La niña halcón. Josep Elliott

La niña halcón - Josep Elliott


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—dice.

      Todos sus amigos ríen.

      —No lo soy —contesto.

      Wiley saca la lengua entre sus dientes, y repite:

      —No lo soy —remedándome.

      Sus amigos ríen de nuevo. Quisiera golpearlos a todos por reír, porque son malos, pero no lo hago porque pienso que tal vez ellos acabarían pegándome a mí. Para impedir que lo hagan, salgo corriendo hacia mi bothan. Todavía estoy viviendo en uno de los bothans de los Halcones. Más vale que no me hagan cambiarme a otro porque no lo haré.

      No hay nadie cuando entro. Eso que dijo el niño todavía suena dentro de mi cabeza. Casi me hace llorar, pero no me lo permito. Voy al lugar de lavado y tomo el espejo. Se supone que no debo perder el tiempo mirándome, pero cuando no hay nadie más lo hago porque soy bonita. Mi cabello es largo y oscuro como las algas. Tomo el cepillo y me peino. Me gusta mi cabello porque hace que me vea muy bonita.

      Cuando termino de cepillarme, sostengo el espejo a cierta distancia para ver si soy gorda. Me veo más ancha que antes y no es porque sea mayor sino porque todavía no me he hecho alta, cosa que sé porque me mido contra la puerta para ver si he crecido. Aprieto mis brazos y el estómago y también las mejillas y los pechos. Me sonrío en el espejo. Está bien, sigo siendo bonita. Me pregunto si Jaime también pensará que soy bonita. Él es tan amable… por eso me cae bien. Pero pronto tendrá que hacer la ceremonia, lo que implica casarse con una chica de la isla de Raasay. No sé por qué tiene que hacerlo. No es bueno casarse. Después de que lo haga, nadie querrá tener nada que ver con él, y yo tampoco. A menos que pueda impedirlo. Ése es un buen plan. Lo haré por Jaime y luego él estará muy contento, y seguiremos siendo los mejores amigos del mundo.

      La puerta del bothan se abre y entran Flora y otros Halcones. Dejo el espejo y le doy un abrazo a Flora porque es mi amiga. Les pregunto qué sucedió hoy en la muralla y me cuentan.

      —¿Quieres jugar riosg con nosotros? —pregunta Flora, y le digo que sí porque sí quiero. Es un juego con unas piedras pequeñas y es muy divertido y me hace reír mucho.

      En una ronda llego a ganar, y entonces Flora dice:

      —Hey, Agatha, te estás volviendo muy buena en esto —eso es muy amable de su parte, además de ser verdad.

      Cuando regreso al bothan de Maistreas Eilionoir, a la mañana siguiente, no voy contenta porque sé que otra vez me pondrá a clasificar esas tontas semillas y que luego las va a desordenar. Pero tengo que hacerlo para que así me permitan ser un Halcón de nuevo. Y entonces se me ocurre que tal vez ella las desordena porque no termino de clasificarlas tan rápido como debería. Sí, eso es. Pues bien, hoy lo haré rapidísimo para que ella no las desordene.

      Me esfuerzo y trabajo duro todo el día para terminar con todas las semillas y lo logro. Están en una larga hilera que serpentea por toda la mesa, todas organizadas. Cuando Maistreas Eilionoir regresa, pienso que me dirá que lo hice bien y se alegrará, pero no es así. Otra vez esparce todas las semillas en el piso. Todo mi trabajo que tanto esfuerzo me costó. Grito más fuerte y alto que nunca.

      —Agatha —me dice, pero no dejo de berrear. Vuelco la mesa de un empujón y la pateo, y me duele el pie, y la pateo de nuevo. Dice que tengo que respirar hondo, pero no voy a hacer esa tonta respiración.

      Maistreas Eilionoir da un paso por encima de la mesa, toma mis dos manos y las mantiene entre las suyas. Dejo de gritar porque empieza a dolerme la garganta. Ella me mira. El calor que sentía dentro de mí empieza a desaparecer.

      —¿Ya te calmaste? —me pregunta.

      Contesto con un movimiento de cabeza, sí.

      —A veces, el enojo nos nubla la mirada y eso nos lleva a tomar malas decisiones —explica—. Al permitir que ese enojo se vaya, nos hacemos fuertes.

      Ni siquiera sé lo que quiere decir con todo eso.

      Sé que va a decirme que debo levantar y guardar todas las semillas otra vez, así que suelto sus manos para hacerlo.

      —Gracias. Ya puedes irte —me dice cuando termino.

      Camino hacia la puerta, pero luego me detengo.

      —¿Qué quiere decir retarch? —pregunto.

      Me observa con mirada dura.

      —¿A quién le oíste esa palabra? —dice.

      —Un niño me la dijo. Y Maighstir Clyde también la dijo cuando yo estaba escond-dida en el baúl.

      —Maighstir Clyde no debió usar esa palabra. Y tampoco el niño. Dime cómo se llama y me encargaré de que reciba su castigo.

      —Pero ¿qué significa?

      Maistreas Eilionoir tiene la boca fruncida, mientras piensa.

      —Ven, siéntate a mi lado, niña.

      No soy ninguna niña, pero no me importa que Maistreas Eilionoir me llame así porque sé que lo hace por ser amable y no por ser malvada. Me siento en el piso, con las piernas cruzadas, como ella.

      —Es una palabra que sirve para describir a alguien que es diferente, y que usan las personas que no entienden lo que implica ser diferente —me dice.

      —¿Es una m-mala p-palabra? —pregunto.

      —En la forma en que te la dijeron, sí, es una mala palabra.

      —¿Y por qué la dijeron?

      —¿Has visto que hay cosas en ti que no son como las del resto de las personas de este clan, Agatha?

      —No soy… m-muy buena para correr —contesto.

      —Ésa es una diferencia, sí, pero me refiero más bien a tu apariencia y a tu manera de pensar. Ya tienes quince años, ¿cierto?

      —Sí.

      —¿Y crees que eres igual a todos los demás que tienen tu misma edad en el clan?

      —Creo que mi cabello es muy bonito —respondo, porque no entiendo su pregunta.

      —Sí, lo es —dice ella, y lo acaricia. Me gusta que lo diga, y me hace sonreír.

      No dice más, así que me parece que nuestra conversación terminó, aunque todavía no me ha dicho qué quiere decir retarch. Me levanto y le deseo buenas noches a Maistreas Eilionoir. Cuando llego junto a la puerta, pregunta:

      —¿Trajiste contigo a tu ratón? —su voz es apenas un susurro.

      Debo haber oído mal. ¿Se refiere a Milkwort? Se supone que no lo debería tener ya.

      —¿Qué? —exclamo.

      —No me obligues a preguntarte de nuevo. Si alguien llegara a oírnos, las dos estaríamos metidas en grandes problemas.

      Es verdad. Las dos estaríamos en grandes problemas. Los animales son para comerlos, no para guardarlos en un bolsillo, y definitivamente no son para hablar con ellos. Debe ser una trampa o una prueba. Necesito un plan, pero no tengo ninguno.

      —Ponlo en la mesa —me ordena.

      —¿Que ponga qué en la m-mesa? —pregunto. Me parece que lo quiere lastimar.

      —No te hagas la boba, niña.

      —Ya no lo tengo —es una mentira, pero tengo que decirla.

      Ella me mira, y no se ve nada contenta.

      —¿En verdad quieres seguir clasificando semillas el resto de tu vida?

      No sé qué tienen que ver las semillas con Milkwort. Tal vez el hecho de que lo alimenté con algunas. Sé que no quiero tener que ordenarlas otra vez. Meto la mano en mi bolsillo, donde lo guardo.

      —Se llama M-milkwort —digo, y lo saco. Lo mantengo en mis manos para que esté seguro y protegido.

      —¿Qué sabe hacer?

      —Le


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