La niña halcón. Josep Elliott

La niña halcón - Josep Elliott


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al techo. Está lleno de sombras que se mueven como si fueran seres. Pero no lo son pues si lo fueran, ya estaríamos todos muertos. Nos despedazarían. Eso es lo que hacen las cosas de sombra y uno no puede impedirlo. Además, esas cosas viven en tierra firme y no en Skye, por eso sé que no están aquí.

      Maighstir Ross habla:

      —Agatha, esto es algo que ninguno de nosotros esperaba. Supongo que sabes que está estrictamente prohibido entrar al bothan de los ancianos si no eres uno de ellos, ¿cierto? —me dice.

      —Soy una b-buena niña Halcón —repito una vez más.

      —Has demostrado varias cualidades que lo prueban, sí —afirma Maistreas Sorcha—, pero también has puesto en peligro varias vidas, y eso no se puede pasar por alto —se vuelve hacia los ancianos, y pregunta—: ¿Qué debemos hacer con ella?

      —Ya que se encuentra aquí, bien puede quedarse para enterarse de su destino —dice Maighstir Ross. Me mira, señalándome con el dedo—: pero deberás permanecer en silencio todo el tiempo.

      Abro la boca para decir que no es justo, pero Maighstir Ross me mira enojado y me callo. Maighstir Clyde resopla.

      —Si la vas a dejar aquí para que yo tenga que refrenar la lengua, Ross, más vale que lo pienses dos veces.

      —La hora de hablar ya ha terminado —dice Maighstir Ross—. El fuego está en su punto. Agatha, sé buena y alcánzame las bhòt que están dentro del baúl.

      Las bhòt son unas piedras que se usan para tomar decisiones.

      —Tengo que ir… b-buscarlas —digo, y salgo. Afuera ya está oscuro y me cuesta encontrar las cosas en el lugar donde las oculté, pero lo consigo.

      —Las escondí entre los brezos —digo cuando vuelvo a entrar. Pienso que tal vez me dirán que fue un buen plan, pero nadie pronuncia palabra. Maighstir Ross toma la bolsa con las piedras y me siento en el baúl porque no hay ningún otro lugar donde hacerlo.

      Maighstir Ross se levanta y voltea la bolsa sobre el fuego. Unas piedras son negras y las otras grises. Se sienta y me dice:

      —Las llamas se han apagado, pero las cenizas aún están calientes, así que escoger una piedra implica una experiencia dolorosa. Eso se hace para garantizar que sólo voten quienes ya tienen clara su decisión. Los ancianos de Clann-a-Tuath han votado así a lo largo de muchas generaciones —y luego le dice a uno de los ancianos—. Primer asunto: en relación con la consideración de si Agatha-Cabhar, aquí presente, debe ser castigada por la destrucción de un barco de los Pescadores, además del contenido de éste, así como de poner en peligro la vida de doce Pescadores que iban a bordo de dicho barco. Todos los que deseen votar, pueden hacerlo ahora.

      Maighstir Clyde se levanta primero. Mira el fuego y mete la mano hasta el fondo, para sacar una piedra. No da señales de que le duela. Ha escogido una negra. Arroja la piedra a un lado y vuelve a su silla. Algunos de los otros ancianos hacen lo mismo. Las piedras que escogen son grises. Pasa un rato, y Maighstir Ross dice:

      —Na clachan bhòtaidh deiseil?

      —Tha bhòtadh deiseil. Dearbh dhuinn an fhìrinn —dicen los ancianos en la lengua antigua.

      Maighstir Ross mira la pila de piedras y dice:

      —El escrutinio me indica uno a favor, cuatro en contra, y dos que se abstienen, con lo cual se acuerda que no se le impondrá ningún castigo. Leig leis.

      —Leig leis —dicen todos.

      Maighstir Ross me mira y me parece que está contento. Yo también estoy contenta de que no me vayan a castigar. Recoge las piedras y vuelve a ponerlas en el fuego.

      —Segundo asunto —empieza—: decidir si Agatha-Cabhar, aquí presente, debe ser despojada de su nombramiento como niña Halcón. Todos los que quieran votar pueden hacerlo ahora.

      Ya no estoy contenta. Quiero hablar, o tal vez gritar, pero prometí quedarme callada. Soy un Halcón. No pueden hacer que ya no lo sea. No pueden, por favor, que no puedan.

      Maighstir Clyde otra vez es el primero en tomar una piedra del fuego. Los demás ancianos escogen las suyas también. La única persona que no lo hace es Maistreas Eilionoir. Permanece en su silla, mirándolos a todos y a mí.

      —Na clachan bhòtaidh deiseil? —pregunta Maighstir Ross al terminar, y todos responden como antes. Entonces, mira la nueva pila de piedras. Esta vez, todas son negras.

      —Con seis votos a favor y uno que se abstiene, se acuerda que a partir de este momento Agatha-antes-Cabhar ya no será reconocida como niña Halcón de Clann-a-Tuath. Leig leis.

      ¿Qué? No. Me levanto. No pueden hacer eso.

      —No pueden hacer eso —grito—. No pueden hacer eso —me duelen los dientes.

      —Agatha —la voz de Maighstir Ross se escucha calmada—, te permití permanecer aquí con la esperanza de que, al ver el proceso, podrías comprender mejor cómo se toman las decisiones, y el carácter definitivo de los acuerdos a los que llegamos.

      —Pero no pueden —repito—. Soy una buena niña Halcón. Soy una b-buena niña Halcón.

      Necesito arrojar algo. Tomo una taza y una cobija y todo lo que tengo a mano y se los arrojo. No me importa si golpeo a alguien o si caen al fuego. Hay manos que tratan de detenerme, pero no lo voy a permitir. Levanto el enorme baúl y lo vuelco, y choca con las sillas y las derriba. Se oyen gritos. No me importa. Trato de zafarme, grito, embisto. Maighstir Clyde está frente a mí. Es muy rápido. No sé bien qué está haciendo hasta que termina de hacerlo. Me da un puñetazo en la cara y caigo al suelo.

      Me duele la cabeza y sale sangre por mi nariz.

      El bothan gira a mi alrededor.

      Después, nada.

      A la mañana siguiente, los Herbistas opinan que ya estoy en condiciones de irme. Me pongo las botas y corro apresurado hasta el sitio de creación de las Avispas. Siempre me ha atraído ese lugar. Allí es donde se fabrican y reparan todas las cosas que el clan necesita, desde armas y ropa hasta camas y utensilios de cocina. Por supuesto, en este momento están atareados trabajando en el nuevo barco. Me quedo merodeando por los alrededores, hasta que alguien de las Avispas me llama:

      —¿Qué pasa, muchacho? —es un hombre fornido con mejillas coloradas y dedos chatos. No puedo recordar su nombre.

      —Maighstir Ross me dijo que podía venir —le explico.

      —Habla más fuerte, que a duras penas puedo oírte —todo lo que dice va acompañado de una risita.

      —Vine a mirar —repito, alzando la voz—. Maighstir Ross dijo que podía hacerlo.

      —Pues no vas a poder ver mucho desde allá lejos —me hace señas y me acerco trotando a él, con una sonrisa que se va dibujando en mi rostro—. Me llamo Donal —se presenta. Su boca diminuta se pierde en las profundidades de su barba rojiza.

      —Jaime —respondo.

      —Entonces, ¿quieres hacerte Avispa?

      —No, soy un Pescador —me trago la palabra con dificultad—. Pensé que si venía a verlos armando el barco, eso me volvería mejor Pescador.

      —Muy bien —dice Donal, de una manera en que me doy cuenta de que no me cree del todo—. Entonces, quédate junto a mí, jovencito. Te mostraré todo lo que necesitas saber.

      Me paso todo el día con Donal y el resto de las Avispas, mirando fascinado cómo forjan clavos, cosen velas nuevas, y le dan forma a la madera para el casco. Me asombra su habilidad, y Donal compensa mi entusiasmo explicándome todo lo que hace. Me muero por unirme a ellos y ayudar. Estar entre Avispas es una experiencia diferente que convivir con los Pescadores. Por un lado, me encuentro en tierra, cosa que por sí sola mejora todo, pero también es mucho más fácil de entender por su forma de


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