La niña halcón. Josep Elliott
me empuja por detrás. Trato de resistirme, pero mis rodillas ceden y caigo al mar.
El frío del agua me golpea como una avalancha de piedras. Me hundo en las profundidades. Giro en círculos, pero no consigo encontrar la superficie. Agito brazos y piernas en todas direcciones. A mi derecha, un vago resplandor anaranjado perfora la oscuridad. Es la llamarada del barco. Pataleo hacia allá. Algo me roza una pierna. El pánico me atenaza los pulmones y me clava sus uñas. Me vuelvo. No hay nada allí. Me vuelvo de nuevo, pero ya no puedo ver el barco, ya no sé dónde es arriba o abajo. Me retuerzo a un lado y otro, con la esperanza de salir de la oscuridad en cualquier momento. Estoy atrapado en el agua y no puedo respirar. No puedo respirar. No puedo respirar.
Unas manos rudas me encuentran y tiran de mí hacia arriba. Y entonces una nueva sensación de frío me envuelve cuando mi cabeza sale a la superficie. Aspiro bocanadas de aire salado. Por encima de mí, fragmentos de ceniza llueven desde el cadáver del barco.
—¿Dónde está Jaime? ¡Cuídenlo bien! —se gritan unos a otros.
—Aquí lo tengo —dice una voz en mi oído. Quienquiera que sea empieza a arrastrarme hacia la muralla.
—Estoy bien —afirmo, tosiendo agua de mar. Ahora que puedo ver el enclave, preferiría llegar allí por mis propios medios. No seré el mejor nadador del mundo, pero por lo menos soy capaz de nadar unos cuantos cientos de metros. Tampoco quiero que los demás Pescadores vean que me tienen que ayudar; antes de eso, ya estaban convencidos de que yo era un inútil. Trato de zafarme de mi salvador, pero él no me suelta.
Doy un vistazo a mi alrededor en busca de Aileen. No la veo por ninguna parte. Restos ardientes del naufragio se desploman, y chisporrotean al tocar el agua. Cuando llegamos a la muralla, el capitán insiste en que me saquen primero y que me lleven directamente al bothan que se usa para los enfermos.
—¿Dónde está Aileen? —pregunto, pero nadie responde.
—Es crucial que no se enferme —dice alguien mientras me llevan apresuradamente a través del enclave—. La ceremonia tendrá lugar en menos de dos semanas —como si necesitara que me lo recordaran. Varias personas me meten en el bothan y me sepultan bajo mil cobijas. Una vez dentro, los Herbistas se afanan a mi alrededor, secándome el cabello y dándome sopa.
—¿Aileen consiguió regresar sin problemas? —preguntó de nuevo, alzando la voz un poco esta vez.
—Ella está bien, todos están bien —contesta uno de los Herbistas, posando una mano sudorosa en mi frente—. Nuestra prioridad en este momento eres tú, jovencito.
Los dejo hacer. Jamás me ha gustado ser el centro de atención, pero sé que tienen buenas intenciones. Uno de ellos incluso me trae a escondidas una tajada de pan horneado cubierta con una gruesa capa de mantequilla, con lo cual mis ánimos mejoran un poco.
—Sí que fue toda una aventura —exclama Aileen entrando al bothan. Se cambió la ropa mojada por otra seca, pero su cabello del color del óxido aún se ve empapado.
—¡Aileen!
Los Herbistas se hacen a un lado para dejarla llegar hasta mí. Aileen aprieta mis puños entre sus manos.
—Pensé que más valía asegurarme de que seguías con vida —dice.
—Estoy vivo, sí.
—¿Y te sientes bien?
—Estoy bien. Quizás un poco avergonzado. ¿Qué dicen los demás? ¿Seguirán burlándose de mí?
—No, ¿por qué se burlarían?
—Porque se supone que debo ser un Pescador y estuve a punto de ahogarme…
—Nadie lo sabe, ni le importa. De eso estoy segura.
—¿En serio?
—En verdad. Así que deja de preocuparte. Es una orden —me apunta con su dedo, dirigiéndome su mirada más severa.
—Muy bien, gracias —y en verdad lo pienso así. Ella siempre sabe decir lo más adecuado en todo momento.
Siento un cosquilleo en la garganta. Empiezo a toser. Debo tener todavía algo de agua en los pulmones. Una vez que empiezo, parece que nunca terminaré.
—¿Estás incomodando a nuestro paciente? —dice uno de los Herbistas, acercándose para ver cómo estoy.
—Yo no he hecho nada —dice Aileen, levantando ambas manos.
—Pues me parece que será mejor que dejes descansar a este pequeño ratón —dice el Herbista, dándome palmadas en la espalda a la vez que me frota el pecho.
—Nos vemos en la mañana —dice Aileen, y no puede resistirse a darme un ligero golpe con los nudillos en la cabeza antes de salir.
—Buenas noches —le digo, alejando su mano de un golpe. Me deja con una enorme sonrisa pintada en el rostro.
Poco después, los Herbistas salen también, insistiendo en la importancia de que duerma de inmediato. Antes de que tenga oportunidad de hacer caso de sus instrucciones, se oye un golpe en la puerta del bothan y entra Maighstir Ross.
—Jaime-Iasgair, ¿cómo te encuentras? —pregunta.
Caramba, la ceremonia debe ser algo en verdad importante si me visita el propio jefe del clan.
—Estoy bien —digo, por milésima vez—. Gracias.
—Muy bien —se queda en silencio por un momento, como si fuera a decir algo más, pero luego baja la cabeza y vuelve hacia la puerta. Ésa fue una visita muy breve.
—¿Maighstir Ross?
—¿Sí? —pregunta sin quitar la mano de la perilla de la puerta.
—He estado pensando… me dijeron que mañana tendría que ir a la bahía de Kilmalaug con los demás Pescadores de mi barco, para pescar desde la orilla, pero… me preguntaba si en lugar de eso tal vez podría quedarme con las Avispas…
Se dibujan varias arrugas en su frente.
—¿Que quieres qué?
—Quedarme con las Avispas, como parte de mi capacitación. Pensé que si los observaba armar un nuevo barco, tal vez podría aprender cómo arreglar uno, en caso de que algo se estropee mientras estamos mar adentro —no sé de dónde me sale el valor para hacer semejante propuesta—. Además, la bahía está bastante alejada. Tal vez sería mejor para mi salud permanecer en el enclave —y suelto una tosesita lastimosa para subrayar mi propuesta.
Maighstir Ross no es ningún tonto. Debe saber que no me está yendo demasiado bien como Pescador, pero trabajar en un oficio distinto al que te fue asignado se considera dùth. Así que mi petición es casi ilegal. Su expresión se suaviza y veo una leve insinuación de sonrisa.
—Muy bien —dice—, pero debes aprender únicamente de lo que ves. Eres un Pescador, y valdría la pena que te hicieras a la idea.
—Sí, Maighstir.
—Ahora, reposa. Necesitamos que estés sano y en buenas condiciones para la Ceremonia.
Cualquier rastro de amabilidad que había en su mirada desaparece en el momento en que menciona la Ceremonia. Fue un cambio muy sutil, pero alcancé a notarlo. Sopla el farol con fuerza, y sume el bothan en la oscuridad. La puerta hace ruido cuando sale.
Intento dormir, pero mil ideas hormiguean en mi cerebro. Casi todas tienen que ver con la Ceremonia, por supuesto. La declaración se hizo hace una semana. Cuando me convocaron por primera vez al círculo de reuniones, todo mi cuerpo vibraba de emoción. Sabía que recibiría mi dreuchd, o sea, la vocación de mi vida. Había estado aguardando ese momento desde que cumplí los catorce. Ser parte de la comunidad que practica un oficio y trabajar por el bien del clan es el honor más grande que uno pueda tener.
Mi entusiasmo se desvaneció cuando me nombraron Pescador. Tuve que esforzarme por ocultar mi desilusión. Al fin y al cabo, todas las labores son importantes.