Desplazados. Sara Téllez
las tareas de esta existencia habitualmente involuntaria, forzada y dirigida, algunas de las circunstancias resultarán suaves, amables y comprensibles; otras, amargas, concentradas y exigentes. Como ocurre también en las cosas de la vida, es cierto, pues la eficacia de la obra solo en parte depende de la técnica o el esfuerzo del cronista —aunque el escritor permanece siempre en ella, «incorpóreo y deslizante»—, porque lo trascendente es lo que el lector percibe e interpreta y, a continuación, incorpora y aporta de sí mismo, de su visión y de su entorno, a la historia estructurada y lo que tú, desde el otro lado de la pantalla o de la página percibas o te sugiera el desarrollo de los sucesos contemplados, admitas o rechaces los hechos, los modifiques o los reactives en tu propio mundo ideal, pues tu participación voluntaria aporta el efectivo valor añadido a las historias… la grande y la pequeña, cada una en su ámbito. Y, de algún modo, que provoque finalmente la adivinación o la suposición de qué hacemos aquí y si lo hacemos bien…
Hay otros modos, otros mundos, otros futuros. Tal vez solo en la imaginación, propia o ajena, pero tal vez están ahí, latentes, agazapados esperando capturar la existencia, real o virtual, en una dimensión pasajera y en ella reescribir la propia historia.
Puede ser aquí…
Niebla densa, niebla gris, luz cenicienta dejando un rastro de heladas salpicaduras, como cola de cometa indiferente, inobjetiva, indefinida, indefinible, inalcanzable, incontestable e incontenible al fin. Durante el paso de los días mortecinos va impregnando a una multitud de pequeñas vidas opacas, demasiado centradas en sus límites existenciales y en su entorno perimetral como para abordar un horizonte que, si existiera, si existe o existió, se habrá multiplicado por el transcurso cronológico y fuera de la percepción, tras originar una compresión sobre la aprehensión. Para desembocar después en una indefinición insondable cuando se percibe el fugitivo instante del hoy, aquí y ahora obligatorio, que se convierte en un desfase del ajuste temporal, desembocando en un caos, cuando esto y aquello tan solo son aspectos de un aquí y ahora en el que no importa el ayer y no se prevé el mañana. El hoy es una simple convención, fuertemente comprimido en la burbuja del presente, ya extinguido el filtro del pasado e ignorado el invisible futuro, que no existe hasta que se disuelve en el mismo instante en el que aparece, para pasar al archivo de lo que ya no es, en ese pasaje híbrido en el que el tiempo se confunde y desarraiga, formando un torbellino existencial donde las frágiles y empecinadas cuerdas de lo colectivo y lo individual, lo sugerido y lo pretendido, lo anhelado y lo fracasado oscilan, se enredan, se tensan y se rompen, sin más opción que el azar.
Y por debajo de las líneas entrecruzadas del tiempo y del espacio, sobre algún elemento de una física rampante, miles de millones de gérmenes pululan, simplemente al uso de lo que su programación haya establecido en su conjunto.
Y UN MUNDO DE DESPLAZADOS
«La tecnología representa el nivel más alto de actividad organizada que se conoce y, al margen de cualquier otra cosa, será lo que determine el destino final de las estructuras inteligentes en general y de los seres humanos en particular».
Paul Davies, Op. cit.
La filiación Transporte y producción
Toda historia es producto de la vida, como un resultado aleatorio dentro de un mundo que ha podido ser previsible, improbable, imposible, diseñado o programado. Y entonces se origina lo perceptible. También en la crónica histórica del mundo desplazado —donde apariencia y realidad se fusionan—, la existencia toma la iniciativa de su desarrollo natural, en parte estable y en parte sometido a la incógnita del azar.
Un mundo organizado depende, básicamente, de la instauración de estructuras complejas que, a pesar de ser artificiales, se imponen y funcionan beneficiándose del recurso natural que es la filiación. La descendencia es una característica que permanece activa, desde el remoto pasado, y permite la vida en un rincón del espacio infinito en el que encontró suelo y cielo, ambiente y complejidad, orden y desorden, girando en círculo o en elipse cerca de su estrella o de camino hacia lo desconocido. La filiación es el recurso natural básico que mantiene estable la pirámide institucional que, por sí misma, es todo menos natural.
De entre la densa red de estructuras que se posicionan sobre el entorno, destacan dos de ellas, referentes a ese eventual mundo de desplazados: el transporte y la empresa, inextricablemente unidos para promover la funcionalidad dentro de un orden institucional general. El transporte actúa como el medio de conexión imprescindible para que la empresa aplique una planificación prevista por instancias superiores.
Por tanto, es la interrelación entre ambos sectores lo que fundamenta una estructura de producción intensiva, con unas redes tan complejas que solo los magos electrónicos podrían conocer, o al menos intuir, la repercusión final del enjambre de los medios disponibles y controlar su aplicación para, finalmente, optimizar la conjunción individuo-máquina (filiación+organización), intensamente solapados, dentro de unas circunstancias estables y controladas que pretenden dominar todo. Que es finalmente lo que se pretende.
Y en esa clase de orden estable es donde la filiación mantiene el sistema productivo sin interrupción a lo largo de la historia respectiva, como ha venido ocurriendo, de hecho, desde el principio del tiempo, ya sea supuesto, virtual o real. A eso se le puede llamar pervivencia, aunque a veces resulte ser mera supervivencia.
El producto final resultante de la interacción entre estructura y población, desplazamiento y esfuerzo, encuadra múltiples sectores interactivos con exigencias funcionales. Pero siempre el sector más básico es la filiación, porque cada ente singular debe a la vida el esfuerzo por mantenerla. Pero, al final, concentrar ese esfuerzo desemboca en un único objetivo, que es el orden artificial. Y, finalmente, ese orden se convierte en el único mandato y desemboca en la obtención de bienes, mediante la producción. El esfuerzo natural por mantener la vida se transforma en una actividad artificial ordenada, como única finalidad, durante su estancia pasajera sobre la superficie del mundo. Pero toda actividad sigue dependiendo de la vida, cuya base es la filiación.
En el mundo desplazado pueden caber variaciones casuales del diseño inicial de la filiación, como sucedió en el que habría de ser el caso de Danyo-Kao, quedando la duda de si él fue una casualidad o más bien un objetivo, tal vez similar a otros que pasarían desapercibidos, o no, para la intervención directa de un controlador superior de la interacción sectorial.
Como la exigencia de las cargas colectivas tiene normas poco elásticas que suelen desembocar en abuso, al menos en la mayoría de las ocasiones, entonces Danyo acabaría siendo un sujeto récord, de interés por las conclusiones que el sistema obtuvo sobre la evolución individual de alguien que hubiera debido de ser prácticamente impersonal; de cómo la filiación tuvo algo que ver en eso, pero también una organización basada en la electrónica de las redes, seguramente en gran medida.
En ese mundo de desplazados, las estancias proveían la filiación: eran los lugares de asentamiento nocturno de los estancieros, estrechamente relacionados con las empresas a través del imprescindible transporte, que conectaba a los operarios que se desplazaban cada jornada a los enclaves de producción.
En el plano del mero pronóstico, la organización podía presentar una estructura piramidal, tan extendida y tan vulgar: la población como su base; el transporte, el medio de conexión; y las empresas, la finalidad del conjunto. En cuanto a lo que hubiera arriba, concentrado en el pico cenital como manifestación del poder efectivo —ya fuera este biológico, electrónico, virtual o real—, pues algo poderoso habría, por desconocido que fuera, dirigiendo el funcionamiento del conjunto, preservando la estructura y conteniendo el natural desorden.
Pues bien, en una jornada concreta de ese mundo desplazado se produjo un suceso singular: en uno de los cobijos de la Estancia de Marthil-a se había incorporado un nuevo estanciero cuando se insinuaban ya las sombras, después de volver su madre en el transporte que trasladaba a los desplazados hacia sus lugares de reposo, durante la improductiva oscuridad.
El pequeño había tenido suerte, porque advino al mundo antes de desaparecer la luz, pero también porque el cuarto de ella no estaba demasiado lejos de la caseta asistencial de la zona. Así