Rescate al corazón. María Jordao

Rescate al corazón - María Jordao


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su atención. No podían pedir más. Estaban en un baile de una persona importante, rodeada de jóvenes que disfrutaban de su compañía y las dos arpías se habían ido. La conversación se había extendido por todo el salón y Sam y Lydia estaban tan abochornadas que optaron por ausentarse. El plan había salido, una vez más, como quería Danny.

      En ese momento, vieron como un hombre se acercaba a ellos. Se presentó como Martin Lampwick, el hijo de la anfitriona, y enseguida invitó a Diana a bailar. Era alto y fornido. El pelo que salía de la máscara era negro y sus ojos, grises oscuros. Vestía traje negro y camisa blanca. Danielle apostó a que sería un hombre muy apuesto. Cuando acabó la pieza, Martin llevó a Diana a su lugar y en vez de invitar a Danielle, dio media vuelta y sacó a otra señorita al centro de la sala. Danny estaba abochornada. Le tocaba a ella. ¡No era justo! Se sintió decepcionada y enfadada con él. Necesitaba aire fresco para aliviar la furia que sentía por dentro. Salió por las puertas de cristal y empezó a andar por el jardín sin rumbo fijo. Se paró en seco cuando sintió que alguien la observaba. Era la misma sensación que en su sueño. Se dio la vuelta y no vio a nadie. Decidió sentase en un banco apenas iluminado y fijó su mirada en la casa donde se oía la música y las voces de los invitados en el interior. Algunas parejas paseaban bajo la luz de la luna por el jardín, pero no les prestó atención.

      De repente, sintió una presencia detrás de ella. Se asustó un poco más. Tuvo miedo de darse la vuelta y ver al hombre enmascarado de su sueño.

      —Señorita Langton, se ha ido sin pedirle que me concediera un baile —dijo una voz a su oído. Se levantó y lo enfrentó. Era él. El mismo hombre que había visto en su sueño. Danielle frunció el ceño. ¿Había soñado con Martin Lampwick? —Perdón señor, pero pensé que no quería bailar conmigo. Después de dejar a la señorita Hobbs y bailar con otra, pensé que ya no hacía falta en el salón. Salí a refrescarme.

      Él levantó una pierna y apoyó el pie en el banco. Sus brazos estaban cruzados sobre el pecho, ancho y, seguramente, musculoso.

      —Había prometido un baile a esa señorita después de bailar con su amiga. No era mi intención ofenderla, Danielle.

      Danny se ruborizó por primera vez en muchos años y a sus labios rosados acudió una sonrisa tímida. Bajó la mirada y luego lo miró directamente a los ojos.

      —Quizá pueda remediarlo ahora.

      Martin la miró largo rato. Estaba seguro de que tenía una cara preciosa o por lo menos eso le había parecido cuando, en un descuido, Danny levantó el antifaz para colocarse un rizo de la frente. Lo hizo a escondidas, pero él la había visto. Tenía los ojos de un dorado fundido. Una boca carnosa y deseable. Esa joven lo había hechizado, pero también había leído la noticia en el periódico y pensaba que esa mujer era peligrosa. Oyó cómo mantenía una conversación con su amiga Diana haciéndose pasar por otras personas y ofender a sus verdugos sociales. No podía tratar así las personas, por más sed de venganza que tuviera. Tenía que recibir una lección y la primera fue hacerle el desplante de no sacarla a bailar inmediatamente después de su amiga. Ahora se mostraba sumisa, cálida y ¿tímida? Su carácter le advertía de que no era de fiar, pero eso no la hacía menos encantadora. Sonrió y se le adelantó un paso. Tendió una mano hacia ella y dijo: —¿Me concede este baile? Danny Sonrió y le aceptó la mano. No estaba preparada para las sensaciones que experimentó al contacto con su mano. Lo miró a los ojos, casi perceptibles y quedó fascinada durante un instante. Ese hombre desbordaba magnetismo y la atraía más que cualquier otra cosa. Sacudió la cabeza y tiró de él para ir a la pista, pero él no se movió.

      —Bailaremos aquí —dijo él y la cogió por la cintura sin que a ella le diera tiempo de reaccionar.

      Notó su mano en su cintura mientras que la otra apretaba su mano un poco más. Comenzó una pieza de música y empezaron a bailar. Se miraban a los ojos sin poder, sin querer quitar la vista. Martin la apretó un poco más hacia él y sintio que ese cuerpo, que en un principio le había parecido diminuto y sin formas, se adaptaba de maravilla al suyo. Nunca había tenido ese efecto con nadie en un primer contacto. Siguieron mirándose y bailando hasta que acabó la música.

      Danny se separó de él al ver que habían pasado más de cinco minutos desde que finalizara la orquesta.

      —Gracias por el baile, señor Lampwick. Tengo que retirarme —dijo ella.

      ¿Ha quedado satisfecho su deseo? —preguntó él con una sonrisa. Danny se dio la vuelta y lo miró fijamente.

      —¿Cómo ha dicho? ¿Cree que estaba ansiosa por bailar con usted? Nunca pensé que fuera tan presuntuoso. Si no hubiera bailado con usted, no me habría quitado el sueño.

      —Veo que lo que dicen de usted es cierto. Tiene un carácter bastante arisco.

      —No es mi carácter el problema, sino lo líos en los que me meto, pero no tengo por qué darle explicaciones, ¿verdad? Buenas noches.

      Danielle se dio la vuelta para marcharse, pero él la detuvo otra vez.

      —Lo que me imaginaba, ahora está molesta porque he herido su orgullo. Usted ha descubierto que a la gente no le gusta que se le digan las verdades, pero yo estoy descubriendo que a usted tampoco le gusta. ¿Cómo se siente al estar al otro lado? —Si piensa que me ofende con sus palabras, está equivocado, no me enfado con facilidad. Lo que pasó en el salón de té fue porque he aguantado mucho tiempo escuchando toda clase de insultos hacia mí y no lo iba a permitir más.

      Martin se acercó un poco más.

      —No voy a discutir sobre sus actos, señorita Langton. Solo he venido porque le debía un baile y ya he cumplido. Su vida social no me interesa en absoluto.

      —Por supuesto que no le importa, así que deje de meterse donde lo le importa, señor Lampwick. Con todo el respeto, es usted un impertinente.

      Martin la sostuvo por el brazo cuando ella se iba y dijo: —Y usted es una niña malcriada que hace lo que le viene en gana sin importarle los sentimientos de los demás mientras logre su objetivo.

      Danny se soltó de su mano.

      —Espero que no vuelva a verlo nunca más, señor. Su presencia me incomoda y me irrita profundamente. Usted también es experto en herir los sentimientos de los demás. Acaba de hacerlo conmigo.

      —Acaba de encontrar la horma de su zapato —dijo él sonriendo y haciendo una reverencia.

      Cuando Danielle iba a contestarle, Diana salió a su encuentro y le dijo: —Rápido, Danny, el señor Lampwick va a quitarse el antifaz.

      Danny se quedó petrificada. Se dio la vuelta y no vio a nadie a su lado. No era posible que hubiera ido adentro tan rápido y anunciado su descubrimiento. Si Lampwick estaba en el salón a punto de descubrirse, ¿quién era el que estaba con ella en el jardín?

      Danielle Langton y Diana Hobbs partieron el martes a primera hora de la mañana hacia Tucson, Arizona. El viaje sería largo y caluroso. En Albuquerque pararían para coger la diligencia que las llevaría a Tucson. Allí, John, el cochero del padre, iría a recogerlas. Al final, Danny se había salido con la suya. Viajaban solas. El señor Whitman se enteraría el miércoles de que ya había partido y se lo comunicaría a su padre, pero ella ya estaría allí para explicárselo todo y asunto zanjado. Richard Langton vería que podía confiar en su hija sin ningún problema.

      Diana durmió casi todo el trayecto, mientras que Danny no dejaba de pensar en el hombre misterioso que se había presentado ante ella como Martin Lampwick. ¿Qué razón podría tener para hacerse pasar por otra persona? Su ausencia de identificación y su desaparición inesperada tenían a Danny desconcertada y aunque le había dicho que a ella no le quitaba el sueño, el misterio que rodeaba a aquel hombre le había provocado dos noches de insomnio. Era insoportable. ¿Cómo había podido decirle todas esas cosas? ¿Con qué derecho se atrevía a juzgarla de esa manera si acababa de conocerla? Era verdad que había visto el artículo y oído rumores sobre ella, pero eso no le daba el derecho a agredirla verbalmente ni de tomarse la confianza


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