La predicación. Jorge Óscar Sánchez

La predicación - Jorge Óscar Sánchez


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Epílogo

       APÉNDICES

       A.¿Cuánto debe durar un sermón?

       B.¿Vale la pena servir a Jesucristo?

       C.La oración de un profeta menor

       Bibliografía

      INTRODUCCIÓN

      SI USTED QUIERE TRIUNFAR EN EL MINISTERIO CRISTIANO…

      «A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre las naciones el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo…» (Efesios 3:8).

      ¡Fue una muy buena noticia!

      Era un lunes por la noche y terminaba de entrar a casa junto con mi hijo, cuando mi esposa me dice: «Hace un rato llamó una persona que no conocemos para compartirnos un testimonio muy interesante. Prometió volver a llamar porque quiere hablar con vos. Tiene una historia que te va a bendecir. Prefiero no contártela, así no te robo el impacto».

      Efectivamente, a la media hora sonó el teléfono y allí estaba este individuo a quien nunca había escuchado antes. Después de las presentaciones de rigor, me dice: «Pastor, me gustaría invitarlo a almorzar, ya que si usted es tan amable, me gustaría conocerlo personalmente. Tengo una historia que quisiera compartirle, ya que sin saberlo, usted ha sido una tremenda bendición para mi vida». Es muy difícil rechazar una invitación semejante, ¿no le parece? Tres días más tarde nos juntamos a almorzar, y allí conocí a Alberto. Y de forma muy abreviada, comparto con usted la historia que él quería hacerme conocer. Me dijo: «Nací en El Salvador, y cuando tenía seis años falleció mi padre. Mi madre tuvo que criarnos a mí y a otros tres de mis hermanitos. El único trabajo que encontró fue en una cantina. Muchas veces como no tenía con quien dejarme, mi madre me llevaba con ella a su trabajo».

      «Ese era un lugar muy violento. En esa taberna, vi morir a muchas personas. Duelos a cuchillo, a machetazos. Yo conocí bien desde niño la realidad de la muerte. Un día, cuando tenía apenas seis años de edad, un individuo completamente alcoholizado tomó un machete en una mano, y un vaso de licor en la otra. Y me dijo: ‘bébete este vaso o te mato’. Sabía muy bien que la amenaza era en serio, por lo tanto, no me quedó otra alternativa que tomar aquel licor. Cuando aquel líquido entró en mi organismo, sentí una fuerza impresionante que me dio valor. De ahí en adelante, comencé a consumirlo por mi propia cuenta, primero a escondidas y luego de forma abierta. La consecuencia, lógicamente, fue que comencé una carrera a toda velocidad en el alcoholismo. A medida que los años fueron pasando, este vicio se convirtió en una verdadera pesadilla en mi vida, arruinándome todas mis mejores posibilidades».

      «Me moví a vivir a Estados Unidos pensando en empezar una nueva vida y, sin embargo, las cosas en lugar de mejorar, empeoraron. La razón principal es que ahora al alcohol le agregué la drogadicción. Mi vida llegó a ser un verdadero infierno. Al punto tal, que un día decidí acabar con ella. Yo trabajaba haciendo limpieza en un edificio de departamentos de ocho pisos en New York. Una noche me subí a la azotea, e ingerí una sobredosis lo suficientemente poderosa como para matarme diez veces. La droga comenzó a actuar, y como no me gustaron los efectos que estaba produciendo en mi cuerpo, pensé: ‘para que sufrir. Mejor acelero esto...’. ¡Y salté al vacío!».

      «Mire Pastor...». Alberto se levantó la camisa para mostrarme algunas de las cicatrices que le habían quedado. «Qué milagro Pastor… Todas mis costillas explotaron hacia afuera. Ninguna me perforó los pulmones. Me desperté en el hospital y, a pesar de semejante escape, no pude cambiar mi vida por más que quise. Fue entonces, que decidí venirme a vivir a Vancouver. Y una vez más con la esperanza de tener un nuevo comienzo».

      «Aquí me conocí con mi esposa. Ella también era alcohólica, y como podrá imaginar nuestra relación desde el primer día fue el comienzo de un nuevo infierno. Ella tenía un hijo de una relación previa, yo también, y luego tuvimos uno propio. Estábamos mal, pero no sabíamos cómo salir de nuestro enredo. Yo participé en el programa de Alcohólicos Anónimos, pero sin ningún resultado».

      «Entonces, un día decido poner en venta mi automóvil. Comienzo a limpiarlo para poder venderlo, y cuando estoy limpiando el asiento trasero, deslizo mi mano hacia atrás para saber si algo se había caído, y debajo del asiento encuentro un casete. A quién que se le cayó ahí atrás nunca lo sabré. Lo miro y decía en la etiqueta: ‘Cómo tener una vida feliz y con propósito’, Jorge Óscar Sánchez... Creí que era un cantante mexicano...».

      «Eso fue un sábado. Al siguiente lunes, cuando regresaba del trabajo, puse el casete para escucharlo. Me impactó. Pero, por supuesto, había mucha información nueva para mí, ya que nunca antes en toda mi vida había visitado una iglesia. Como el viaje se me quedó corto, esa noche después de la cena, me fui al garaje y terminé de escuchar su sermón. Al día siguiente volví a escucharlo, y luego lo escuché no sé cuantas veces más. Lo cierto es que algo difícil de explicar pero muy real se fue encendiendo dentro de mí, una débil llama de esperanza. Pero todavía no me atrevía a compartirlo con mi esposa. Con todo, muchas veces me iba al garaje a escucharlo a usted a solas dentro del automóvil. Mientras tanto, nuestra relación hogareña seguía empeorando, hasta el punto tal que ya estábamos hablando de tomar caminos separados».

      «Ante la gravedad de la situación, y la inminencia de la ruptura, un sábado por la mañana mi esposa me anunció que salía con los niños a hacer las compras. Ese día supe que algo tenía que pasar. Como no sabía qué hacer exactamente, me encerré en mi cuarto y comencé a orar. A clamarle a Dios con todas mis fuerzas, a suplicarle que me salvara, que me librara de la maldición que arrastraba por años con los vicios. A ese Dios del cuál usted hablaba en el casete. No sé cuanto habré orado, Pastor, pero en un momento sentí como una bola de fuego abrazador que entró dentro mi ser. Me invadió desde la cabeza hasta los pies. En ese momento, Cristo nació en mi corazón y todas las cadenas que me ataron por décadas fueron cortadas de forma instantánea. Llegue a ser una nueva criatura por el poder de Dios».

      «En las siguientes semanas al ver el cambio que había experimentado, a mi esposa le atrapó la curiosidad. Le conté lo que me había sucedido y varias semanas más tarde ella misma aceptó al Señor. Y más tarde encontramos una iglesia donde congregarnos y crecer espiritualmente. A los que nos conocen de antes, les cuesta creer la diferencia en nuestras vidas gracias a Jesús. Desde que comenzaron los cambios siempre tuve en mi corazón el deseo encontrar al hombre que había predicado aquel sermón, que fue el comienzo de la esperanza para mi vida. Por esa razón, le estuve buscando hasta que lo hallé para darle las gracias por haber predicado aquel sermón que me trajo a la salvación y a la vida verdaderamente feliz y con propósito, a mí primero y luego a toda mi familia».

      Mientras Alberto compartía su historia por momentos era muy difícil retener las lágrimas. De tristeza, mientras me describía los horrores de su niñez y toda su vida pasada fuera de la familia de Dios. Pero de gozo inefable y glorioso también, frente a la grandeza y el poder de nuestro bendito Señor. Cada vez que recuerdo la vida de Alberto, pienso en el ejemplo notable de esta historia de los tratos de Dios para con sus hijos; que él se ha propuesto llevar a muchos hijos a la gloria, salvándolos hasta lo sumo, y utilizando las circunstancias de un modo tan dramático para conducirlos finalmente a la vida eterna. Además, qué ilustración del principio de que «no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia» (Rom. 9:16). Alberto nunca buscó a Dios, Dios lo había escogido a él antes de la fundación del mundo. Asimismo, qué recordatorio es esta historia del poder de la palabra de Dios y la promesa de Isaías 55:10-11: «Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra


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