La niña halcón. Josep Elliott

La niña halcón - Josep Elliott


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eso no significa que no les quiera preguntar al respecto. Termino lo que queda de mi estofado y me levanto de la mesa.

      —¿Adónde vas?

      —Si la Ceremonia va a celebrarse, tengo derecho a saber por qué. La verdad completa. No lo que me han dicho —le entrego mi tazón vacío a la Perca más cercana—. Nos vemos más tarde.

      Es una noche de cielo despejado, y la luz de la luna se derrama entre los árboles mientras atravieso el enclave. Paso al lado de dos cabras pastando, y las acaricio detrás de las orejas. El aire de finales del verano está lleno del aroma a nueces dulces de las flores de aulaga silvestre. Lo aspiro hasta llenarme los pulmones. Siempre me ha fascinado ese olor.

      Llego al bothan de Maistreas Eilionoir y cuando estoy a punto de golpear a la puerta, oigo voces dentro. La primera voz corresponde a la de Maistreas Eilionoir, y la segunda la reconozco al instante como la de la chica que incendió nuestro barco: Agatha.

      —Me temo que tus deseos son irrelevantes, mi niña —la voz áspera y gutural de la anciana no tiene el menor rastro de compasión—. La decisión ya fue tomada y no hay más opción.

      —Pero es que yo necesito estar en la m-muralla. Es mi d-deber —responde Agatha.

      Me esfuerzo por entender mejor sus palabras. A veces es difícil captar todo lo que dice.

      —Ya no, ahora no es tu deber. Puedes aceptar la propuesta o considerar el exilio. La decisión es tuya. Te espero aquí mañana, con la aurora. Buenas noches.

      La conversación termina abruptamente. Agatha sale apresurada y abre la puerta justo frente a mi cara. Me tambaleo al retroceder, tropiezo con una raíz y caigo.

      —Jaime —dice ella—, n-no te vi. N-no sabía que estabas ahí —su voz suena a la defensiva, casi hostil.

      —No pasa nada, Agatha —contesto.

      Hace lo posible por ayudarme a levantarme, pero está demasiado cerca de mí, con lo cual me resulta más difícil lograrlo.

      —Perdóname por hacerte caer.

      —No te preocupes —le sonrío, y su expresión pasa de la culpabilidad a la dicha.

      —Oh, qué bien. Digo, qué alegría. Qué bueno que estás bien.

      Extiende la mano y me acaricia el brazo, cosa que me parece un poco extraña.

      —Que tengas una buena noche.

      —Estab-bas en el b-barco —dice, con cierto esfuerzo. La expresión culpable ha vuelto, enmarcada en un ceño enojado.

      —Así es —respondo, sonriendo para darle a entender que no abrigo ningún resentimiento hacia ella.

      —N-no sabía que eran ustedes —dice—. Oí la campana, pero pensé que era la… la que alerta del peligro. N-no lo sabía, así que n-no fue m-mi culpa. Sólo cumplía con mi deber.

      —Fue un disparo muy atinado —anoté, tratando de ver lo positivo—. Si hubiéramos sido un barco enemigo, no habríamos tenido ninguna esperanza de salir de allí.

      La sonrisa que se asoma a su cara es tal vez la más genuina y verdadera de todas las que he visto.

      —Es cierto, t-tienes razón, Jaime… t-tienes razón.

      —Ahora debo hablar con Maistreas Eilionoir. Que tengas buena noche.

      —M-muy bien, Jaime. M-me voy. Adiós, Jaime.

      Se aleja, en dirección al centro del enclave. Entiendo la razón por la cual tanta gente pierde la paciencia con ella, pero no es justo en realidad. Además, por lo que alcancé a oír, los ancianos la despojaron del nombramiento de su ocupación. Eso, sumado a la forma en que nació, la hace tal vez la única persona del clan que pueda considerarse menos afortunada que yo.

      Llamo a la puerta, y Maistreas Eilionoir me invita a entrar con una especie de ladrido. Está sentada en el suelo con las piernas cruzadas, leyendo un libro empastado en piel. Ninguno de los otros ancianos lee mucho, pero ella insiste en que la lectura es importante. Es por ella que a todos se nos enseña a leer de niños. Aguardo a que termine la página.

      Cuando levanta la vista, la luz que emite el fuego hace que las sombras invadan su rostro. Le llena los pliegues de piel con líneas oscuras, haciendo que se vea aún más vieja, cosa que parece imposible.

      —Jaime-Iasgair —dice como si masticara mi nombre, con la boca apretada en una línea. A pesar de su naturaleza irritable, siempre me ha parecido la más fácil de abordar entre todos los ancianos.

      —Buenas noches, Maistreas Eilionoir —saludo—. Quisiera saber si podemos hablar.

      —Bueno, pues ya estás aquí, ¿cierto?

      —Tiene que ver con la Ceremonia.

      —Ya lo suponía. ¿Qué pasa con la ceremonia?

      —Que no puedo dejar de preguntarme a qué se debe que vaya a celebrarse.

      —Maighstir Ross te lo dijo: para tejer un vínculo más cercano con la isla de Raasay.

      —Eso lo sé, pero, ¿por qué los necesitamos? ¿Por qué justo ahora? Hemos sobrevivido sin su ayuda durante siglos —va a reñirme. Yo no debería estarla cuestionando así.

      Maistreas Eilionoir se pasa la lengua por los labios, aunque eso no les ayuda a verse menos resecos.

      —Lo que se te ha pedido que hagas no es insignificante, me doy cuenta de eso. Y eres un jovencito listo. Así que no voy a disimular y tratar de convencerte de que nada hay en juego más allá de lo que se te dijo. Hay fuerzas al acecho que amenazan todos y cada uno de los aspectos de nuestra existencia.

      —¿Se refiere a lo que pasó con Clann-na-Bruthaich?

      —¿Qué sabes tú de eso? —me increpa.

      —Nada, en realidad… apenas rumores… —Maistreas Eilionoir me mira enojada. Procuro esquivar su mirada—. ¿Es verdad que el clan entero desapareció?

      Durante un buen rato, la señora no dice una sola palabra. Luego, los ojos se le abren como platos, forzando a retroceder a las pequeñas arrugas que los aprisionan.

      —No puedo hablar acerca de Clann-na-Bruthaich, pero sí te aseguro que lo que les sucedió no va a pasarnos a nosotros, por ningún motivo. La Ceremonia es una precaución adicional. A cambio de tu matrimonio, los jefes de Raasay han aceptado entregarnos varias armas de largo alcance, que servirán para fortalecer nuestras defensas.

      —¿Y qué obtienen los de Raasay a cambio?

      —Lo que siempre han anhelado: sentirse superiores a nosotros.

      —¿Y eso es todo?

      —También acordamos que nos auxiliaríamos si llegara a darse la necesidad, aunque la probabilidad de que nosotros requiramos su apoyo es muy pequeña. Seremos más fuertes si estamos unidos. Eso es todo con respecto a la Ceremonia.

      —Entonces, ¿la unión se crea motivada por el miedo?

      —Clann-a-Tuath no cede ante el miedo —un frío repentino invade la habitación—. No diré nada más en relación con esto. De muchas maneras, ya dije demasiado.

      Pero si escasamente dijo algo, pienso.

      —Y tú no vas a comentar ni una palabra de esto con nadie —continúa—. Provocaría pánico, y eso es lo último que necesitamos en este momento.

      —Sí, Maistreas.

      —¿Tenías algo más que decirme?

      Todavía tengo tantas preguntas, pero ésta ya no parece ser una buena ocasión para plantearlas.

      —No —respondo.

      —Entonces, cierra bien la puerta cuando salgas. Está entrando un chiflón.


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