Entre el azadón y el smartphone. Cristina Giraldo Prieto

Entre el azadón y el smartphone - Cristina Giraldo Prieto


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de la Orinoquia, un tema demasiado amplio y poco concreto. Después de una rápida conversación, de ponernos al tanto y especificar algunos asuntos, se propuso que, dado el interés que el gobernador del Vaupés había manifestado en generar acciones a favor de la recuperación de saberes y prácticas ancestrales indígenas, se iba a pensar el proyecto en este departamento y se iban a proponer dos líneas de acción: recuperar el material bibliográfico y documental producido por y sobre este territorio (siguiendo fielmente la misión de la Biblioteca Nacional de Colombia) y registrar y dinamizar las prácticas y saberes tradicionales, todo esto con el fin de fortalecer las bibliotecas públicas del Vaupés.

      De esta manera, fui designada representante del Grupo de Bibliotecas Públicas para concretar y escribir este proyecto, en compañía de tres compañeros de otros grupos de la Biblioteca Nacional de Colombia. Yo estaba allí porque era la contratista encargada de los “proyectos transversales” de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, lo que incluía todo lo relacionado con bibliotecas en comunidades rurales, indígenas o afrodescendientes, entre otras variopintas iniciativas. Sin embargo, para mí, el Vaupés era tan desconocido como lo puede ser Kosovo o Kazajistán; con el poco tiempo del que disponíamos para desarrollar el borrador de la propuesta, tres días, tuvimos que, en una carrera frenética y en medio de acaloradas discusiones, empaparnos del tema y tratar de pensar una propuesta que lograra articularse con las dinámicas y los procesos del territorio. La coordinadora de la red de bibliotecas del Vaupés nos mostró un panorama general del departamento y nos permitió acceder a algunos planes de vida de las etnias indígenas que habitan esta zona.

      Así, entre la lectura rápida de los planes de vida de las organizaciones indígenas, el conocimiento inicial de etnias como los bará, los desanos, los cubeos, los sirianos, entre otras, la información sobre la relevancia que tuvo para el departamento la toma guerrillera de Mitú por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), acaecida en 1998, y la investigación por internet, llegué a noticias que hablaban de un fenómeno particular que estaba ocurriendo en el Vaupés y que llamó poderosamente mi atención: la alta tasa de suicidios de jóvenes indígenas en los últimos años. La noticia más antigua que encontré sobre el tema era del año 2008 y la más reciente tenía que ver con el próximo estreno de un documental, cuyo tema central era este y sobre el cual se estaban adelantando algunos conversatorios en Cali y Bogotá antes de su estreno. Tendría que ver el documental, pero, por lo pronto, conocer esta realidad y leer en algunos planes de vida de las comunidades indígenas la preocupación manifiesta en relación con la pérdida de identidad de los jóvenes y con la falta de valoración de sus saberes ancestrales nos hizo proponer que el proyecto se enfocara en este grupo poblacional y que lograra integrar el tema de las nuevas tecnologías, un interés creciente en la población juvenil en general, en el registro de las prácticas ancestrales que se esperaban documentar en la Zona Central Indígena de Mitú (OZCIMI).

      En el transcurso de los días en los que velozmente escribimos la propuesta, los cuales antecedieron al estreno del documental, pensaba en la molestia que sentía cada vez que me enfrentaba a estas iniciativas que surgían no desde las mismas comunidades, sino mediadas por entidades estatales o privadas que, en muchos casos y con ingenuas aunque buenas intenciones, se planteaban la necesidad de intervenir en estos territorios para propiciar una infraestructura cultural, un programa de recuperación de las “tradiciones” y de las lenguas, o de recopilación de información y documentación, entre otros temas; así, y aunque se intentara buscar la participación de algunos miembros de la comunidad en su formulación, con la idea de que fuera la misma comunidad la que desarrollara los proyectos en las etapas posteriores, estos se seguían haciendo desde el centro y con ideas preconcebidas. En este caso, el gobernador del Vaupés, miembro de una de las etnias indígenas del territorio, mostraba su preocupación por la pérdida de su cultura y tenía intenciones de apoyar proyectos que buscaran dinamizar y rescatar esas prácticas identitarias; sin embargo, me preguntaba por qué ese era un tema que había llegado hasta él, traído desde dónde y, aunque fuera una inquietud legítima, me llamaba la atención que fuéramos unos agentes externos a su comunidad los que pensáramos el proyecto y los que tuviéramos la autoridad para decir qué y cómo debía hacerse.

      Siempre se tuvo claro que las decisiones sobre los temas específicos que se iban a tratar y los mejores modos de hacerse tenían que consultarse con la comunidad en pleno; no obstante, la supuesta experticia de las instituciones del Estado y la espera de orientación a la que están acostumbradas las comunidades, o a la que fueron moldeadas las gobernaciones, los municipios y las mismas comunidades, me hacía pensar en que este proyecto, como otros que he visto gestarse, se hacía al revés y, así, difícilmente tendría incidencia en la vida real de las etnias indígenas. ¿Quién, cómo y cuándo debía hacer preguntas y generar procesos para supuestamente recuperar una identidad ya trastocada? ¿Por qué, a razón de qué y bajo qué circunstancias es que muchas etnias indígenas del Vaupés están en riesgo de extinción física y cultural? ¿Cuál es la responsabilidad del Estado colombiano allí? ¿Extinguir o recuperar? Y en medio de todo esto, ¿por qué los jóvenes indígenas del Vaupés se están matando? ¿Qué ha sucedido para que un departamento como el Vaupés tenga la tasa más alta de suicidios en el país?

      La música y los sonidos que acompañaban la escena resultaban perturbadores: un joven indígena martillaba enormes pedazos de piedra en medio de la selva… el golpe sordo que hacía eco en la vegetación no solo presentaba la respuesta mística que tenían algunos estudiantes respecto a los suicidios de sus compañeros –la extracción de piedras de lugares sagrados para la construcción era castigada a través del suicidio–, sino que, para mí, se convirtió en una metáfora de aquella impotencia relacionada con el querer hacer de algo otra cosa, es decir, con esa situación en que las dinámicas propias de las comunidades indígenas se ven alteradas por la llegada de las dinámicas del mundo “blanco”, del mundo occidental… un martillo que, a fuerza de golpes secos, va resquebrajando lo que parecía inmutable, lo quiere convertir en otra cosa, y la piedra se resiste, pero lentamente va cediendo, se agrieta, y ahí, en medio de ese sonido sordo, están los jóvenes martillando su propia piedra, resquebrajando su experiencia vital.

      El proceso de colonización del Vaupés se desarrolló tarde y de manera acelerada. Solo hasta después de la toma guerrillera de 1998 el Estado empezó a hacer una fuerte presencia en la zona; con este, muchas lógicas del mundo “blanco” ingresaron a estos territorios que, debido al conflicto interno armado y al difícil acceso, se habían mantenido aislados de las ideas de modernidad y progreso. Los jóvenes de esta generación salieron de sus territorios para estudiar en un internado en Mitú, un lugar con otras dinámicas y con un proceso educativo que está bastante lejos de su cotidianidad y de las cosmogonías ancestrales. En el documental, asistimos a los salones de clases y escuchamos a los profesores decir que si uno no sabe inglés y si no tiene conocimientos sobre las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), está out, está fuera del mundo global y desarrollado; mientras tanto, los jóvenes indígenas dirigen su mirada al tablero y parece que sueñan otros sueños y que las palabras del docente llegan a sus oídos como un ligero ruido, el cual se instala rápidamente y comienza a martillar. La colonización con armas ya no está bien vista en este mundo de los derechos humanos; sin embargo, esta colonización del saber y del ser que se hace a través de la educación, de la cultura, de los deseos, es tan profunda y tan avasalladora como lo fue aquella de las armas… ya no se empuña una espada, sino un diploma; ya no se enarbola el evangelio bíblico, sino la biografía de Steve Jobs.

      Los procesos de aculturación son evidentes y, aunque no es posible creer ya en ideas esencialistas sobre las comunidades indígenas, las cuales han devenido nada más ni nada menos que en un mercado, donde el etnoturismo y las experiencias espirituales a través de plantas ancestrales son el último grito de la moda de jóvenes citadinos que quieren sentirse fuera del sistema, es necesario reflexionar sobre las implicaciones de ciertas intervenciones y de nuestro papel en cada una de ellas. Mientras se presentaban los créditos del documental, y con una sensación de impotencia que hacía tic tac en mi cabeza, volvía a pensar que no deberíamos hacer ningún proyecto de recuperación de nada en ninguna lógica de sustentar el Estado multicultural y pluriétnico establecido en la constitución; no deberíamos hacer procesos para preservar, ni reconocer, ni difundir nada, pues los mismos verbos que


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