Hechizo digital. Tony Reinke
al 70 porciento. Si revisas Facebook todos los días te unes a más de mil millones de usuarios con la misma rutina compulsiva. El usuario promedio ahora dedica quince minutos – cada día – en la línea de productos de Facebook (Facebook, Messenger, Instagram), un número que continua creciendo estratégicamente por la compañía45.
El crecimiento de Facebook coincide con un incremento en la tecnología móvil y en los usuarios que adoptan los teléfonos inteligentes para exponer cada segundo de sus vidas. Ahora Facebook viaja con nosotros. Pocos de nosotros podemos controlarnos. Ofir Turel, un psicólogo de la California State University-Fullerton, advierte que los adictos a Facebook, a diferencia de los consumidores compulsivos de narcóticos, “tienen la habilidad de controlar su comportamiento, pero no tienen la motivación para controlarlo porque no creen que las consecuencias sean tan severas”46.
Pero las consecuencias son reales. A medida que las distracciones digitales se introducen en nuestras vidas a una velocidad sin precedentes, los científicos del comportamiento y los psicólogos ofrecen pruebas estadísticas estudio tras estudio: Entre más adicto te haces a tu teléfono, más propenso te haces a la depresión y a la ansiedad, y menos capaz eres de concentrarte en el trabajo y de dormir en la noche. Las distracciones digitales no son un juego. Debido a que estamos tan interconectados, cientos de personas (amigos, familiares y extraños) pueden interrumpirnos a cada momento. Y cuando estamos aburridos, con el desliz del pulgar podemos ojear una lista infinita de entretenimientos y rarezas en línea.
Las consecuencias psicológicas y físicas de nuestras distracciones digitales son interesantes, pero este libro más bien se enfocará en las dimensiones espirituales de nuestra adicción a los teléfonos inteligentes – consecuencias casi enteramente ignoradas por muchos artículos y libros cristianos. Mientras progresamos, resaltaré algunos descubrimientos científicos, pero solo como una introducción para dirigir la discusión de los efectos biológicos de nuestros hábitos frente a la pantalla hacia la discusión más importante sobre la tensión espiritual de nuestras acciones en línea y las consecuencias infinitas de los hábitos que tenemos con nuestros dispositivos. La eternidad, no la psicología, es mi mayor preocupación. Así que si el estudio de las tendencias en línea revela un tsunami de distracciones digitales golpeando nuestras vidas, necesitamos sabiduría en estas situaciones para responder a tres preguntas espirituales: ¿Por qué somos atraídos por las distracciones? ¿Qué es una distracción? Y la más fundamental de todas ¿Cómo podemos vivir una vida sin distracciones?
¿POR QUÉ LAS DISTRACCIONES NOS ATRAEN?
Las adicciones digitales enfermizas florecen porque fallamos en reconocer las consecuencias, así que comencemos nuestro estudio exponiendo tres razones de por qué sucumbimos a las distracciones tan fácilmente.
Primero, usamos las distracciones digitales para mantenernos alejados del trabajo. Facebook es una forma en la que escapamos de nuestras presiones vocacionales. Procrastinamos las cosas difíciles: fechas límite de trabajo, conversaciones difíciles, montañas de ropa sucia y proyectos escolares y ensayos. El estudiante universitario Estadounidense promedio desperdicia el 20 porciento del tiempo de sus clases jugueteando en un dispositivo digital, haciendo cosas que no están relacionadas con la clase (¡una estadística que a mí me parece muy baja!)47. Cuando la vida se vuelve muy demandante, anhelamos otra cosa – cualquier cosa.
Segundo, usamos las distracciones digitales para mantener a las personas alejadas de nosotros. Dios nos ha llamado a amar a nuestros prójimos, sin embargo nos dirigimos a nuestros teléfonos para escapar de nuestros prójimos y para dar a conocer a los demás que preferiríamos estar en cualquier otro sitio. En una reunión o en un salón de clases, si mi teléfono esta guardado, tengo mayor probabilidad de parecer que estoy interesado. Si no estoy utilizando mi teléfono, pero esta boca arriba en la mesa, en el momento me presento interesando pero posiblemente pierda el interés si alguien más importante fuera de la habitación me necesita. Y si mi teléfono está en mi mano y estoy respondiendo mensajes y navegando en las redes sociales, estoy proyectando un menosprecio abierto, porque “dividir la atención es una expresión típica del desdén”48.
En la era digital, somos especialmente lentos para “asociarnos con las personas humildes” que nos rodean49. En cambio, nos refugiamos en nuestros teléfonos – proyectando nuestro menosprecio hacia las situaciones complejas o hacia las personas aburridas. En ambos casos, cuando tomamos nuestros teléfonos elevamos nuestro sentido de superioridad frente a los demás – a menudo sin darnos cuenta.
Tercero, usamos las distracciones digitales para mantener nuestros pensamientos sobre la eternidad lejos de nosotros. Quizá con mayor sutileza se nos hace fácil caer en la trampa de las distracciones digitales, porque en las aplicaciones más atractivas encontramos un escape acogedor de la percepción que tenemos de nosotros mismos, las percepciones más verdaderas, más puras y más honestas. Esta fue la reflexión del cristiano del siglo diecisiete, matemático y sabio proverbista Blaise Pascal. Cuando observaba las almas distraídas de su propio tiempo (no como los de nuestros tiempos), notó que si uno “remueve su diversión, los dejará secos de aburrimiento”, porque “tan pronto como somos obligados a pensar en nosotros mismos y que no nos estamos divirtiendo” somos embestidos por nuestra infelicidad50. El punto de Pascal es un hecho perdurable: el apetito humano por las distracciones es elevado en todos los tiempos, porque las distracciones nos permiten escapar fácilmente del silencio y la soledad mediante los cuales nos familiarizamos con nuestras limitaciones, nuestra mortalidad inescapable y de la lejanía de Dios de todos nuestros deseos, esperanzas y placeres.
Conducir cada diversión, desde las guerras del mundo hasta el turismo internacional, nos promete escapar del aburrimiento en casa, Pascal dijo en sus días: “He descubierto que toda la infelicidad de los hombres surge de un mismo hecho, de que no se pueden estar quietos en sus habitaciones”51. Mirar el techo de nuestras habitaciones en silencio, con solo nuestros pensamientos sobre nosotros mismos, la realidad y Dios, es insoportable. “En consecuencia, es por ello que los hombres aman tanto el ruido y lo estimulante; en consecuencia las prisiones son un castigo horripilante; en consecuencia el placer de la soledad es una cosa incomprensible”52. Estar sin la disponibilidad de distracciones es un confinamiento solitario, un castigo digno de ser temido. Es por ello que en esos momentos nos damos cuenta de que hemos olvidado nuestros teléfonos, lo hemos perdido, o la batería se ha terminado, resentimos la cautividad de una celda en la prisión y eso puede ser escalofriante.
Aunque tenemos mil razones para ensobrarnos con nuestras propias reflexiones buscamos entretenimientos como “jugar billar o golpear una pelota”53, o para nosotros, descargar un nuevo juego de noventa y nueve centavos de dólar. Nuestros teléfonos omnipresentes ofrecen un sinfín de diversiones, desde descargas en diez segundos a compras con un toque. Nuestros sonidos, alertas y notificaciones nos desvían de nuestras necesidades más grandes y nuestras realidades.
El Pascal de nuestra generación lo pone de este modo: “Huimos como pequeños bichos conscientes, conejos asustados, asistentes danzantes de nuestras máquinas, de nuestros esclavos, de nuestros amos” – presionando, navegando, escribiendo, dándole “me gusta”, compartiendo… lo que sea. “Pensamos que queremos paz y silencio y libertad y ociosidad, pero en el fondo sabemos que esto sería insoportable para nosotros”. De hecho, “queremos hacer nuestras vidas más complejas. No tenemos que, queremos. Queremos ser hostigados, molestados y atareados. Subconscientemente, queremos aquello de lo que nos quejamos. Porque si tuviéramos descanso, nos veríamos a nosotros mismos y escucharíamos nuestros corazones y veríamos el gran vacío en ellos y nos aterrorizaríamos porque ese vacío es tan grande que solo Dios puede llenarlo”54.
Para entumir el aguijón del vacío nos volcamos en “los nuevos y poderosos antidepresivos no farmacéuticos” – nuestros teléfonos inteligentes55. Pero incluso mientras buscamos un escape en las redes sociales, la muerte nos sigue, y acecha esas diversiones digitales de nuevas formas. “Me fascina la diversión y la frivolidad en la mayoría del contenido de Twitter. Los GIFs. Las bromas. Las conversaciones redundantes”, admite un honesto escritor. “La realidad es que, aunque, en el fondo hay una parte de mí que tiene miedo