Rescate al corazón. María Jordao

Rescate al corazón - María Jordao


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      María Jordao

      RESCATE AL CORAZÓN

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      © María Jordao

      © Kamadeva Editorial, 2018

      ISBN papel: 978-84-949519-0-9

      ISBN epub: 978-84-949519-1-6

      Impreso en España

      Editado por Bubok Publishing S.L.

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      ÍNDICE

       1

       2

       3

       4

       5

       6

       7

       8

       9

       10

       11

       12

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       29

       Epílogo

      Nueva York, 1887.

      —¡No te quedarás! ¿Me has oído? Richard Langton estaba en el salón de su enorme casa de Nueva York reunido con su esposa y su hija menor. Discutían porque Danielle deseaba quedarse en la ciudad unos días más mientras él y su esposa emprendían su viaje hacia Tucson. Como cada año, irían a pasar el verano a su rancho del oeste. Su hija solía mostrarse contenta y obediente cuando iban, pero, esta vez, no sabía qué le pasaba que se negaba a ir con ellos. Algo estaba tramando.

      —Pero, ¿por qué no? —protestó Danny—. Solo será una semana, lo juro.

      —¿Qué interés tienes en quedarte? —le preguntó Richard, más serio que nunca.

      —No quiero ir a Tucson. Es muy aburrido.

      Richard levantó ambas cejas y miró a Amanda, siempre callada y sumisa.

      —¿Has oído eso? Resulta que después de dieciocho años, tu hija se aburre en el rancho.

      Amanda miró a su esposo y a su hija, que le imploraba su colaboración con la mirada. Entonces le dijo: —Si ella quiere quedarse, que se quede. —Danny se levantó del sillón de terciopelo color granate de un salto. —Creo que ya es hora de que decida por sí misma. Además, no dijo que no iría, sino que iría más tarde.

      Richard Langton, un hombre acostumbrado a salirse con la suya, quedó sobrecogido por la respuesta de su esposa, de su querida y amada esposa. Se pasó una mano por el pelo y miró a ambas mujeres sin comprender por qué su hija quería quedarse en la ciudad ni por qué su esposa estaba defendiéndola.

      —No pienso tolerar que vayas sola al oeste, es peligroso —dijo Richard al fin.

      —¡Pero no iré sola! He pensado que Diana puede acompañarme. —añadió Danny, con un tono desesperado.

      —¡¿Diana?! No voy a permitir que Diana se exponga a los riesgos que se pueden correr por aquellos lugares. Dos señoritas como vosotras no deberían viajar solas. Si quieres que vaya contigo, iréis las dos con nosotros. Danny quería echarse a llorar. Al igual que su padre, era muy testaruda.

      —Papá, por favor —dijo acercándose a él y mirándolo con consternación. —Solo será una semana. Solo una.

      —¿Una semana? El viaje ya dura una semana. Serían dos, no es lo mismo.

      —Por favor… Richard no podía soportar la mirada de su hija; la niña de sus ojos; la pequeña Danny; la alegría de su vida. Estaba a punto de convencerlo. Quizá no era tan malo dejarla quedarse. Era normal que se aburriera en Tucson, no había las mismas distracciones que en Nueva York. No había tiendas lujosas, ni salones de té donde pasar la tarde con las amigas. Tampoco había bailes. Suspiró y miró a Amanda. —Está bien, pero si en dos semanas no estás allí, atente a las consecuencias —dijo mientras la señalaba con un dedo acusador. —Viajaréis con escolta. Contrataré a alguien de confianza para que os acompañe. Vuestras doncellas también irán, en caso de que vaya, por supuesto. Si cumples todo esto, podríamos llegar a un acuerdo para apaciguar esa rebeldía tuya, ¿de acuerdo? Danielle tardó en reaccionar ante las palabras de su padre, pero cuando se dio cuenta de lo que significaban, empezó a dar saltos de alegría y gritos. Abrazó a su padre y a su madre, dándole las gracias a ambos, diciéndoles que no se arrepentirían, y juró que en dos semanas estaría allí con ellos.

      Richard pasó un brazo por el hombro de su mujer mientras veían cómo Danny salía del salón danzando alegremente.

      —¿Crees que hice bien? —Siempre consigue lo que quiere. Además, tú no puedes negarle nada.

      —Lo sé —suspiró. —Siempre ha sabido cómo convencerme de hacer lo que ella quiere.

      —Eso es que sabe jugar sus cartas muy bien. además, tiene muy buen maestro. Danielle Langton estaba en su habitación sin poder creer que ya se encontraba sola en casa. Con el servicio, pero sin sus padres. Se habían ido esa misma mañana y no paraban de decirle que se portara bien, que estuviera en casa a una hora decente y que no armara ninguna «travesura». Cuando tenía cinco años sería una travesura, a sus dieciocho años recién cumplidos, ya era más bien una imprudencia. Siempre se estaba metiendo en líos, por curiosa, aunque la mayoría de ellos sin querer. Era una joven inquieta, rebelde y algo mandona pero su nobleza superaba con creces su carácter revolucionario. Su ingenio la ayudaba a salir airosa de las situaciones más comprometidas. La gente en Nueva York no la tenía en una muy buena estima, pero eso a ella le daba igual. No le importaba que la señalaran por la calle y susurraran a sus espaldas Quienes la conocían de verdad la querían y esa era la gente que le interesaba a ella. Sus padres, su hermano, Robert, y su querida amiga, Diana Hobbs, la adoraban. El resto podía hablar de ella lo que quisiera, no le afectaba en lo más mínimo. Era más fuerte que los demás y su corazón no permitía que los comentarios maliciosos hicieran mella en él.

      Se


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