Rescate al corazón. María Jordao

Rescate al corazón - María Jordao


Скачать книгу
New York Post. No sé en qué está pensado ese señor Villard al publicar una noticia tan vulgar como el comportamiento de una joven al defenderse de las acusaciones de su hija. Sinceramente, yo hubiera hecho lo mismo que usted. No se puede denigrar a nadie por tener unas tierras en el Oeste, solamente porque le tienen envidia.

      Danny quedó anonadada. ¿Esa señora estaba de su parte? Increíble.

      —No sé qué decirle, señora. —comenzó nuevamente Danny, pero fue interrumpida una vez más.

      —Yo estaba presente en el salón cuando ocurrió la discusión. Oí todo lo que le habían dicho esas jovencitas, vi cómo usted se defendía y les decía sin el menor pudor todo lo que pensaba de ellas. Sin duda, es usted una joven con agallas. Los rumores son fundados y eso me alegra, no me gusta que se critique a nadie sin motivo.

      Danny no podía articular palabra.

      —Tengo que seguir con mis compras para el sábado. Esta tarde tendrán la invitación en su casa. Buenos días, señoritas. Dicho esto, lady Lampwick se fue con tres lacayos detrás de ella. Diana salió de su estupor y sacudió a una Danny inmóvil.

      —¿Hemos oído bien? —dijo Diana, sonriendo—. Lady L. nos ha invitado personalmente a su fiesta. Lo que hizo Lydia no sirvió de nada, por suerte esa mujer escuchó todo lo que pasó ayer y vio la injusticia.

      Danny miró a su amiga y de repente comprendió todo lo que había dicho. Sonrió, abrazó a Diana y corrieron hacia el coche. Tendrían que hacer mucho antes del sábado, solo faltaban dos días. Esa mujer no era ni la mitad de lo que había oído decir; ella misma dijo que la gente criticaba sin motivo y con ella habían hecho lo mismo. Lydia tendría que aguantarse y si toda la ciudad la creía, lady Lampwick la había defendido e invitado a su fiesta sin importarle lo que decía el dichoso periódico. ¿Qué mejor compensación que presentarse en el baile y ver la cara desencajada de Lydia Villard? Esa misma tarde, tal como había prometido lady L., llegó la esperada invitación a casa de los Langton. Danny abrió la carta y la guardó en el cajón de su mesita dentro de un libro de poesía que solía leer. Sobre las seis de la tarde fue a recoger a Diana a su casa, de nuevo, para ir a la tienda de la señora McCain a decirle que tuviera preparados dos vestidos para el sábado y los enviaran a su casa. Después se compraron los antifaces. El de Diana era color granate con incrustaciones de rubíes y plumas de pato y el de Danny era color dorado con plumas de faisán. La ventaja que tenía era que el color de antifaz también le ocultaba en parte sus ojos, del mismo color. Volvieron cada una a sus respectivas casas felices de saber que, al final, todo iba saliendo bien. Danny despertó el sábado por la mañana con un presentimiento en el cuerpo. Se levantó, se lavó la cara con el agua de la jofaina y se puso un vestido de mañana color albaricoque que acentuaba más sus ojos. Se recogió el pelo como pudo y bajó a desayunar. Eric la recibió, como siempre, en el comedor con los platos preparados y el periódico encima de la mesa.

      —Quiero que mañana me ayuden a hacer el equipaje y que Damián tenga preparado el coche para el martes a primera hora llevarme a la estación —le dijo sin mirarlo siquiera.

      —Como usted mande, señorita. —respondió Eric.

      —Hoy por la tarde necesitaré a Molly para que me ayude a bañarme y a peinarme para el baile. Puede decirle a Damián que hoy, de noche, no necesitaré de sus servicios. Voy a ir con Diana y su padre.

      —Sí, señorita. Se lo diré ahora mismo. Entonces salió del comedor. Danny dejó de mordisquear un trozo de pan para centrarse en sus pensamientos. Había tenido un sueño muy extraño. Estaba en el baile y alguien la observaba desde un rincón de la casa. No podía ver quién era porque su antifaz no le dejaba ver la cara, pero era un hombre. Estaba desesperada por conocer la identidad del hombre misterioso y cuando se había acercado hasta donde estaba para quitarle la máscara, despertó. Tuvo un sentimiento de extrañeza durante todo el día. Pensó en decírselo a Molly mientras la bañaba, pero optó por callárselo. No le diría a nadie que un estúpido sueño la había inquietado de esa manera.

      Acabó de bañarse y se sentó frente al hogar, secándose el pelo, mientas Molly le preparaba el vestido, color anaranjado con piedras de ámbar por el escote y el doblez de la falda. El antifaz yacía junto a él en la cama, así como las medias y la enagua. Los zapatos estaban al pie, también color naranja pálido.

      Molly la peinó con un recogido a lo alto de la cabeza dejando unos bucles rebeldes caer sobre su nuca y frente. La ayudó a vestirse, calzarse y, por último, a ponerse la máscara. Se la colocó sobre la cabeza cubriendo media cara. Habría rehusado de los servicios de Molly, pero estaba tan ilusionada que la dejó que la ayudarla. Estaba nerviosa y la presencia del ama de llaves la tranquilizaba un poco.

      Bajó las escaleras. Eric estaba junto a la puerta abierta sujetando su bolso dorado para dárselo. Se despidió de sus dos sirvientes y se metió corriendo al coche de los Hobbs, rumbo a la mansión de lady Lampwick.

      Llegaron en quince minutos. El cochero los dejó a la puerta y se fue a buscar un lugar para estacionar el coche. Entraron en el salón atestado de personas disfrazadas con los trajes más espectaculares. La sala de baile era enorme. Tenía forma ovalada y una gran parte de ésta tenía unas puertas de cristal que daban al jardín personal de lady L., donde sus invitados podían salir a pasear y tomar el aire. Las lámparas colgaban de los altos techos iluminando el espacio. Unas escaleras al fondo de la estancia ascendían a la planta alta donde se encontraban las habitaciones y los excusados. Al otro lado había una tarima donde estaba la orquesta tocando y, al lado, unas mesas con canapés, vinos y refrescos para los presentes. Patrick las dejó solas nada más entrar para ir a servirse una copa. Danny miró a su amiga y vio lo hermosa que estaba con su vestido color vino y su antifaz a juego. Luego miró en derredor buscando a la lady L. pero sin éxito.

      —Vamos, demos una vuelta por el salón —dijo Diana.

      Dieron como tres vueltas y solo consiguieron descifrar a unos pocos de los invitados. Al parecer, la anfitriona estaba bien disfrazada. Cuando se disponían a dar otra vuelta más, Lydia y Samantha estuvieron en su punto de mira.

      —Mira Diana, esas dos brujas están aquí.

      —No armarás otro escándalo, ¿verdad? —No, pero puedo divertirme un poco.

      Danny se acercó a ellas y con Diana a su lado para que oyeran la conversación que iban a mantener, no solo las dos mujeres, sino todas las personas alrededor.

      —He leído el artículo del New York Post donde se acusaba a Danielle Langton de degradar públicamente a Samantha Fox y a Lydia Villard. Esa chica no sabe lo que hace, es una impresentable. ¿Cómo puede decir cosas semejantes a esas dos mujeres? Todo el mundo sabe que son unas señoritas que merecen todo el respeto del mundo. Cuando una llega a una edad, deben de tratarla con sumo cuidado y medir sus palabras. Sinceramente —dijo poniendo una mano en el pecho—, sus padres tendrían que haberla educado y enseñado de que a las personas mayores no se les debe de faltar el respeto. ¿No te parece? Lydia ahogó un grito y Samantha se tapó la boca con la mano, indignada.

      —Pero si solo tienen tres años más que Danielle —dijo Diana.

      —Bueno, pero cuando una señorita pasa de los veinte años y sigue siendo soltera, ya se le considera una señora.

      Samantha estaba consternada y Lydia no daba crédito a sus oídos.

      —Diana, su mejor amiga estaba presente y dice que fueron ellas las que empezaron a molestar a Danielle con sus comentarios venenosos— continúo Diana con el juego.

      —He oído que Danielle está aquí, en la fiesta. Espero que esta vez no se estropee el acontecimiento por las malas lenguas.

      Se alejó no sin antes cerciorarse de que las había ofendido lo suficiente como para sentirse un poco mejor y de que la gente que había oído la conversación las miraban con recelo. A ellas se les notaba el rubor detrás del antifaz. Al darse la vuelta Danielle se encontró con unos ojos azules acusadores.

      —No me mires así. Se lo merecían.

      —Lo sé, pero… ¿señoras? ¡Las


Скачать книгу