Rescate al corazón. María Jordao

Rescate al corazón - María Jordao


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respetado de todo Nueva York. El mejor abogado de la ciudad y el mejor padre que nadie podía tener. Si reverenciaban a su padre y nadie lo censuraba por su propiedad fuera de la ciudad, ¿por qué a ella la trataban así? ¿Sería por su carácter tan rebelde? No tenía la culpa de haber nacido con esa naturaleza. No quería ser una Lydia o una Samantha, amargada y sin tener más vida que criticar la de los demás.

      Se había sentido muy a gusto cuando les dijo a esas dos arpías lo que se merecían, pero también se arrepintió un poco por haber hecho tremendo espectáculo en el salón. Había echado más carnaza al mar de las pirañas. Al día siguiente, toda la ciudad no hablaría de otra cosa sino de la mala conducta de Danielle Langton en el salón de té, al humillar públicamente a sus dos amigas. ¿Sería que ya no estaría invitada al baile de lady L? Si lo sucedido llegara a oídos de Lampwick, estaría perdida. Sería la única de todo Nueva York que no estuviera invitada a ese acontecimiento. ¿Pero qué podía haber hecho? ¿Acaso le habían dado otra salida? Iría al baile, con o sin invitación. Se podría colar en la fiesta ya que era de disfraces y nadie la reconocería. Aunque tampoco le importaba mucho conocer a ese hijo suyo que tan misterioso le habían pintado. No podía engañarse a sí misma, la curiosidad era su mayor defecto. Iría.

      Danny bajó a desayunar al día siguiente como si nada hubiera pasado el día anterior. Entró en el comedor, Eric le sirvió la comida y le dio el periódico. Se le veía un poco reticente cuando lo dejó encima de la mesa y por eso lo primero que hizo Danielle fue abrirlo y echarle una ojeada. Ahí estaba. La noticia decía que Danielle Langton había humillado a Samantha Fox y Lydia Villard en el salón de té. Decía que «una generosa multitud de testigos vieron cómo la señorita Langton las insultaba de la peor forma posible. Una vez más, se demostraba el carácter arisco y rebelde de la joven que hizo de su blanco a sus dos más fieles amigas». ¿Amigas? ¡Dios santo! No podía creer que su nombre saliera en el periódico, no era una noticia tan importante como para que se hiciera pública.

      Entonces recordó que el padre de Lydia era el dueño del periódico. ¿Qué podía hacer sino? La mejor venganza para ellas era poner en ridículo a Danny y que, además de toda la ciudad, lady L. también se enterase y que no le enviara su invitación. ¡Arpías! Cerró el periódico y comprendió porqué Eric no quería dárselo. Lo miró fijamente.

      —¡Se lo merecían! —dijo , simplemente, y comenzó a desayunar, rezando que su padre no se enterara jamás. Menos mal que el New York Post no llegaba al Oeste. Si pensaban que iban a destruirla de ese modo, se equivocaban. Con o sin invitación, ella iba a asistir al baile.

      Acabó de desayunar y se dirigió al vestíbulo. Molly le tendió el bolso y lo cogió con furia. Estaba harta de esa ciudad, de ser la comidilla de todos y de ser la mala. Subió al coche y le indicó la dirección de la casa de Diana. Entró como otras tantas veces y fue al comedor donde estaba desayunando. Patrick se levantó para saludarla y se fue de inmediato, estaba claro que había leído la noticia. Diana se levantó e indicó la silla que estaba a su lado para que se sentara.

      ¿Has leído la noticia? —preguntó Danny aunque sabía que era una pregunta tonta. Diana bajó la mirada.

      —Danny, puede que haya algo que podamos hacer. Yo estaba presente y puedo decir que ellas te atacaron primero, ridiculizándote.

      Danny tomó la mano de su amiga entre las suyas y negó con la cabeza.

      —No puedo hacerte eso. Tú eres demasiado buena como para hablar mal de la gente. Además, son tus amigas, no puedes hacerles esto.

      —Pero tú eres mi mejor amiga y ellas te ofendieron, Danny. Ayer me di cuenta de cuán equivocada estaba respecto a ellas. Sabía que les caías mal, pero nunca pensé que llegarían a esos extremos.

      —Te lo agradezco, pero qué más da agregar un alboroto más a mi lista de escándalos. Todo el mundo sabe cómo soy así que no se sorprenderán. Pero la verdad, es que esta vez llegaron demasiado lejos.

      Diana apretó su mano para darle ánimos, sabía que, en el fondo, su amiga estaba triste.

      —No puedes dejar que lo que te hicieron te afecte. No pueden verte derrotada. Tú no eres así.

      Danny levantó la cabeza y la miró fijamente.

      —No me dejaré vencer tan fácilmente. Siempre me ha importado muy poco lo que la gente piense de mí, bien lo sabes. ¿Qué más da si me critican un poco más? —hizo una pausa—. Lo malo es que ya no voy a ser invitada de lady Lampwick.

      Diana la miró y también se entristeció un poco.

      —No te preocupes, a mí no me apetece nada ir. Si tú no vas, yo tampoco.

      —Pero tu padre te obligará a ir.

      —No me importa, estoy dispuesta a enfrentarlo.

      Danny abrazó a su amiga. Era la mejor que tenía, la única.

      —Gracias, pero no quiero que por mi culpa te pierdas ese acontecimiento. Diana hizo una pausa y Sonrió.

      —¿Sabes qué necesitamos? Ir de compras. Danny Sonrió también. Le fascinaba la idea.

      —Tienes razón. Iremos a visitar a la señora McCain y encargaremos unos vestidos para el viaje.

      El rostro de Diana se iluminó.

      —¿Qué pasa? —preguntó Danny.

      —He hablado con mi padre y me ha dicho que hacer ese viaje me vendrá bien. Sobre todo a ti, para que las cosas se calmen un poco aquí. Ha leído el periódico y no se ha sorprendido por lo ocurrido. Le expliqué cómo fueron las cosas en verdad y creo que hasta se alegró de que las pusieras en su sitio. A mi padre nunca le cayeron bien.

      Ambas mujeres empezaron a reírse. Ninguna podía imaginar que el serio y severo Patrick Hobbs defendiera una conducta tan reprochable en una señorita, pero también sabían que admiraba a Danielle por su coraje. Ojalá Diana fuera un poco como ella. Por eso había dado su consentimiento de que fuera con ella de viaje, tenía la esperanza de que cuando volviera, fuera un poco más como Danny.

      —Estupendo. Después de todo, el incidente de ayer nos trajo algo bueno.

      Las dos jóvenes subieron al coche de Danny y fueron rumbo a la tienda de modas de la señora McCain. Las recibió una señora baja, regordeta y con unas gafas de un aumento como el culo de una botella. Era agradable y su tienda siempre olía violetas. Encargaron vestidos de todas las clases y colores. Danny sabía que en el Oeste hacía mucho calor por el día y que era insoportable. Le aconsejó a Diana que comprara vestidos de tela fina y manga corta. Aunque las noches eran refrescantes, con un chal podrían pasar. Finas faldas de algodón y camisas de hilo.

      Cuando salieron de la tienda de modas, fueron a una zapatería. Compraron sandalias y zapatos para cada vestido comprado anteriormente. Después fueron a la sombrerería y compraron varios. Sombrillas y bolsos para cada ocasión.

      Abandonaron la última tienda y caminaron en dirección hacia el coche que las esperaba para ir a casa seguidas de Damián cargado de bolsas y paquetes, cuando se encontraron a lady Lampwick en persona. Se pararon en seco y la saludaron cortésmente. La señora que las observaba tenía un aire severo y alzaba la barbilla, demostrando lo insignificantes que eran para ella. Alta, con el pelo canoso recogido bajo un sombrero de plumas de avestruz. Nariz recta, labios finos y unos ojos enormes color negro. Miró las bolsas que llevaba el cochero.

      —Veo que han comprado ya el disfraz para mi baile —dijo lady L. en tono seco. Danny y Diana se miraron.

      —Disculpe, pero creíamos que no estábamos invitadas, pues no nos llegó invitación alguna —dijo Danny.

      La dama fijó su mirada en Danny y la evaluó de pies a cabeza.

      —¿Es usted Danielle Langton? —Sí.

      —He leído el periódico esta mañana y he visto su nombre en él. Una noticia no muy agradable —dijo lady L—. La verdad es que no me extraña, dada su propensión


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