Desplazados. Sara Téllez
y terminaron su intervención poco antes de la oscuridad total. Y era en la caseta donde se podía obtener la primera atención inaplazable para el pequeño, porque le aportaba suficientes mecanismos químicos para empezar su existencia con una ventaja que no habría obtenido si el suceso hubiera ocurrido en el período de sombra completa, cuando era imposible permanecer en el exterior y la caseta de atención dejaba de estar habilitada.
Así pues, una vez terminada la asistencia, la madre consiguió regresar al cobijo teniendo todavía a su favor la levísima luz que anunciaba el fin de la jornada útil, llevando al pequeño bien cubierto con una poca ropa de ella misma que luego había sido completada con un tejido adicional, donado por la propia caseta de atención. De modo que entró en su cuarto poco antes de que el pequeño farol que lucía en las estancias, durante los momentos previos a la completa oscuridad, quedase desconectado automáticamente para dar paso a un breve período de actividad en los cobijos, hasta la total interrupción de la iluminación interior, algunos momentos después.
Según su madre, Harya, ese inicio tan favorable tendría que marcar positivamente el desarrollo y la existencia del pequeño, de mantenerse la misma suerte a su favor. Tener a la criatura antes del total desplome de la negrura sobre la estancia le había permitido recorrer la ruta que les separaba de la caseta asistencial y desandar luego los quinientos pasos de vuelta a través de una senda apenas distinguible, pero sin arriesgarse a caer en el reino oscuro de bandas o licaones. De haberle faltado totalmente la luz, no habría podido acudir allí buscando atención, y entonces el pequeño no habría recibido las dosis sanitarias irreemplazables para no ser atacado por las plagas en los primeros momentos. Sin esa asistencia, al iniciarse la siguiente jornada, el niño ya se habría extinguido o desfallecería en algún momento posterior.
Harya ignoraba qué les sucedía a otras gentes en esas situaciones que se producían al azar, sin ajustarse a previsiones individuales, en cualquier circunstancia, en un momento favorable o no. A ella misma ya le había faltado la suerte en un acontecimiento desafortunado, durante su pasado, aunque no se había repetido en su presente. Por el contrario, todo había ido bien y las sustancias obtenidas para el niño garantizaban su sobrevivencia inmediata y permitían que el pequeño estanciero pasara la adaptación que se permitía a madre e hijo durante toda la jornada posterior, antes de que, una vez transcurrida, ella reemprendiera su obligación ordinaria.
Harya disponía, pues, del siguiente período de luz completo para pasarlo en su cuarto, sin más obligación que atender al pequeño nuevo residente antes de reincorporarse a la empresa, cuando el niño, situado en la cuna de desplazamiento que había apañado su madre con la tela más fuerte de que disponía, se desplazaría por primera vez a través del mundo ordinario, donde se iría abriendo poco a poco el catálogo de sus opciones, simplemente al compás del movimiento de Harya durante su obligado camino habitual.
Estamos allí o estamos aquí. ¿Y qué implicaciones tiene esa diferenciación para importar tanto? Pues tal vez porque define cómo discurre un tiempo contraído y relativo respecto de uno mismo y de los demás, en cuanto que forma parte del universo del ahora. No del mañana, porque el mañana sobrevenido es hoy en un único momento, ya que el instante siguiente al actual es un ignoto futuro hasta que se vive y entonces se traslada de forma automática al ayer, dejando un presente tan comprimido que, prácticamente, es un levísimo cambio de frontera entre los dos períodos temporales extremos. Claro que se tiene un concepto, una previsión, del momento que vendrá después de hoy y de cada una de las próximas jornadas, incluso de muchas sucesivas, pero que serán virtuales hasta que se hagan presentes y por tanto supuestamente reales. Pero ese por venir —pretendido, calculado, previsto o no— ahora no es tangible y puede no aparecer tal como se ha anticipado, o deseado, o incluso pretendido que resultara, porque solo es una adivinación hasta que se convierte en el mínimo instante pasajero que, de inmediato, ya no es el futuro, sino un pulso que se transforma en pasado según llega, arrollando al presente. Total, tan poco o tanto esfuerzo y tanto precio para conseguir ese trasvase vertiginoso, cuando se entiende que, aunque sucesivos nuevos instantes alcancen a convertirse en un presente repetitivo, se interrumpirán en algún momento, más pronto o más tarde, así que para qué tanta fijación… Pues para ir tirando, porque finalmente somos reflejos de la luz espacial: amanecemos cada mañana, en un suspiro más o menos consciente de existir, creyendo en la infinitud de un período tras otro, haciendo por ignorar el inesperado final que el azar marque y que, si aceptáramos analizarlo, más bien quedaríamos estáticos, sin ánimo para dinamizar el tiempo. Y eso aunque se nos ha permitido la idea —que, en el fondo, casi no nos creemos— de que, sí o sí, acabamos.
La jornada Movimiento y seguridad
Al llegar a su cobijo, Harya no removió las telas del fardo en el que iba envuelta la criatura, porque cualquier actividad suya no podía mejorar el trabajo profesional realizado por los asistentes. Además, las ropas que le habían donado como envoltura básica, aparte de las suyas, podían incluir alguna impregnación benéfica. Nadie le había dicho nada distinto de «ya está finalizado» y «puede irse», sin más. Tampoco ella esperaba obtener muchas indicaciones porque todo estaba tasado, considerado, previsto, y solo tenía que incorporar la situación a su rutina, alterada por el reciente acontecimiento y las nuevas perspectivas.
No tuvo tiempo de hacer demasiadas previsiones ya que, poco después de llegar a su cuarto, la oscuridad, estabilizadora de las alteraciones personales acumuladas, cubrió la estancia con la ausencia total de luz, y ella y todos los demás, donde quiera que estuvieran, se retiraron hacia sus vacíos respectivos.
La siguiente jornada, que era de recuperación para ellos dos, transcurrió en el interior del cuarto atendiendo al niño con el material recibido en la caseta, sin necesitar de mucha intervención durante un período que ordinariamente le exigía mayor agilidad, porque se repartía entre los desplazamientos en el transporte y su ocupación en la empresa.
Dentro del cobijo, en cambio, el tiempo parecía ralentizarse y dilatarse, dado que el pequeño no precisaba una constante atención y a ella se le hacía extraño no estar absorta en su tarea ordinaria ante una pantalla. Pero, finalmente, el tiempo transcurrió, todo se disolvió de nuevo en las sombras y ella volvió a retirarse durante otro período de oscuridad, que también formaba parte de la rutina, pero como una pausa imperceptible, hasta que la reaparición de la luz iniciaba otra vez la movilidad para reasumir las actividades programadas.
Al iniciarse la jornada posterior, ya debía reincorporarse a su puesto en la empresa. La oscuridad empezaba a diluirse ante la luz y Harya se encontró desorientada por unos momentos por el rápido contraste entre la excepcional y pausada jornada de adaptación, y la siguiente de rápida actividad. Pero, como las cosas eran como eran y no cabía su análisis, se recuperó con extrema rapidez y cierta preocupación por el tiempo disponible.
Su licencia temporal había sido estable y prevista y no había que poner mucha atención en lo habitual, por más inhabitual que fuera en alguna ocasión. Todo estaba programado, planificado, sin lugar para las dudas individuales. Aunque a ella le hubiera sobrevenido una circunstancia excepcional, tenía que encaminarse otra vez hacia su ocupación ordinaria, su tarea y su pantalla, lejos de la estancia.
Se movilizó a toda prisa, pues ignoraba si se había retrasado a pesar de su reiterada costumbre de iniciar con puntualidad un desplazamiento sistemático. Corría cierto riesgo si no había percibido los avisos sonoros que se daban en la estancia, anunciando el inicio de la nueva jornada. Si la campana de atención había resonado tres veces, su recuperación del período de oscuridad se habría dilatado y el retraso afectaría a su llegada al transporte, dando lugar a la impensable situación de perderlo y caer en una falta por la que se le impondría una penalidad ignorada. Mas el azar quiso tranquilizarla cuando repicó la campana una vez, como un primer aviso, gracias al destino. Así que se había recobrado de forma adecuada y puntual, quizá porque pudo prever y anticipar involuntariamente el momento oportuno por un simple reflejo profundo originado por una larga costumbre.
Terminó los preparativos con rapidez, acomodó un poco al niño, que no protestaba, y en ese momento asumió que él significaba importantes mejoras para ella. Comprobó su propio estado físico, a fin de enfrentarse al camino a emprender y se aceptó. Ya tenía