Entre el azadón y el smartphone. Cristina Giraldo Prieto
a los que se les interpela desde afuera en relación con la “recuperación” de su historia local?
De las montañas de esta zona del Tolima nos dirigiremos al norte de Colombia, para observar de frente cómo los jóvenes habitantes de La Doctrina, un corregimiento al norte del municipio de Lorica, Córdoba, se mueven en la contingencia de saberse parte de un territorio cargado de una historia musical local que se supone se debe preservar, aquella del porro, como les dicen, al tiempo que tienen guardadas en sus celulares las canciones más famosas de un ritmo más caliente que su propio clima y más de moda que cualquier concurso nacional de música tradicional: el reggaetón. ¿Cuál fue la respuesta de estos chicos a la pregunta que les hizo la seño Camila, una antropóloga bogotana recién graduada, respecto al porro y a esa tradición musical que ella suponía viva, pero de la cual apenas quedaba el rastro en el corregimiento? ¿Qué sintieron y qué experimentaron cuando a través de una cámara fotográfica la pequeña seño les invitaba a registrar las formas de sus fiestas patronales, para luego exponerlas en las paredes de aquella biblioteca pública comunitaria que sobrevive apenas por la voluntad de unos pocos? ¿De qué les sirvió la cartilla publicada con sus escritos sobre la reconstrucción de la historia de la banda de porro Nuestra Señora del Rosario, cuando las oportunidades allí se ven limitadas por una corrupción que está más arraigada que la misma música local? El embate entre lo local y lo global aquí no es un asunto novedoso; sin embargo, las discusiones sobre lo tradicional y lo identitario, como una marcación que se hace de ciertos grupos y sujetos frente a una imagen de lo moderno a la que deben aspirar, se entrecruzan allí. Estos son fenómenos complejos, en medio de una zona del país que claramente no está en los imaginarios de la ruralidad que se han construido desde los centros, pero cuyo abandono e invisibilidad la han convertido en un fortín político que ciertos clanes familiares han aprovechado con destreza y sin vergüenza. ¿Podrán diálogos, cartillas, fotografías y exposiciones hacer algo por el devenir de aquellos jóvenes o son meros paliativos de un Estado que reconoce la diferencia, pero jamás la desigualdad?
Como ya se alcanza a atisbar, eso de que somos diversos, pluriétnicos y multiculturales es una verdad de Perogrullo, y aunque la Constitución Política de Colombia lo divulgue y lo reconozca en aquel famoso artículo de 1991, aún no sabemos siquiera cómo hacer de eso algo consciente y efectivo. Más allá de aplaudir las manifestaciones artísticas de nuestra tan amplia y colorida diversidad cultural y de maravillarnos con nuestra amplísima gastronomía nacional, ni siquiera comprendemos que hay luchas silenciosas y simbólicas que se extienden en los territorios, porque tampoco se sabe si ciertas tierras les deben pertenecer a los campesinos que las han trabajado o si son de los herederos ancestrales de etnias indígenas masacradas durante siglos; o si el reconocimiento de los territorios colectivos de los afrodescendientes puede devenir en conflictos internos, más que en propósitos comunitarios, por ejemplo. ¿Cuánta tierra necesita un hombre? Recuerdo aquel cuento de Tolstoi, tan preciso y tan diciente, pero aquí la tierra ha sido el campo de lucha y no solo se la quiere por ambición, es la vida misma de muchos grupos humanos, y en esa lucha muchos han encontrado, al igual que Pahom −el protagonista del cuento−, la muerte como única concesión.
De luchas y resistencias el Cauca sabe dar cuenta: unas han sido visibles para nosotros a través de demandas que se le han hecho al Estado y a grupos “al margen de la ley”; sin embargo, otras no resultan tan conocidas y son tan o más complejas que aquellas. El conflicto silencioso, más simbólico y cotidiano, entre campesinos e indígenas por el territorio y por los reconocimientos que unos y otros han tenido en el municipio de Inzá, Cauca, enmarca las acciones realizadas por una joven politóloga y educadora popular en la pasantía que se desarrolló en La Casa del Pueblo, biblioteca pública de la vereda Guanacas. A través de esta experiencia, podremos conocer un poco sobre esos conflictos, pero también sobre los acercamientos posibles desarrollados mediante diálogos, atravesados por la oralidad, la lectura, la escritura y la producción audiovisual. Allí, pensar en los dispositivos que se han creado y que se siguen conformando como instancias autorizadas para validar o no el conocimiento y los saberes, como la escritura misma y el material bibliográfico, así como las nuevas apariciones de lo audiovisual y los formatos digitales, nos permitirá debatir respecto a si se están generando unos tránsitos particulares en las formas de producción de verdad y si esto tiene algún revés en los modos como los sujetos jóvenes asimilan estos procesos, tal vez para que dichos dispositivos sean utilizados en instancias de reivindicación, más que de normalización y estatización. La producción del documental sobre autonomía y soberanía alimentaria Tierra desde adentro nos instará, desde los distintos actores que formaron parte de este proceso, a reflexionar sobre este tema.
Así, a través de los relatos que siguen, nos mantendremos entre los espejos: una advertencia necesaria para el lector que, llegado a este punto, aún espera que este texto se ponga serio y hable de teorías más que de experiencias, más de hipótesis que de narraciones; habrá reflejos y entrecruzamientos entre estos, claro está, pero mantenerse entre los espejos exige que las palabras se esfuercen en ser más que nominaciones o denotaciones, que se dispongan a expresar no solo conceptos, sino también sensaciones que permitan ver a otros lo que tantos ojos han visto y vivido y que, a fuerza de encajonamientos, cifras y conclusiones, se pierden como esos rayos de luz que llegan al espejo y que no encuentran una mirada donde posarse.
PALOMAR, ANZOÁTEGUI, TOLIMA
Mapa: ubicación de Anzoátegui en el departamento de Tolima
Recuadro: Tolima en Colombia
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