Desplazados. Sara Téllez

Desplazados - Sara Téllez


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seguimos sin intención de modificar la trayectoria, que es —de hecho— lo que la historia demuestra…

      Salvo por adivinación, no se sabe en qué momento y cómo un grupo animal consiguió obtener, a la vez, rendimiento real y virtual de su cerebro, modificar su cuerpo con increíble rapidez y eficacia e iniciar una especie singular.

      La historia antigua nos definió como hijos de un dios, mayor o menor de acuerdo con la época, mientras que Darwin y otros nos sitúan como resultado de la evolución, originarios de un grupo de simios perdido en el tiempo. Incluso historias más tradicionales, sobre la base de los restos de civilizaciones de hace milenios que habitaron en Oriente Próximo y, mucho más cerca en el tiempo, en América Central, sugieren —en sus crónicas talladas en piedra— que alienígenas advenidos hicieron de creadores o modificaron a la población terrestre en un lejano pasado, aportándoles su propio genoma y de ahí el resultado. Interesante pero también perturbador.

      A efectos prácticos, a lo largo de la vida humana conocida, hay dos áreas que reflejan las contingencias de la evolución de la especie. La primera es la historia considerada tradicional, institucional o académica, que ha sido desarrollada como un todo a lo largo del paso del tiempo transcurrido, ampliada sucesivamente con acontecimientos de las distintas épocas.

      Aunque está sujeta también a la ley de la obsolescencia universal, en esencia, la historia académica es una recopilación de acontecimientos temporales transmitidos a través de una narración sucesiva. Los hechos incorporados a esa crónica influyen o incluso modelan el comportamiento social, al aceptarse en el presente como veraces realidades del pasado que definen el discurrir de la especie humana y sus acciones, aunque sean el resultado de una interpretación parcial de acontecimientos, pasados o presentes, que han pasado a formar parte de la historia como un registro consolidado objetivamente.

      Pero también hay otras historias paralelas, que surgieron antes de la historia, narradas o transmitidas ya en las cuevas prehistóricas o en torno a las fogatas primitivas, mucho antes de aparecer la escritura y después, con asiduidad, en copia manual, o intensivamente desde la aparición de la imprenta. Verbales o escritas, empiezan y terminan como una creación pasajera, un relato personal y autónomo, atemporal e imprevisto, que su autor estabiliza con un principio, un desarrollo contingente y un final abierto o cerrado. Sus determinantes espacio-temporales discurren en un período subjetivo, carente de limitaciones de forma y fondo —salvo las implícitas en cada caso— y se desarrollan mediante la libre interpretación temática. Son historias que pueden estructurarse con lo posible o con lo improbable, lo real o lo irreal, con base en el orden o el azar, porque no necesitan de rangos ni requisitos, ya que será la propia intervención del espectador o del lector, con su individualidad y sus componentes personales, lo que dará dinamismo a la narración aleatoria, al dotarla de una interpretación plural.

      Por tanto, se puede considerar que la historia constituye un artificio consolidado institucionalmente a lo largo del canal del tiempo, y que las historias se manifiestan de formas múltiples e independientes entre sí en el tratamiento, aunque ambos conceptos se refieran a sucesos en distintos sentidos de la realidad o la ficción, según la presencia o ausencia de reglas, sistemas, perspectivas o pretensiones de sus respectivos autores, y según su momento cronológico y la fórmula de expresión correspondiente.

      Tanto la historia como las historias forman parte del pasado, pero se van ampliando en cada presente sucesivo que, en sentido temporal, tan solo abarca un instante, aunque nos parezca un período extenso y múltiple porque lo interpretamos de un modo elástico que nos da seguridad. Sin embargo, cada momento que se vive es empujado vertiginosamente hacia el pasado por la aparición del futuro, hasta entonces ignorado. Y, visto lo visto, prever el futuro con cierta garantía es, por decirlo así, moverse en la materia oscura de la anticipación.

      En consecuencia, el concepto del ahora resulta ser tan evanescente e indistinguible por sí mismo como el probable, o improbable, inicio de la creación global, si es que se confirmara ese acontecimiento tal como se entienda también históricamente. Y es precisamente el contenido de la historia lo que, a su manera, nos dibuja los riesgos de una existencia especialmente definida por la violencia y la inseguridad. A nuestro nivel, del entendimiento de la historia se han de obtener conclusiones personales que, referidas al propio presente, podrían basar —y exigir— soluciones eficaces para garantizar que trascienda el nicho que ampara nuestra existencia. Si es que, realmente, queremos intentarlo.

      Por su parte, las otras historias son, en todo o en parte, un registro de situaciones, acontecimientos y tendencias que admiten un gran catálogo interpretativo de la realidad, la ficción, la anticipación o la reconsideración de cualquier época. Son otros hilos revoloteando en las cuerdas teóricas del universo, alentando crónicas o narraciones paralelas, pequeñas y breves comparadas con su hermana mayor, oficial y estructurada. Ellas son, en cada caso, como una visión ideal en la que cualquier resultado, real o virtual, hosco o amable, dulce o amargo, puede manifestarse entre múltiples y distintas posibilidades de una temporalidad aleatoria por adivinación o por imitación. Cada una con sus características y sus consecuencias interpretadas libremente, en un momento intrínsecamente irreal, pero en el que un conjunto de circunstancias van «alentando» a un devenir paralelo que, una vez más y por imaginario que parezca, igualmente implica una cascada de contingencias posibles e incluso probables. Y en esa indefinición global y universal cabe todo, sin excepción.

      Dentro de esa inestable realidad y con la enorme e inmanejable influencia del azar, en este presente el cronista individual refleja su percepción de un pequeño mundo, desplazado en su línea temporal por los avatares de la que habría sido su propia historia, abriéndose una crónica que es también en parte finalista, según aparecen las consecuencias de su degeneración por estancamiento evolutivo. Al definir las situaciones, vivencias y existencias plurales, que facilitan la interacción, lo ajeno se siente cercano, incluso propio, por la inevitable incorporación del autor —y muy especialmente la del lector, en su caso— a la propia circunstancia de esa historia. Aunque se inicia desde fuera y hacia dentro, transcurre —de forma real o virtual— desde dentro hacia fuera, pasando de la intimidad a la pluralidad.

      Aunque tal vez el universo de una historia, cualquiera que sea su época e importancia, dependa solamente de dónde, cómo y porqué actuó el azar en la creación, real o artificial. O, según el caso, será tan solo el producto residual de una simple propuesta galáctica, fracasada en sentido inverso y desastroso, al producirse una temporalidad de alienación irremediable en un mundo desplazado que existe tal vez en el tiempo, en el espacio, la creación, la imaginación, la teoría, el diseño, las redes, el simple boca-a-boca o en la canción de un bardo.

      O ahí mismo, a la vuelta de la esquina.

      El cronista de lo pasajero, respecto de su obra, puede entenderse como un alien que se filtra desde y hacia otra dimensión, incorpóreo y deslizante aunque tenga cuerpo y movilidad propia. De ser el caso, y de algún modo, representa a la historia —ambas, la oficial de su época y la personal de su momento—, al difundir su obra en grande, pequeña o incluso ínfima medida. Entonces pasa a formar parte, a su nivel, del registro histórico, aunque sea de forma marginal o parcial. Todo autor recrea las cosas de la vida, ya sea desde su propia actualidad o sobre próximos o lejanos mundos paralelos que se hacen posibles a través de su interpretación, al conciliar la realidad con la irrealidad en todo o en parte, traspasando a los hechos su convicción, dudas, vacilaciones, o sus contradicciones que, en conjunto, seguramente han de influir en su narración hasta donde sea factible conforme a las limitaciones físicas.

      El ocasional autor también se identifica, participa y se incorpora a la obra hasta diluirse en las propias vivencias de ese mundo nuevo, que a veces puede ajustarse a la realidad común o lanzarse a la libertad casi absoluta de lo imaginario o virtual. Dejando al margen la formación, la inclinación, el encuadramiento del cronista respectivo, cuestiones todas que delimitan y, en ocasiones, cercan y acosan a la propia obra que elabora, el autor ha de bucear en su mundo como sepa o como pueda, con estilo o chapoteando, intentando o encontrando, para comparar o rechazar, y para transmitir el entorno de lo vivido


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