La niña halcón. Josep Elliott
decir peligro, y dos golpes en ella quieren decir que es un barco y que viene al ataque. Mi corazón late acelerado. Cuando uno oye esa campana, lo más importante es actuar con rapidez. Si uno no lo hace, podría haber muertos porque es una amenaza grave. Miro hacia la otra torre, pero no veo a nadie ni tampoco en la muralla que la rodea. Entonces, ¿quién hizo sonar la campana? Miro de nuevo al mar. El barco se acerca veloz y yo soy la única persona que puede detenerlo. Debo detenerlo. Es mi deber y es muy importante y debo proteger a mi clan.
Corro hacia la ballesta y la alisto para disparar. La flecha ya está dispuesta. Es grande, metálica. El pedernal lo llevo guardado en el cinturón, porque siempre debemos tenerlo con nosotros. Lo saco y trato de encender el musgo que lleva la flecha, pero no logro hacerlo. Está mojado porque estuvo lloviendo. Meneo la cabeza y arranco el musgo para echarlo al mar. Necesito otra cosa. Miro hacia el frente y grito porque me doy cuenta de lo cerca que está el barco ahora. Piensa, piensa, tengo que pensar en algo. Y entonces se me ocurre qué hacer.
Me saco la bota para quitarme el calcetín, muy muy rápido. Amarro el calcetín al extremo de la flecha, primero con un nudo y luego con otros dos, para que no vaya a caer. Es un buen plan. No resulta fácil prender el calcetín porque hay que golpear el pedernal muy rápido. Me tiemblan las manos. Lo intento muchísimas veces y al fin lo consigo. El fuego crece por la grasa de animal que hay en la flecha. Por el rabillo del ojo veo a alguien: es Lenox, que está en la muralla, a lo lejos. Me hace señas para que me apresure. Él sabe que debo hacerlo rápido porque el barco ya está muy cerca. Acomodo la ballesta para apuntar al centro del barco, alineo la punta de la flecha hacia el punto que quiero, como me enseñaron.
—¡Agatha, no! —el grito de Lenox es un eco, pero ya mi dedo ha apretado el gatillo. ¿Por qué me dijo que no disparara?
La flecha sube muy alto hacia el cielo. El barco está más cerca y puedo ver a los que van dentro. ¡Qué raro! Entrecierro los ojos porque lo que veo no está bien. Alcanzo a ver sus rostros y no está bien porque los conozco.
Eso quiere decir que es uno de nuestros barcos. He cometido un error terrible.
El barco se mece y me revuelve el estómago. Abro la boca para vomitar, pero sólo brota un lloriqueo hueco. Me aferro con fuerza al costado del barco. Pequeños y filosos trozos de pintura se desprenden bajo mis dedos. Estoy seguro de que los otros Pescadores me miran con lástima cuando volteo. Me estoy esforzando, en verdad que sí. Espero que se den cuenta.
Estiro un brazo para bajarme la capucha y cubrir parte de mi cara. El viento azota y la empuja hacia atrás. La lluvia helada se me clava en las mejillas y escurre por mi cuello.
—Parece como si un alcatraz te hubiera levantado —dice Aileen, acercándose a mí.
—Así me siento —respondo entre arcadas. Si un alcatraz tratara de levantarme en este momento, tal vez no haría nada para evitarlo.
—¿Te traigo un poco de agua? —a pesar de la lluvia que cae sin parar y de que el barco se zarandea para uno y otro lado, Aileen se las arregla para verse bien.
—Estoy bien —contesto, alejándome un poco. Prefiero que no me vea así.
—Lo bueno es que parece que sirves para atraer más peces. Hemos capturado una gran cantidad de peces desde que empezaste a vaciar tus entrañas en el agua —está tratando de hacerme sonreír. En realidad, no quiero hacerlo—. Aunque no sé por qué —continúa—. Apesta.
Las comisuras de los labios me traicionan, y empiezan a curvarse hacia arriba.
—¡Y ahí tenemos una sonrisa! ¡Definitivamente! —exclama—. ¡Sabía que podía lograrlo!
—No lo es —contesto, obligando a mi boca a torcerse.
—Con el tiempo irás mejorando —dice—, te lo prometo.
A pesar de que ella tiene más o menos la misma edad que yo, le dieron su dreuchd hace cosa de seis meses, así que tiene todo ese tiempo de práctica. Pero estoy seguro de que siempre lo ha hecho bien, incluso desde la primera semana. Revuelve mi cabello con la mano, y luego me deja a solas con mi desgracia. La veo regresar a su puesto, y lanzar su sedal al mar. Le dice algo al Pescador que está más allá, y lo hace reír. ¿Cómo lo consigue? ¿Cómo logra que una persona ría sin mayor dificultad? Es una de las razones por las cuales le cae bien a todo el mundo, yo incluido. Lo único bueno de que me hayan nombrado Pescador es que ahora puedo pasar más tiempo con ella. Es mi mejor amiga. Siempre lo ha sido.
Las olas golpean el costado del barco con un sonido repetitivo, bum-plaf, bum-plaf. Miro hacia abajo y me arrepiento de inmediato. Toda esa agua profunda y oscura. Mi mente empieza a considerar todas las posibles criaturas que podrían estar ahí, al acecho bajo la superficie: calamares gigantes, rayas asesinas, letales escualos navaja… Cierro los ojos con fuerza. Estoy a salvo en el barco. Estoy a salvo en el barco. Tengo que repetírmelo una y otra vez. Mientras no piense en todo lo que puede haber en el agua estoy bien.
El clima tarda mucho en mejorar, y las nubes pasan de un gris amenazante a un blanco sucio. A medida que las olas se hacen más suaves, mi malestar disminuye también, y me apresuro para cumplir con todas mis tareas atrasadas. Como soy el miembro más reciente de la tripulación, me asignaron una serie de labores que nadie más quiere, como desenredar los cabos y poner las carnadas. Trabajo en silencio, sentado a solas, cabizbajo.
Para empeorar las cosas, hoy salimos hacia el oriente, con lo cual la isla de Raasay queda directamente frente a nosotros: una franja montañosa entre Skye y la tierra firme de Scotia. Evito mirarla. Allí es donde vive la chica, la que va a echar todo a perder. No quiero pensar en ella en este momento.
Justo antes del anochecer, emprendemos el regreso. Ha sido un día largo, pero toda mi desesperación se esfuma a la vista del enclave. Sus murallas se elevan a lo lejos como un faro de bienvenida. Fragmentos de las olas que rompen hacen que las antiguas piedras brillen.
Allí está mi hogar.
Todo mi cuerpo añora estar allá, rodeado por los rostros familiares de mi clan, sintiendo el suelo esponjoso bajo mis pies. Anhelo sentirme seguro. En alguna parte de la muralla, la Segunda campana resuena dos veces, anunciando nuestra llegada.
—¿Por qué la pusieron a ella en un puesto central? —dice el capitán. Sigo su mirada y distingo a Agatha, una de las niñas Halcón, junto a una torre, mirándonos—. ¿Y qué diablos está haciendo?
A duras penas alcanzo a ver los brazos de Agatha, afanándose alrededor de la ballesta. Da un par de brincos, luego amarra algo a la flecha y le prende fuego.
—Va a dispararnos. Esa pobre idiota va a dispararnos —dice el capitán.
Un chasquido poderoso se escucha cuando la flecha traza un arco por encima de nosotros. Como no parece que vaya atinada, el capitán no se molesta en alterar la dirección del barco. En lugar de eso, levanta la vista y le lanza una sarta de improperios a Agatha. Yo no despego la vista de la flecha. Surca el cielo como una estrella errante, con ruta incierta. Un golpe de viento la empuja, altera su curso en el último momento y la vira directamente hacia nosotros.
Abro la boca para gritar una advertencia…
Pero es demasiado tarde.
Cae en las velas antes de que alguien alcance a reaccionar, y las incendia. Las llamas avanzan lamiendo el puente y se encrespan alrededor del mástil. Suelto un chillido y, en mis prisas por ponerme en pie, tropiezo a causa de mis largas piernas. El calor es intenso y me tuesta la piel a la vez que me hace arder los ojos. Uno de los Pescadores vuelca una cubeta de agua, en un intento por sofocar las llamas, sin darse cuenta o sin que le importe que en esa agua también haya carnada, camarones. Las criaturas llegan en una oleada donde estoy y flotan patéticas, hasta que el fuego las devora con una serie de pequeñas explosiones. El olor de marisco chamuscado me quema la nariz.
—¡Abandonen el barco! —grita el capitán.
¿Qué? No. El mar es demasiado profundo.
El