La vida tangencial. Manuel José Díaz Vázquez
domingo por la tarde.
La mente es una caja de galletas surtidas Cuétara.
¡Qué palabra más rara charol! Como el apodo de alguien o la marca de un producto de limpieza: «Si usa Charol, brillará como el sol». ¡El tricornio de la Guardia Civil! El color del taxi aquel que nos llevaba a la aldea en el verano: un Seat 1500, negro brillante que titilaba con los rayos del atardecer y se camuflaba en la noche, del cual se escapó la gata azabache de la casa en el viaje de vuelta y nunca más regresó al redil… ¡Gata mala! Añadí al recuerdo, o el recuerdo se desdobló a sí mismo, las suelas de los zapatos que parecían emitir una especie de chispas al contacto con el suelo, de manera especial con determinadas baldosas o piedras y que eran ideales para encender mixtos, tal y como se veía en las películas de Hollywood. Lo solía hacer John Wayne, quien prendía los fósforos a la primera en cualquier parte: en la corteza de un árbol, en una pared, en una mesa, en las suelas de los zapatos por supuesto, e incluso en su barba (apostaría algo a que también los encendería en el aire si se lo propusiese). En cualquier lugar excepto en la misma caja de cerillas, que era en donde yo lo intentaba, en esa superficie áspera, de lija, que no sé cómo se llama, y en la que yo nunca lograba encender al primer intento, bien por la humedad o por mi torpeza…
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