Mariana. Luis Farías Mackey

Mariana - Luis Farías Mackey


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mezquina vida y a nuestros distorsionados parámetros. Nunca aceptes someter el amor a la escala humana, menos a explicarlo en función de nuestros ridículos alcances; el amor es la más formidable y la más sutil de las energías cósmicas y los humanos, ilusos, codiciosos, creemos que es algo que está ahí para conquistar, dominar y esclavizar. Así como te digo que no prestes atención a las mojigaterías del catecismo, al menos en lo del sexo, también te imploro de hinojos no le hagas caso a su idea del amor.

      »Escucha bien, que tal vez sea lo más importante que pueda decirte en toda mi vida: al amor no hay que buscarlo, porque si lo buscas es que te has prejuiciado sobre qué buscas y cómo es lo que buscas; ya lo has reducido al mezquino alcance de lo humano. Al amor tampoco hay que esperarlo como si fuera un camión con paradas fijas. Al amor no hay que atesorarlo. Sólo los humanos atesoramos cosas, personas o rencores, el resto de los seres vivos sólo toman lo que necesitan para sobrevivir. ¡Ilusos de nosotros! Al final nos vamos de este mundo sin tesoros, sin gloria, sin blasones. ¿Puedes atesorar el aroma de una flor, los colores del crepúsculo, la brisa del amanecer, la luz de luna, el vuelo del colibrí? No, ¿verdad? Pues tampoco puedes atesorar amor.

      »El amor no tiene tiempo, sólo el hombre tiene tiempo; el tiempo es una invención humana, el amor es atemporal, por tanto, es sin pasado y sin futuro, siempre nuevo, jamás se repite, es inasible. Cuando alguien te diga «mi amor», sal huyendo tan rápido como puedas que ése no es amor, es posesión, apego, celos y, a la larga, dolor. No quiero decir que no puedas hallar el amor con alguien y hacer tu vida con él, tan sólo te digo que tienen que vivir un nuevo amor a cada instante, sin atarse a paradigmas, sin encadenarse a recuerdos, sin esclavizarse a dogmas y tradiciones. En fin —concluyó con gran suspiro— no busques el amor, vívelo en todo lo que hagas, en el menor de tus esfuerzos, en el mayor de tus dolores, en la más profunda de tus tristezas, en tu alegría más sublime, en toda tu relación con el mundo, con tus semejantes, con las ideas, con las cosas; en tus triunfos y en tus pérdidas. La pérdida es parte del ciclo de la vida, sólo de las cenizas se puede renacer; del pasado que hemos perdido resurge el futuro que anhelamos. Aprende a ver el amor en todo lo que es y, recuerda, jamás trates de buscarlo y aprisionarlo, sólo vívelo con pasión, con el deseo sentido y verdadero de compartirlo con y en todo lo que es.

      Los meses habían pasado, aquella conversación había quedado en el olvido hasta que Fermín la ciñó de la cintura; una energía desconocida excitó su piel, pero otra, inédita y corrosiva, quemaba sus entrañas. Aquella plática con el abuelo se le presentó con vívida presencia. Mariana supo que no tenía nada que temer. No podría decir qué era lo que sentía y arrebataba, pero definitivamente no tenía nada que ver con los horrores de monjas y tías.

      Ella percibía un algo indefinible que emanaba del cuerpo de Fermín… Pero, ¿estaría él también percibiendo las sensaciones que la carcomían por dentro? La idea la congeló. Se sintió desnuda e indefensa. La inseguridad se hizo de ella. Jamás pensó que alguien pudiera conocer sus sentimientos, que éstos pudieran leerse como ella leía los de Fermín. El coro de tías y monjas gritaba a su oído: «Jamás abras tus sentimientos, ¡jamás!». Ahora entendía su temor, temor a abrirse, a expresar su sentir, su pensar; a mostrarse tal como era.

      Se sintió transparente y traspasada, el terror la invadió. Quiso salir corriendo, huir, ocultarse donde nadie viera sus sentimientos, su yo. Pero el brazo de Fermín la asía dulcemente firme del talle, el sutil contacto la regresó a la realidad. Afuera los árboles se vestían de sombras, tía Hortensia arrastraba rejegas y rejegos a la pista, en el tocadiscos la canción concluía:

      And it’s been the ruin of many poor boys

      And God I Know I’m one

      Ssssssstttt, Ssssssstttt, Ssssssstttt, Ssssssstttt

      Memo retiró la aguja del acetato; Fermín el brazo de su talle; aquél cambió el acetato:

      —¡El hit del momento! —gritó Memo orgulloso mostrando, ante el azoro general, la portada a recuadros azules con las fotografías en serie de John, Paul, George y Ringo, que tanta sensación causaban en Norteamérica y alarma entre las sisters.

      —A hard day’s night, A hard day’s night —gritaba Memo alzando cual custodia la carátula azul y gris.

      A su alrededor, muchachos y muchachas brincaban dando alaridos de una a pierna a otra, con movimientos de caderas entre salto y salto, agitando la cabeza y moviendo los brazos como quien rema jalando un remo primero, luego el otro.

      When I’m home

      Everything seems to be right

      When I’m home

      Feeling you holding me tight, tight, yeah…

      La música continuó: I want to hold your hand, Can’t buy me love, She’s not there…

      Please don’t bother trying to find her

      She’s not there…

      Ambos brincaban y sonreían, la pista rebosaba parejas y niñas bailando en grupo; mamás y tías, desde el redondel, chismeaban a discreción. Guillermo cambió el disco:

      I give her all my love

      That’s all I do

      Tía Hortensia arqueó las cejas. La música ya no era de gritos y brincos, como la calificaba, sino una balada suave y romántica. Levantó la vista del bordado. «Aquí es donde hay que cuidar manos y arrimones», se dijo, no sin un cierto dejo de tristeza. Las parejas se acercaban, Fermín la acercó por el talle, Mariana jamás había experimentado la sensación de un cuerpo varonil tan cercano y electrizante. Semanas antes, en el rancho del abuelo, primas y primos habían jugado luchitas sobre la pastura, la muchachada era un nudo indescifrable de brazos, cabezas y piernas, pero nada había movido sus entrañas. Hoy, el roce de sus prendas, el suave tacto a su espalda, lo vecino de sus miradas, el aroma de hombre penetrando sus poros la encendían y amenazaban con hacerla explotar.

      Quien los viera observaría dos niños dando con torpeza sus primeros pasos de baile, tratando de encontrar un ritmo, deteniéndose en seco para reiniciar de nuevo en rígido y maquinal movimiento. Quien leyera su interior descubriría dos niños venciendo la oscuridad, dos libidos en ebullición.

      She gives me everything

      And tenderly

      Pronto fueron encontrando una cadencia maquinal pero segura, la rigidez de sus cuerpos fue dando de sí, con tiento empezaron un movimiento fluido y acompasado, la música chorreó por sus venas, empezaron a moverse al margen de todo lo demás, crearon su propio mundo. Para ella sólo existía ese momento. Nada hablaron.

      Bright are the stars that shine

      Dark is the sky

      Cuando la música concluía, los labios de Fermín rozaron furtiva y temerosamente su esbelto cuello; Mariana sintió perderse en un abismo de luz, un rubor inmisericorde se agolpó en melaza de música y arrobado ardor en su entrepierna.

      —Gracias —dijo él.

      —Gracias —contestó ella regresando a su trinchera tras las pilas de atún con mayonesa.

      Mariana a nadie confió sus sensaciones, pero pasaba las noches recordando el cálido efluvio.

      Ahora, tantos años después, un cosquilleo vaginal despertó al conjuro de aquellos tiempos. El motor de un coche la regresó al oscuro presente de su cocina. «¿Será Mariano Enrique?».

      Mariano Enrique, el mayor de sus dos hijos, era taciturno y soñador, cualquiera diría que triste. Por el contrario, Raúl, el hijo menor, había salido al papá: grandote, alegre, parlanchín, simpático, negociante y flatulento. Los dos Raúles estaban cortados por la misma tijera, no sólo se parecían en lo físico y en lo anímico, sino que formaban una unidad para la cual la realidad estaba compuesta únicamente de ganancias y pérdidas, y era su religión que las primeras quedasen siempre para ellos.

      Mariano


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