quisiera poder encontrar una definición de lo que es una bella, audaz creación. Crear, crear es…

      - Ya estoy aquí- suena una voz firme y femenina muy cerca, por detrás del lienzo, a la vez que un roce suave de telas densas.

      - ¡¡---------!!

      - ¿No dices nada? ¿No te gusta?

      - Clota, ¡estás guapísima! Claro que me gusta.

      - ¿Entonces?

      - Pues es solo que me he quedado sin palabras. Eres una idea hecha realidad.

      Clotilde se ríe. Esa risa ha sido siempre una fuente de inspiración para Sorolla. Recordarla en los viajes llenos de penalidades y en las horas frías fuera de casa ha sido siempre una fuente de fortaleza y de calidez para este hombre, que se reconoce valenciano demasiado profundamente. ¡Esa risa! Si pudiera uno diluirla en pintura, convertir los sonidos en colores y trasladarlos a un cuadro, daría como consecuencia un cuadro risueño y feliz, un cuadro en el que cualquier persona podría quedar intrigado, por la existencia de un factor misterioso e indefinible.

      - ¿De verdad es este vestido lo que querías pintar?

      - Bueno, más bien, me gustaría pintarte a ti con ese vestido. Lleva algo de todo lo que vivimos el verano pasado, una experiencia tan increíble para este pobre niño huérfano.

      - Vamos, Joaquín, “este pobre niño huérfano” es solo una parte de ti. Ese niño sigue viviendo dentro de ti, cuando pintas a los muchachos felices en la playa, corriendo locamente por la arena sin temor al paso del tiempo y sin darse cuenta de que nuestra vida tiene los instantes contados. Pero ahora, tú eres un hombre hecho y derecho. Un hombre que se ha hecho a sí mismo a base de talento, trabajo y esfuerzo. Todo lo que vivimos en París el verano pasado con tu primera exposición individual ¡te lo has merecido tanto!

      - ¿De verdad lo crees así?

      - Sí, Chimo, de verdad lo creo. Cualquiera que te conoce sabe la cantidad de horas que pasas trabajando y perfilando tu arte. Pues es también un trabajo el arte. 497 obras en la Galería George Petit, de las cuales vendimos 65 y ¡tantos agradecimientos y felicitaciones! De verdad estoy orgullosa de ti. Claro que estamos contentos todos de los más de 230.000 francos. Pero lo más admirable es que todo esto es la lógica recompensa a tus titánicas horas de esfuerzo.

      - ¿Te acuerdas la mañana de las firmas?

      - Me entra la risa cada vez que me acuerdo. Solo a ti se te ocurre no firmas los cuadros cuando los terminas. De manera que luego nos piden casi 500 cuadros a la vez y nos tenemos que dedicar todos a firmar cuadros con tu nombre. ¡Parecía aquello una fábrica de firmas, más que el estudio de un pintor! Una empresa familiar especializada en la firma Sorolla.

      Ambos ríen recordando la mañana fatídica. Ahora todos saben al dedillo cómo es la firma paterna y cómo el primer apellido está bien formado y delineado, mientras que el segundo a veces es enunciado sencillamente con inicial y punto.

      - ¿Qué haría yo sin ti? Un inventario perfecto –me lo dijeron en la galería-, que les facilitó mucho el trabajo y que además se tomaron bastante en serio, viniendo como venía de ti. Me dan nuevas fuerzas para seguir trabajando y, te lo prometo, cuando escucho tu voz segura, las ideas, que antes me revolaban por la mente, de repente se posan como si fueran libélulas en el atardecer, y yo sé que han encontrado su lugar. ¡Como ahora! Acabo de ver en mi mente cómo será la composición que esta obra tiene que tener. Tendrá que ser un cuadro de intimidad, un cuadro en el que tú estés con ese espléndido vestido, al lado de una silla y los tonos del traje ensalzarán tu rostro bien formado y tu cintura de ensueño.

      - ¿De verdad? ¿Mi voz te hace “tener ideas más firmes”?- Clotilde sonríe otra vez y, coqueta, agita con mucha gracia y elegancia los vuelos del fabuloso traje-. ¿Dónde quieres que me ponga? ¿Aquí de pie?

      El pintor se mueve, como obedeciendo un socrático daimon interior, y mueve varios elementos en la sala, mientras habla consigo mismo: “Esta silla, aquí; sí, aquí es. ¿Aquí detrás? Aquí detrás tendrá que haber un cuadro que ambiente este retrato de lo que tú significas. ¡Claro! Este tiene que ser. No podría ser otro diferente. Y, déjame que te vea con un poco de distancia… falta un toque de color. ¿Qué hubiera puesto el maestro Velázquez en un cuadro, como los suyos, con tonos oscuros y con la majestuosidad del negro español? Cierto, cierto, un detalle de color, como los búcaros de las meninas. Espérame, Clota, que ahora te traigo algo que quiero que lleves…”.

      A los pocos minutos, el pintor llega con una flor recién cortada, tan fresca, tan brillante, que realmente viene a ser una explosión de color en el conjunto del traje negro. Él la coloca en la cintura de ella con mucho arte, mientras Clotilde le acaricia el rostro, tan cerca.

      El artista se aleja y se sitúa junto a su blanco lienzo de nuevo, observando todo el efecto del conjunto y sonriendo ante la escena.

      -


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