La predicación. Jorge Óscar Sánchez

La predicación - Jorge Óscar Sánchez


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o un libro entero, mientras sean fieles a Dios y a su palabra siempre verán resultados alentadores en sus ministerios. C. H. Spurgeon decía: «Jamás cruzaría la calle para escucharme predicar a mí mismo». Amén, decimos nosotros. Con todo, si usted hiciese una encuesta en la iglesia que tengo el privilegio de servir en el presente, y preguntara: «¿Por qué asiste usted a Comunidad de las Américas?», encontraría que posiblemente el 90% le respondería: «Por la calidad de la predicación». Y con ese veredicto cualquier predicador puede estar más que feliz.

      Por tanto, permítame preguntarle: ¿Tiembla usted frente a la palabra de Dios? ¿La considera el alimento más deseado para su alma, la base de su ministerio y el tema de su predicación? ¿Comprende lo que significa «predicar la palabra»? ¿Predica cada semana con toda paciencia y doctrina, redarguyendo, reprendiendo y consolando? Si usted está dando los primeros pasos en esta tarea gloriosa, lo aliento a llevar al corazón y al púlpito lo que acabamos de exponer. Si usted es uno de aquellos que se apartó del camino siguiendo a algún predicador popular y espurio de la TV, le ruego que vuelva al lugar de donde cayó. Si usted es alguien que a pesar de los vientos huracanados que el enemigo le ha lanzado ha perseverado con determinación férrea en el timón, lo aliento a perseverar hasta el fin. Muy pronto llegaremos al puerto de destino, y la sonrisa de nuestro Salvador valdrá más que los aplausos de una multitud de ciegos espirituales que van a oír una conferencia sobre lo que ocurre en el tercer cielo. «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad» (2 Tim. 2:15).

      Cuando un predicador prepara y entrega un mensaje que Dios puede bendecir, los resultados se percibirán con claridad en los corazones y en las vidas de los oyentes. Ellos mismos, al igual que los discípulos de Emaús, testificarán que el mensaje les hizo bien. Que el sermón les introdujo a una nueva comprensión de la grandeza del ser y el amor de Dios, y como resultado adoptaron un nuevo curso de acción. Que las verdades proclamadas los edificaron en la fe, y no sienten más el deseo de escuchar a predicadores fantasiosos como el que citamos al comienzo de este capítulo. Para lograr hacer este bien en la vida de aquellos a quienes amamos, usted y yo debemos llegar a ser predicadores expositivos. La pregunta vital que debe contestar es: ¿Está dispuesto a llegar a serlo? Es muy angosto el camino que lleva hacia esa meta digna de ser lograda, y comienza en nuestro próximo capítulo. Mas las satisfacciones que brinda excederán con creces al costo personal que tendremos que pagar. Así que, ¡Ánimo!

      Pablo exhortaba a su discípulo amado: «Predica la Palabra». Ustedes y yo haremos muy bien en escuchar esta orden imperativa, ser obedientes y comenzar a ponerla en práctica. De no hacerlo, las consecuencias para el rebaño serán fatales. Ellos se volverán a las fábulas, y serán víctimas de mil predicadores fraudulentos. Los vientos de doctrina dividirán su iglesia, y no verá mucho fruto en su ministerio. Mucho peor aún, un día cuando usted mismo tenga que comparecer delante de la presencia de Cristo en su tribunal y su obra sea examinada, ¿qué le dirá el Señor? No corra riesgos semejantes. ¡Predique la palabra!

      Cuando lo haga fielmente, no muchos llegarán a aplaudirlo. Más bien multitudes de individuos movidos por el espíritu ateniense fluirán a predicadores fantasiosos, falsos y hasta engañadores, tal como se nos describen en 2 Timoteo 3:1-5. Con todo, persevere en la comisión que le ha sido entregada por el Maestro Divino. Redarguya, reprenda, no baje los brazos nunca. Dios honra a quienes le honran, y cuánto más cuando se trata de su mensaje.

      En definitiva, la predicación que Dios bendice es la predicación que abre el cofre del tesoro, que coloca a los individuos cara a cara con la persona de Dios, que confronta a sus oyentes con las demandas de la ley de Dios y las soluciones que Jesucristo nos trae, mostrando las riquezas de su gracia que hizo abundar para con nosotros en Cristo Jesús. La predicación expositiva comienza con la Biblia y termina con la Biblia, y produce una transformación poderosísima en nuestra vida. Ese fue el descubrimiento del hombre que nos dejó el salmo 119: «La exposición de tus palabras alumbra, hacen sabio al sencillo».

      Preguntas para repaso, reflexión y discusión

      1.El autor nos ofrece las definiciones que distintos maestros ofrecen de la predicación expositiva. Si usted es invitado a escribir un artículo para la revista de su denominación, sobre el tema: «La importancia de la predicación expositiva», ¿cuál sería su definición de la misma?

      2.«25 razones por las cuales el arrebatamiento de la iglesia ocurrirá en septiembre de 2025». Si le ofrecieran comprar este libro, ¿lo compraría usted? ¿Por qué sí? ¿Por qué no?

      3.El predicador al entregar su sermón siempre comunica ciertas actitudes que favorecen la aceptación o el rechazo de su tema. Si un predicador lee su discurso de una manera chata e insípida, ¿ayuda o detrae de la tarea? Comentar a la luz de 2 Timoteo 4:1-5.

      4.¿Cuán efectiva es la congregación a la que pertenece, a la hora de cumplir la exhortación de 1 Juan 4:1?

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      1 F. B. Meyer, Expository Preaching (Predicación expositiva), Hodder & Stoughton, Londres 1912, pág. 29.

      2 Ray C. Stedman, On Expository Preaching (Sobre la predicación expositiva), cf. Ray C. Stedman.org.

      3 Merrill F. Unger, Principles of Expository Preaching (Principios de predicación expositiva), Zondervan Publishing House, Grand Rapids, Michigan, 1955, pág. 33.

      4 Haddon W. Robinson, Biblical Preaching (La predicación bíblica), Baker Book House, Grand Rapids, Michigan, 1980, pág. 21.

      5 C. H. Spurgeon, Discursos a mis estudiantes, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, Texas, 1955, pág. 44.

      6 E. M. Bounds, La oración, fuente de poder, Ediciones Evangélicas Europeas, Suiza, 1961, pág. 91.

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