La niña halcón. Josep Elliott

La niña halcón - Josep Elliott


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de la barca, sin hacer nada.

      —Puedo ayudar —dice. Habla en voz baja, como siempre.

      —No te molestes. Sólo tenemos cuatro remos —explica Jaime.

      —Quiero agua —digo, y no lo hago con amabilidad porque ella no me cae bien. Primero obligó a Jaime a casarse, aunque él no quería, y ahora no mueve un dedo por ayudarnos. Me mira, como si no entendiera—: Agua —digo de nuevo.

      Me alcanza un poco y la tomo sin respirar, para poder seguir remando. No le doy las gracias porque no tengo motivos para hacerlo. Milkwort corre dando vueltas en mi bolsillo. Quiere que lo saque, pero no puedo. La niña vuelve a la parte de atrás de la barca, y rebusca entre todas las cosas, aunque no debería hacerlo porque nada de lo que hay allí es suyo. La vigilo, para enterarme si se le ocurre robar algo.

      Estamos cerca de la Puerta Oeste, pero está cerrada. Jaime deja de remar y empieza a agitar las manos.

      —¡Abran la puerta! —grita a voz en cuello—. ¡Abran la puerta!

      Pero permanece cerrada. No hay nadie en la muralla. ¿Dónde se habrán metido los Halcones? Deberían estar ahí, y no se ven por ninguna parte.

      —¿Qué sucede, Jaime? —le pregunto.

      —No lo sé —contesta—. No sé.

      Adentro, se oyen gritos. Tenemos que entrar. Debemos ayudar.

      —Vamos a la siguiente puerta —propongo, y señalo. Hay una forma secreta de entrar, y lo sé porque soy Halcón.

      Jaime mueve la barca hasta que está cerca. Trato de dar con la piedra. Es una especial que se puede sacar y tengo que encontrarla. Lenox me la mostró una vez. Todos los Halcones debemos saber dónde está, en caso de emergencia. Y ahora tenemos un caso de emergencia.

      Encuentro la piedra. Al sacarla, queda a la vista una palanca y tiro de ella. No cede, así que uso ambas manos y tiro, tiro más y más fuerte. Al fin la palanca se mueve hacia abajo, y de la muralla salen unas barras de metal. Éste es el camino secreto para subir.

      —Podemos trepar… p-por aquí —le digo a Jaime.

      —Buen trabajo, Agatha —dice, y eso significa que fui muy inteligente al encontrar la palanca y tirar de ella.

      Me trepo primero por las barras metálicas. Se sienten frías, pero no me cuesta trabajo porque soy muy buena para trepar. Jaime sube tras de mí.

      —Quédate aquí —le dice a la niña—. Vamos a abrir la puerta desde el otro lado.

      Llego hasta arriba y miro alrededor. No hay nadie en la muralla. En el enclave, la gente corre para todos lados y algunos siguen dormidos. ¿Cómo pueden dormir cuando las campanas suenan de esa manera en mis oídos? Deben despertar. ¿Qué está pasando? ¿Qué…? La Puerta Norte está abierta, y no debería estarlo, y por ella entra el enemigo. ¿Por qué está abierta la puerta? ¿Dónde están todos los Halcones? Los enemigos son como cien hormigas que hubieran salido de pronto de la tierra. Son deamhain, lo sé. Está mal, muy mal. Es lo peor. Nunca antes he visto un deamhan, pero sé que son ellos por los tatuajes rojos y azules que cubren sus rostros. Son los peores. De sus bocas color azul medianoche salen gritos y haciendo sonidos horribles, muy horribles, y tienen hachas y espadas que empuñan y gritan, y mi clan, nuestro hogar, mi…

      Me impulso hacia la muralla. Jaime me atrapa y tira de mí para bajarme.

      —¡Suéltame! —digo—. ¡Tenem-mos que… ayudar!

      —Es demasiado peligroso —contesta.

      —¡Tenemos que… que hacer algo! —exclamo. Necesitamos un buen plan, pero no se me ocurre ninguno. Miro a Jaime para ver si está pensando en algo pero sus ojos están desorbitados—. ¡Jaime! —lo llamo—, ¡Jaime! —pero no dice nada y tampoco me mira.

      Hay gente corriendo en todas direcciones. Un hacha vuela por el aire y casi… Dos deamhain utilizan sus espadas para atacar a… Las cabras están sueltas y van a huir… Se oyen gritos y ruidos y alaridos… El suelo se ve pisoteado… Todos los cuerpos están destrozados o suplicantes y…

      Hay una flecha que sale veloz de una ballesta. Es Maistreas Eilionoir. La veo en el techo de un bothan, disparándoles a los deamhain. ¡Sí! ¡Hágalo! Le atina a uno y a otro y sigue disparando aunque le cuesta trabajo poner las flechas en posición en la ballesta porque es vieja. Pero tiene buen tino y su ataque sirve. Ahora hay otros que están armados. Mi clan se defiende y podemos hacerlo. Vamos a salir victoriosos porque somos Clann-a-Tuath, y somos los mejores.

      Yo también puedo ayudar. Se me ocurre un plan. Si llego hasta uno de los lanzadores y logro voltearlo, podría utilizarlo para pelear. No tengo miedo. Subo nuevamente a la muralla. Tengo que ayudarles. Soy capaz de hacerlo.

      —No, Agatha… mira —me dice Jaime.

      Todos se han quedado quietos. Ya nadie pelea. Todos están en silencio, mirando, alertas.

      —¿Por qué no se mueven? —pregunto. ¿Será que ya los derrotamos?

      Y entonces, me doy cuenta. Los deamhain tienen a Maighstir Ross. ¡Libérenlo! Lo llevan a través del área común. Parece que le cuesta caminar. Está malherido. El deamhan más grande lo empuja para avanzar. Es un deamhan feo con una cicatriz que cruza los tatuajes de su rostro desde la boca hasta la oreja. Tiene un hacha y la sostiene contra el cuello de Maighstir Ross. Le lanza una patada a la parte de atrás de una pierna y se oye un crujido cuando ésta se rompe. Maighstir Ross no da señas de dolor, aunque sé que debe doler mucho. Se le doblan las rodillas.

      —Vér as sigrade! —grita el deamhan de la cicatriz. Usa su idioma, así que no entiendo qué dice—. Nå œvi ykar fulgja vid Øden.

      El deamhan levanta el hacha por encima de su cabeza.

      —Perdóname, amigo mío —grita Maistreas Eilionoir desde el tejado en el que se encuentra. Dispara una última flecha que alcanza a Maighstir Ross en pleno corazón.

      Su cuerpo se desploma hacia delante.

      Hemos sido derrotados.

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