El Seminario de Wilfred Bion en Paris. Rafael López-Corvo

El Seminario de Wilfred Bion en Paris - Rafael López-Corvo


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se expresa es también significativo, diferente de la pintura que siempre es igual en todos los idiomas. En inglés, por ejemplo, uno se puede “romper” en diferentes formas: si es solo break significaría “romperse con violencia”, pero si es hacia abajo (break down) significaría “colapsar” y si es hacia arriba (break up), entonces sería “dispersarse” o “disolverse”; en cambio, romperse hacia afuera (break out), significaría “emerger” o “erupcionar”, aunque si se usa off en lugar de out (ambas palabras, off y out, significan “afuera”) significaría “detenerse abruptamente” mientras hacia adentro (break in) implicaría “intrusión”; por último, romperse alejándose (break away) implicaría “separarse” y romperse a través (break through), significaría “penetrar” o “avanzar”. Bion explica que en este sentido, resulta muy importante:

      Los pacientes casi siempre no son buenos artistas, aunque sí saben lo que significa sentir sus sentimientos. Cuando tratan de decirte algo, pueden tener un vocabulario escaso. Entonces debe escucharse lo que dicen y mirar lo que son, comparar ambos y luego sacar tus propias conclusiones para ver si están colapsando (breaking down) o disolviéndose (breaking up) o avanzando (breaking through).

      ¿Cómo lograr romper esas barreras que se interponen entre lo que el paciente realmente siente y lo que el analista cree comprender? ¿Cómo alcanzar esa condición de at-one-ment o de intimidad con la verdad interior de un paciente? Es fácil, por ejemplo, saber a qué se refiere un paciente cuando habla de un dolor físico, pero no resulta lo mismo con el dolor mental, al cual de entrada todo paciente se refiere con diferentes nombres: ansiedad, miedo, terror, vergüenza, embarazo, fastidio, etcétera. Si uno tratara de pintarlos, dice Bion, “utilizaría diferentes variedades de colores, el psicoanalista debe inventar su propio lenguaje. Nuestro material no es visible, no es palpable”. Además, un paciente podría no desear decir nada, sino ser tocado, acariciado; o utiliza el lenguaje como una forma de evacuación, como si las palabras fueran orina o heces. Existen patologías psicosomáticas relacionadas con este mecanismo, como la “colitis ulcerativa”, donde el ano se convierte en un órgano de fonación. “Estos pacientes, cuando hablan”, dice Bion, “están más conscientes de la actividad muscular de expulsión que de la cualidad mental del pensamiento [...] además, no resulta fácil para el analista escoger el lenguaje que ha de utilizar para distinguir entre un trastorno somático y otro mental”.

      Resnik interroga acerca de la posibilidad del analista de utilizar, en estos casos, aspectos infantiles de la contratransferencia para comprender e interpretar el material del paciente. Bion, por otra parte, alerta sobre las limitaciones del pensamiento infantil, por cuanto a pesar de que los niños tienen una gran sensibilidad para captar lo que sucede a su alrededor y pueden por lo tanto estar bien informados, al mismo tiempo carecen de la experiencia que posee un adulto. Podría ser muy natural, por ejemplo, que un niño, por lealtad a sus compañeros no pasase información sobre un asunto peligroso para él, a una persona mayor. Tal situación representa una forma de fragmentación, no solamente entre algo consciente e inconsciente, sino ante todo entre el recuerdo de lo que una vez fuiste cuando niño y todo lo que sabes sobre ti hoy en día.

      Bion pareciera alertar sobre el uso de aspectos infantiles por parte del analista, los cuales podrían representar lo que él ha llamado una “moda” (vogue), lo cual no se refiere a la moda en sí, sino a la presión que el “grupo” ejerce sobre el individuo, induciéndole, con frecuencia inconscientemente, a un tipo de comportamiento en particular que forjaría, según él, un sentimiento de pertenencia al grupo, a la cultura o a su generación.

      Bion regresa nuevamente a su paciente de la edad incierta y se pregunta, aunque parece no tener respuesta, sobre las posibles condiciones físicas que pudiesen determinar tales diferencias: ¿son los músculos de la cara?, ¿la forma como habla?, ¿la piel? El recuerdo de otro paciente viene al rescate, alguien que le había tomado tiempo en darse cuenta que no dejaba huellas sobre el diván:

      cuando se marchaba era como que nadie se hubiese acostado en él y se me ocurrió que se acostaba siempre en la misma posición, como una especie de catalepsia mental. Nunca trajo un sueño, no estaba despierto ni dormido, ni consciente ni inconsciente. ¿Como podía vivir en ese exacto estado mental? Físicamente podía estar en el diván siempre en la misma posición, luego se hizo claro que también hacía lo mismo mentalmente.

      Una voz anónima en la audiencia, que parece no estar interesada en las asociaciones de Bion, interrumpe con una pregunta: “en Francia los analistas no permiten a sus pacientes discontinuar su tratamiento”. Nuevamente pareciera que el hilo clínico pudiese perderse, sin embargo, Bion audazmente logra una síntesis entre la pregunta inoportuna y el tema: “Lo importante es la iniciativa, no la dirección... «¿Quién da a luz a quién?»”, pregunta Bion, “la madre al bebé a término, o el bebé a la madre? ¿Quién quiere ver a quién, el paciente al analista, o el analista al paciente?” “Pareciera”, concluye, “que la situación cataléptica representa un tipo de refugio, en realidad usted no efectúa ninguna de las dos”.

      Bion busca reanudar el camino con la ayuda de otro paciente, quien hablaba prolijamente sobre el 14 de julio en Francia pero no mencionaba la caída de la Bastilla ni de las personas celebrando por las calles; algo falta en la historia y usted quisiera seguir oyendo y en esta forma el análisis comienza, y luego usted siente que no quiere seguir viendo al paciente, pero él sí a usted, al final hay que intentar “hacer lo mejor de un mal trabajo”. Finalmente, Bion alerta sobre la tendencia obsesiva de muchos a sentirse defraudados por las restricciones e imprecisión del psicoanálisis, por la falta de cientificismo, y como salida frente a la desilusión recurre a la estética:

      Usted puede tener la oportunidad de sentir que la interpretación que proporciona es hermosa o que obtiene una bella respuesta de su paciente. El elemento estético de la belleza hace que una situación difícil se haga tolerable. Es importante atreverse a pensar o sentir lo que sea, sin importar cuán poco científico esto sea.

      Conclusiones

      Durante los inicios de sus investigaciones sobre el inconsciente, Freud intentó librar la metodología psicoanalítica de posibles sospechas esotéricas, lo cual observamos por ejemplo en su ambivalencia frente al riesgo de presentar y publicar investigaciones relacionadas con el tema de “la transferencia del pensamiento”, por cuanto Freud pensaba, según Strachey, que “la posición científica del psicoanálisis estaría en peligro” si la verdad sobre estas observaciones fuese establecida. A pesar de esta observación, Freud estableció en 1921 lo siguiente:

      Los acontecimientos pueden explicarse completamente si estamos dispuestos a asumir que el pensamiento puede trasmitirse [...] mediante algún método desconocido y diferente de aquellos que nos son familiares. Es decir, debemos inferir que la transferencia del pensamiento existe [...] aquello que ha sido comunicado mediante un tipo de inducción entre una y otra persona no equivale meramente a una porción indiferente de conocimiento. Muestra que un deseo extraordinario y poderoso contenido por una persona y que mantiene una relación especial con su consciencia, ha podido, con la ayuda de una segunda persona, lograr un expresión consciente aunque en una forma ligeramente velada.10 [pp. 184-5].

      Es indudable que Freud entonces intuía lo que posteriormente Melanie Klein (1946), desde una época y una perspectiva diferente, pudo resolver, al ubicar las “transferencias del pensamiento” dentro de la teoría de las “proyecciones”, a la vez que añadía a la descripción original la noción de identificación y en esta forma estructuraba la fenomenología de lo que hoy conocemos como “identificaciones proyectivas e introyectivas”. Ha sido un descubrimiento trascendental –que no consideramos esotérico aunque a muchos todavía les cuesta seguir– que ha proporcionado a la clínica psicoanalítica una profundidad indiscutible y una mayor comprensión de los mecanismos de la comunicación.

      “Es muy posible que en el Occidente las personas estén sintiendo cada vez más la necesidad de otra alternativa diferente a la visión de un mundo absolutamente científico”, ha expresado Armstrong (1993, p. 212); una visión que coincide completamente con un planteamiento


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