Entre el azadón y el smartphone. Cristina Giraldo Prieto

Entre el azadón y el smartphone - Cristina Giraldo Prieto


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son fundamentales. Pero lo que está ocurriendo es una pérdida de la autonomía de los pueblos indígenas suplantada por la decisión de las políticas nacionales”, aseguró Leonor Zalabata, líder arhuaca y comisionada de derechos humanos. (Indigenous Portal, 2009)

      En todo caso, estos pueblos se han creado a través del Centro de Coordinación y Atención Integral (CCAI), cuyo objetivo es retomar el control territorial en zonas de conflicto armado; así, se han establecido con recursos de cooperación internacional ejecutados por el Gobierno a nivel central. En los pueblos talanquera se instala una institución educativa, un puesto de salud, un restaurante escolar y, en el caso de Dumingueka, una biblioteca pública, la cual fue solicitada por un miembro de la comunidad: esta es la llegada de la institucionalidad a los territorios y, por supuesto, genera una transformación de las dinámicas y de los modos de vida de las comunidades asentadas allí ancestralmente.

      Algunos especialistas y conocedores de las realidades de los pueblos indígenas de la Sierra, se remontan incluso a la época de la Colonia para señalar que la construcción de estos pueblos talanquera no es más que una forma de control a la población aplicada por los españoles para el sometimiento de los indígenas y consistente en su nucleación en espacios reducidos o poblados. “Antes, los indígenas podían transitar por todo el territorio extenso, pero los nuevos pueblos actúan como un imán y lo que hacen es forzarlos a centrarse en un solo lugar, a través de escuelas, centros de salud, actividades de comunicación”, dijo un indigenista que pidió la reserva de su nombre. (Indigenous Portal, 2009)

      El relato de la conversación que presenciamos en Dumingueka ratifica las evidentes incidencias que puede tener este tipo de intervenciones estatales, las cuales no solo se relacionan con un control territorial, sino con la colonización del pensamiento. Contemplar que una biblioteca y los procesos relacionados con la lectura y la escritura −además de un proceso educativo que se jacta de ser etnoeducativo, pero que realmente ni siquiera ha realizado el ejercicio consciente de construir otras formas de pensar el conocimiento y los procesos de enseñanza y aprendizaje−, pudieran incidir negativamente en los kogui, como una herramienta de control e intervención militar por parte del Estado, me llenó de terribles angustias. Y sentí, entonces, que todos debíamos alejarnos, que la escuela y sus dinámicas blancas y occidentales deberían irse de allí, que deberíamos quemar los libros y negar nuestra fe en la educación y en la cultura tal y como la concebimos, porque no hemos logrado comprender que hay otros modos de existencia que no requieren de libros, ni de pupitres, ni de imágenes de otros mundos, cuando la imagen del mundo propio se ha llenado de representaciones negativas, a través de las cuales las búsquedas deben orientarse a hacer y ser otros. Así, reviví en aquella sala de cine después de ver La selva inflada todas esas tensiones y volví a preguntarme, ¿qué es lo que podemos hacer? ¿Qué es lo que estamos haciendo? Salimos de aquella sala de cine y caminamos bajo el frío que sigue a la lluvia bogotana… con un poco más de calma, recomponiéndome de los avatares de la impotencia, tal vez como un salvavidas en medio de angustiantes discusiones, extraje de mi lista de episodios la conversación con Souldes, en la que me aclaró su posición frente a la biblioteca:

      El libro es una herramienta que, como el martillo, se puede utilizar para construir o para matar, estos libros acá pueden ser herramientas de colonización, pero para nosotros son herramientas de comprensión que nos permitirán reconstruir la memoria de nuestro pueblo. (Maestre, 2014)

      III

      Souldes Maestre es el coordinador de la Biblioteca Kankuaka, ubicada en Atánquez, un corregimiento de Valledupar, así como el mayor asentamiento de la etnia de los kankuamos en la Sierra Nevada de Santa Marta. Es un joven lector, líder comunitario y partícipe de diferentes procesos del Resguardo Indígena Kankuamo. Con él había estado trabajando Marisel, una joven historiadora cartagenera, pasante en bibliotecas públicas en 2014, en el proyecto de recuperación de los saberes relacionados con la práctica del tejido con jóvenes y niños de la zona, a través de las dinámicas de la biblioteca pública. Cuando llegué a Atánquez, me sorprendí con la vitalidad de las personas, de los procesos y de quienes los lideraban. Venía con todos los cuestionamientos sobre la incidencia de las bibliotecas en comunidades indígenas y, allí, en otra parte de la majestuosa Sierra Nevada, comprendí la diversidad de situaciones que enfrentaba ese territorio: pude pensar junto con ellos en los procesos de tránsito que atraviesa el modelo social, cultural y organizativo que han estado construyendo y en el que venía articulándose la biblioteca pública.

      En Atánquez hace bastante calor de día, pero en las noches el frío que baja de la Sierra refresca el alma e insufla nueva energía… ese respiro nocturno se siente en el cuerpo y en la palabra dinámica de sus habitantes. Desde el momento de mi llegada, me encontré con los jóvenes que habían formado parte del proceso de la pasantía, quienes estaban ávidos de contar sus historias y de conocer a la “tutora” de Marisel. Los jóvenes esperaban y me miraban al entrar en la biblioteca, como queriendo descifrar si efectivamente yo correspondía a la imagen de la tutora que habían creado en su cabeza a partir de los relatos que escuchaban de Marisel. Por su cara de sorpresa, y las risas que compartían entre susurros mientras yo los saludaba y les preguntaba cómo iba todo, supe que alguna cosa surgía como novedad en ese momento. Instantes después, descubrí que yo no era para nada lo que esperaban: les divertía mucho pensar que se habían asustado al imaginar que venía la tutora desde Bogotá y que debía ser una señora mayor, seria y brava, que llegaba a “inspeccionar” si efectivamente Marisel había realizado su trabajo tal y como debía. Me lo contaron todo después de un par de chistes que les hice, cuando sintieron que efectivamente no era el ogro que imaginaron. Entre burlas, decían que Marisel estaba asustada y que había dicho que yo era muy exigente, así que el grupo no sabía qué esperar de la visita. Esto pasa a menudo; presumo que la imagen que se tiene del representante del Estado es esa persona que va a supervisar y a decir qué está bien, qué está mal y cómo debería hacerse todo, sin preguntar mucho y sin inmiscuirse demasiado en la vida de los lugareños.

      No negué que era exigente y que, como Marisel sabía, todos teníamos una responsabilidad muy grande cuando contábamos con la oportunidad de trabajar con las personas a través de las bibliotecas públicas, pero era claro que yo quería conocer el proceso, conocerlos a ellos, entender cómo estaba funcionando la biblioteca pública, cómo se había desarrollado la pasantía y, sobre todo, escuchar y aprender. Así, cuando ya estuvo lejos la nominación de doctora y todos se sintieron cómodos llamándome Cristina, empezaron a enseñarme quiénes eran, me mostraron sus vidas y me enseñaron un poco lo que habían sido estos meses en compañía de Marisel y lo que para ellos significaba su biblioteca. Recuerdo mucho la risa de Jackeline y su disposición para hablar y mostrar que era la líder del grupo de jóvenes que se había formado en esa indagación, propuesta por la pasante alrededor del tema de la mochila atanquera.

      La mayoría de ellos sabía tejer las mochilas, pero nunca se habían interesado por preguntar sobre el significado que tiene el tejido para su etnia, ni en indagar con sus padres o abuelos por qué tejían, ni qué simbolizaban las imágenes que se plasmaban en la mochila. Para ellos, el tejido era una práctica que tenía repercusiones económicas: tejían viendo televisión, hablando con sus amigos o simplemente tomando el fresco de la tarde y con eso ayudaban a la economía del hogar, ya que vendían las mochilas a los compradores (acaparadores, como se les llamaba) que llegaban a Atánquez y que las vendían en Valledupar. Eso era todo. Entonces, pensé en cómo las tradiciones son también procesos dinámicos que están determinados por las formas de vida, los circuitos económicos y las prácticas cotidianas; en ese afán por querer preservar y resguardar las memorias y saberes, tan de moda últimamente, no estaba demás escuchar con mucha atención a los jóvenes y sus posiciones al respecto e imaginar las idealizaciones que sobre las mochilas y sus significados harán los compradores en Valledupar, venidos seguramente de las grandes capitales, antes de llevárselas a su casa.

      Marisel me contó que cuando empezó a indagar sobre el origen, los significados y las prácticas que alrededor del tejido se habían creado, los jóvenes manifestaron poco a poco interés en aquello. Souldes ratificaba lo anterior y coincidía en el hecho de que se habían propiciado valoraciones importantes alrededor de esta práctica que, por las circunstancias, se había transformado en quehacer laboral y económico. Todo eso sucedía no


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